_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Billetes

Tienen todavía un tacto frío, crujiente los nuevos billetes con los que Europa está adquiriendo su nueva alma. Sin duda, sobre ellos ya se habrán posado algunos vicios y delitos, pero no los suficientes como para ablandarlos, de forma que puedan doblarse bien. Necesitan más sudor, más pecado, más batalla. Cuando deslizas por encima de su lámina la yema de los dedos sientes que estás acariciando la carne de un recién nacido, que si bien parece dulce, tal vez mañana albergará a un famoso criminal. El euro deberá pasar al menos un año de brega en los bolsillos, latiendo muy pegado al sexo o al corazón de los ciudadanos, hasta que se convierta en un billete sucio y suave con una historia secreta detrás. Cada billete que toques será el responsable por ósmosis de lo suceda en tu alma. Recibo de vuelta en el bar uno de estos billetes nuevos y me digo: este euro aún no ha matado a nadie, todavía no ha obligado a degradarse a alguien que se creía muy puro. Habrá servido para comprar comida, un perfume, un libro, un viaje, pero se nota que aún no ha ido a un burdel ni tampoco ha sido violado por ningún hijo de perra. Cada billete nuevo tiene una vida propia y en la numeración lleva inscrito su destino inexorable. Ese euro crujiente y limpio que ahora tienes en las manos, un día matará, alentará una causa noble, apostará en la ruleta, hará caridad, experimentará toda clase de placeres y la gente se limitará a bailar a su alrededor movida por la carga magnética que libere. Cuando se es muy sensible al tacto uno percibe en la mano, al contarlos, las misteriosas pulsiones que emiten los mugrientos dólares, los viejos marcos, las maltrechas pesetas: ese dólar aún contiene una mota de sangre de un crimen que él cometió hace tiempo, en algún país lejano; ese marco lleva en su interior el eco de un gemido de placer pegado al papel junto a la emoción de la apuesta en una carrera de caballos que perdió; y esas mil pesetas llevan restos de una lágrima del mendigo que las había besado. A estos billetes nuevos les faltan todavía las huellas que les dejarán los próximos asesinos, los estafadores, los malversadores y también el sudor de la gente tributable y resignada. Para saber si son auténticos o falsos deberán tener en una cara el cielo y en la otra el infierno, un dato que se descubre mirándolos al trasluz. Si a través de ese euro por un lado divisas en lo alto a los ángeles bailando, es bueno; si vislumbras por el otro a alguien que viene a apuñalarte, es malo. Hazte a un lado.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_