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Columna
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Pares e impares

Ocurría en Madrid, en el kilómetro cuatro de la N-II, pero era un atasco de película italiana: cuatro coches habían tenido un accidente y ese accidente dejó un reguero de miles de personas atrapadas en la avenida de América, en la calle María de Molina, en el paseo de la Castellana, en la plaza del doctor Marañón, en las calles López de Hoyos y Doctor Esquerdo y en la avenida de la Reina Victoria. Llamabas a los teléfonos de información sobre el tráfico buscando una ruta alternativa a cualquier parte y, preguntaras lo que preguntaras, las pobres operadoras te daban tan malas noticias que uno se acordaba de aquel chiste macabro en el que un padre va a la maternidad a ver a su hijo recién nacido y, al irle pidiendo detalles a una enfermera, ésta le dice que la criatura ha nacido sin piernas, sin brazos, sin ojos, sin nariz, sin boca, sin manos..., que en realidad sólo es una oreja. A pesar de todo, cuando le traen la oreja en un plato, el pobre hombre exclama: '¡Hijo mío!'. Pero la enfermera le responde: 'No grite, no, que además es sordo'. Bueno, pues así es como estaba el martes la ciudad.

Qué desastre, medio Madrid parado para estrenar las nuevas normas de circulación. Los automovilistas, presos en la viscosa telaraña del atasco, miraban sus relojes y llamaban por sus teléfonos móviles a las oficinas, como quien llama a la Tierra desde el Infierno. Sin duda, algunos debieron quedarse sin baterías, porque el atasco no se deshizo hasta tres horas más tarde, y mientras iban avanzando hacia sus destinos como una lava lentísima y espesa, pensarían en el desastre de las carreteras, en la falta de rapidez y de medios para solucionar catástrofes de esa magnitud, en la mala suerte..., cualquier cosa menos una: me juego la cartera a que ninguno se echaría la culpa a sí mismo.

En otros países y otras ciudades vuelve a cobrar fuerza una medida que ya se ha puesto en práctica otras veces, se vuelve a pensar en la vieja solución de los días alternos: la mitad de los coches estará parada, día sí día no, mientras la otra mitad circula, dependiendo de si sus matrículas son pares o impares. Como estoy seguro de no haber perdido la cartera en la apuesta anterior, me la vuelvo a jugar a que en Madrid jamás se va a hacer algo parecido. ¿Por qué? ¿Qué tienen París o Roma que no tenga nuestra ciudad? La primera respuesta posible es que sus conductores son igual de perseverantes, egoístas e insolidarios que los nuestros, pero nuestros políticos son mucho peores.

En España, por lo general, los políticos, y especialmente los políticos municipales, esquivan durante sus mandatos todo lo que consideren impopular y, en consecuencia, sus soluciones no suelen ser soluciones, sino remiendos. La obsesión de José María Álvarez del Manzano por los túneles se ajusta a la palabra remiendo como unos guantes de goma a las manos de un cirujano: si lo mejor que se le ocurre para solucionar los problemas del tráfico es enterrarlo, que Dios nos pille confesados.

El atasco monumental del martes debería ser un aviso, una gota que colmara algún vaso; pero me juego por tercera vez los euros que llevo encima a que no lo va a ser, porque ninguna de las partes involucradas se moverá de sitio ni se bajará del caballo: ni los conductores van a tomar conciencia del grave problema que causan al elegir cada mañana sus coches y no el transporte público, ni los regidores del Ayuntamiento van a tomar ninguna medida drástica que evite que un pequeño accidente de cuatro coches paralice más de tres horas una ciudad entera.

La circulación de los vehículos en días alternos parece una medida seria, acertada y radical, todo lo radical que exige una situación tan lamentable y enfermiza como la que se vive en Madrid con los coches, todopoderosos dueños del asfalto y asesinos del cielo. ¿Se imaginan Madrid justo con la mitad de coches? Días alternos suena muy bien. Coches pares e impares. Aunque, claro, para aplicar esa norma se requiere valentía y capacidad de sugestión. Y no es que vaya a sacar otra vez la cartera y a seguir apostando, pero pónganlo junto: Álvarez del Manzano, valentía y capacidad de sugestión.

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No sé, la verdad es que, dicho con todos los respetos, suena raro.

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