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Columna
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Semana triunfal

Sin apenas darnos cuenta estamos iniciando la Semana Triunfal del Partido Popular. Son las vísperas inminentes de su XIV Congreso, que se abrirá la tarde del próximo viernes, día 25, en el Palacio de Congresos del Recinto Ferial Juan Carlos I en Madrid. Ya vienen, ya llegan, ya se oyen los claros clarines y cuántos y cuántos, decía Rubén. Pero en Génova han pasado de los versos a las cifras y los tienen contados. Serán 3.000 los compromisarios que tendrán allí su acomodo. Además vendrán representaciones de partidos hermanos de otros países. Serán muchas y nutridas porque a esa tarea ha dedicado sus mejores esfuerzos la gran promesa de la quinta de Becerril, Alejandro Agag, instalado en la Secretaría General del Partido Popular Europeo.

Será un desfile lleno de interés porque incorporará a los candidatos ahora en la oposición que vencerán en las elecciones generales de sus respectivos países que se anuncian por doquier. En este campo hay interés especial por la alineación que presente la squadra azzurra y en particular por la posible alineación del tridente Berlusconi, Bossi, Fini, que tantas tardes de gloria está dando por toda la UE en tiempos de presidencia española. Además, para hacerse una idea demográfica del acontecimiento, debería sumarse el contingente de periodistas acreditados de publicaciones escritas, de medios on line, de cadenas de radio y de canales de televisión que, a buen seguro, superará el millar. Se dan pues todas las circunstancias del acontecimiento. Serán tres jornadas únicas donde desaparecerán las distancias jerárquicas, se impondrá el tuteo y el último de los compromisarios se sentirá tenido en cuenta por el más relevante de los jerarcas mientras cunde la venta de mecheros, pañuelos, corbatas y demás objetos propios del merchandasing. Pero los congresos, como las fiestas, se conocen por sus vísperas y también por la aglomeración de chóferes. Recordemos que cuando el Partido Socialista celebró su primer Congreso después de la victoria electoral de octubre de 1982 algún taimado columnista se refirió en línea crítica al cónclave del PSOE como el congreso del pesebre, impresionado como estaba por el número de coches oficiales utilizados por compromisarios e invitados, ya para entonces enredados en el organigrama del Gobierno y de las demás instituciones públicas. Ahora todo ha perdido aquella visible solemnidad. La amenaza terrorista ha eliminado los banderines y las matrículas aparecen camufladas.

En este caso, la comparación se hará con el Congreso anterior, el de 1999, cuando se produjo la defenestración como secretario general de Francisco Álvarez Cascos para ser sustituido por Javier Arenas Bocanegra, apeado de la cartera de Trabajo. Fueron momentos inolvidables. En la jornada de clausura el investido hubo de pronunciar un discurso que aún produce vergüenza. Había que verle en el podium de oradores en el momento de aceptar su nombramiento por el procedimiento del dedazo. Una y otra vez volvía la vista al altísimo para reiterar toda clase de genuflexiones. Arenas prefería hablar del partido de José María Aznar en lugar de mencionar al PP mientras reiteraba que todas sus ambiciones políticas estaban cumplidas y prometía que su carrera se extinguiría junto con la de su jefe José María Aznar hacia el que hacía incesantes protestas de lealtad inquebrantable.

Vinieron después las elecciones de marzo de 2000, en cuya campaña fue eliminado a favor de Mariano Rajoy, pero Arenas prefirió continuar como si nada le afectara y lleva ya dos años especializado en remedar las descalificaciones que su jefe dedica al líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, siempre firme en la debilidad, como acaba de definirlo Aznar en sus declaraciones del domingo a Abc. Así las cosas, con la garantía aportada por Esther Esteban de que ninguna decisión del Congreso del PP va a ser en clave de sucesión, es mejor esperar que se levante el telón para ver cuál es la escenografía elegida, permanecer atentos por si algún signo delatara hacia dónde se inclina el líder máximo en la pugna de Pedro Zola con César Alierta y permanecer atentos a los aznarólogos para sacar conclusiones.

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