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Columna
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Manifiesto distante

A menudo empiezo mi columna con alguna cita que considero inteligente o alguna anécdota cuyo optimismo o autenticidad me emocionan. Y si lo hago no es sólo porque estén de alguna manera conectadas con el asunto que luego voy a desarrollar, sino porque son para mí, y por lo tanto para quien me lee, una posibilidad de conectar con un lado bueno, habitable, de las cosas. Algo así como tomar un desayuno nutritivo antes del ejercicio físico. Algo así como un consuelo. Y es que acercarse a la actualidad es, la más de las veces, una tarea penosa, una conexión ineludible con la otra cara de la moneda, con una cruz.

Hoy quiero pues empezar con esta reflexión: 'No amo a quienes piensan como yo, ni odio a quienes no piensan como yo'; y esta cita de Borges: 'Censurar y alabar son operaciones sentimentales que nada tienen que ver con la crítica'.

Ambas invitan a los enfoques móviles; a las posiciones desapegadas, liberadas de la estricta subjetividad. A las perspectivas distantes no sólo del objeto o del asunto observado sino también de uno mismo. No vemos lo que está demasiado lejos, pero tampoco lo que tenemos muy cerca de los ojos, o de las emociones, opiniones, conocimientos. Y prueba de lo difícil que resulta buscar y encontrar en lo sabido es lo mal que suelen revisar las pruebas de sus textos los propios autores.

Creo que esa capacidad de distanciarse no es sólo un eficaz método de análisis -tal vez el más ampliamente efectivo-, sino una inteligente actitud ética y estética. Tal vez la única verdaderamente creativa en ambos sentidos. Y no se trata de colocarse en un punto medio entre dos opciones -la aquí tan problematizada equidistancia no deja de ser un enfoque interior, limitado por sus polos y además, por definición, fijo-, sino de situarse, o mejor, de moverse por fuera, dejando espacio, aire emocional y mental, suficiente.

La solución de los conflictos de Euskadi vendrá -y la utilización de este futuro es un ejercicio de esperanza a pesar de las bombas, sobre todo por las bombas- vendrá de la distancia, de que seamos capaces de situarnos -provisional, móvil, hipotética, imaginativa, generosamente- en un punto exterior a nuestras opiniones. Vendrá si somos capaces de pensar más allá de nosotros. No se trata de traicionarse, sólo de pensar -el cerebro humano está acostumbrado a manejar de todo-, sólo de buscar de otra manera -desapegada, como ajena-, en lo sabido, en lo creído, en lo sentido por cada cual.

Acaba de morir Camilo José Cela. Acabamos de saber también que Nicolás Redondo se reunió en julio con Aznar. A ambas informaciones quiero aplicarles este manifiesto distante. Y lo primero que se me ocurre es que la noticia no está en que Redondo se reuniera en la Moncloa -informando o no, contraviniendo o no las reglas de su partido- sino en la utilidad que esa reunión tiene hoy para quienes, seis meses después, la filtran a la prensa. Y esa rentabilidad pretendida, esa forma de codicia política, me parece incompatible con cualquier ambición auténticamente democrática. Si ese encuentro era tan importante hubiera debido revelarse entonces. Lo importante hoy es que Nicolás Redondo concurra a las elecciones de su partido en igualdad de condiciones con el resto de los posibles candidatos, o no concurra por razones que le sean propias.

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La distancia aplicada a Cela me empuja a olvidarme del personaje del que discrepé en lo esencial, y a subrayar el valor de la obra. La muerte va a devolver a Cela a la condición única de escritor. De protagonista de un admirable esfuerzo por legitimar palabras, por descubrir formas. De autor de las admirables La familia de Pascual Duarte y La colmena, las dos novelas que van a hacerle un clásico. Merecidamente.

Con una cita de la primera termino: '¡Buena diferencia va entre lo pasado y lo que yo procuraría que pasara si pudiese volver a comenzar!'

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