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Un arqueólogo descubre en Guadalix una cueva con pinturas de hace 5.000 años

Se trata de una gruta funeraria en cuyo techo hay un conjunto de figuras rojizas

El patrimonio prehistórico de la región es ahora un poco más rico. Jesús Jiménez Guijarro, arqueólogo de la Complutense y director de la investigación sobre megalitismo y poblamiento neolítico de Madrid, acaba de descubrir en Guadalix de la Sierra una cueva caliza funeraria con un panel de pinturas rojizas de hace unos 5.000 años. Se trata de un hallazgo excepcional, ya que es una composición de figuraciones humanas en la que aparecen dos esquemas inéditos hasta ahora en la meseta: un arácnido y un ídolo con ojos, figuras típicas del área meridional de la Península.

El arte rupestre no es precisamente uno de los puntos fuertes del patrimonio de la Comunidad de Madrid. Hasta finales de los años ochenta, la cueva del Reguerillo, en Patones, era el único yacimiento que se conocía en el que hombre prehistórico se había molestado en dejar su huella sobre la pared. Después de que el Gobierno regional asumiera las competencias sobre patrimonio, los arqueólogos han intensificado estos hallazgos. Aun así, éstos son tan escasos que los que están documentados se pueden contar con los dedos de la mano y, salvo excepciones, no se trata más que de dibujos o grabados de figuras aisladas y distribuidas aleatoriamente por los abrigos o las cuevas de la sierra de Madrid.

Jiménez ha sumado ahora un nuevo hallazgo. De él dará cuenta inmediatamente a la Dirección General de Patrimonio para que proceda a su protección en la cuenca del río Guadalix: una composición figurativa de metro y medio, probablemente del calcolítico (hace entre 4.000 y 5.000 años), en el plafón de una covacha caliza que posiblemente tenía una función funeraria. Pero no ha sido un descubrimiento cualquiera.

Un hallazgo excepcional

'Se trata de uno de los hallazgos más importantes que han aparecido hasta ahora en la Comunidad de Madrid', asegura el investigador de la Complutense. La razón es que no se trata de esquemas ailados, sino de un conjunto figurativo en el que los dibujos rojizos, pintados con pincel o a mano, aparecen claramente relacionados entre sí. En la región tan sólo se tiene constancia de otros tres yacimientos similares, que no están en cuevas, sino en abrigos: los Aljibes (en Manzanares el Real), la Enfermería (en Pelayos de la Presa) y Los Horcajos (en El Vellón).

En el techo de esta pequeña cueva de difícil acceso se desarrolla, en un panel de metro y medio, una composición figurativa 'que se asocia a alguna representación con carácter simbólico con un significado desconocido para nosotros', explica Jiménez. La superficie caliza ha sido previamente picada para blanquearla y para que el pigmento rojizo -óxido de hierro o algún pigmento vegetal- resalte más sobre el fondo. 'Esto nos indica que no es casual, sino que está premeditado por quien lo realizó', dice su descubridor.

En la composición, predominan las figuras antropomórficas en forma de la letra griega phi, y la figura de mayor tamaño recuerda la cornamenta de un cáprido. Además, dos de los esquemas de la composición eran hasta ahora inéditos en el arte rupestre de la meseta. Se trata de un arácnido y de un ídolo con dos ojos con una especie de plumero encima.

'Estos dos esquemas son propios del arte rupestre que tenemos en el área meridional de la península Ibérica (Badajoz y Andalucía), por lo que tienen una significación especial: nos indican que probablemente hubo contactos entre dos grandes regiones', mantiene el arqueólogo.

Jiménez ha descubierto en la covacha -en la que hay que entrar tumbado y boca arriba para poder contemplar la hermosa composición- restos de cerámica que tendrán que analizar para ver si son de la misma época y están relacionados con el ritual de enterramiento que los hombre prehistóricos desarrollaron hace más de 4.000 años.

Los pobladores de la meseta en esta época, explica el investigador, pertenecen a las primeras sociedades productoras. 'Ya no esquilman la naturaleza para sobrevivir, sino que conocen y practican la ganadería y la agricultura. Aunque estas prácticas coexisten con la caza y la recolección', dice Jiménez. Se trata de pequeños núcleos familiares de, a lo sumo, una decena de miembros, seminómadas que se desplazan en un radio superior a los 100 kilómetros. En esta época se entierra en el interior de las cuevas o en los dólmenes o túmulos. También se conoce ya la metalurgia (el cobre), y en este sentido hay documentados poblados en la región con restos de fortificaciones (como el yacimiento del Jaralón).

Pero el hallazgo no ha sido casual. Se debe a la intensa labor de prospección que realiza Jiménez desde hace dos años y medio en aquellas zonas susceptibles de contener registros arqueológicos neolíticos, dentro del proyecto de investigación sobre megalitismo y poblamiento neolítico en la Comunidad de Madrid. 'Para buscar este tipo de registros arqueológicos hay que seguir el curso natural y localizar puntos estratégicos con buenas vistas. Siempre te preguntas qué es lo que ves desde el punto y desde dónde te ven', comenta.

El proyecto que dirige Jiménez ya ha tenido importantes resultados para desentrañar el neolítico en la Comunidad. Ha realizado junto a su equipo excavaciones en los dólmenes de El Rincón (El Escorial), Entretérminos (Collado Villalba) y en el Túmulo de las Vegas de Samburiel (El Boalo), donde se ha descubierto un área de poblado asociado al túmulo de enterramiento. También ha excavado en la cueva de la Ventana, donde ha descubierto un yacimiento neolítico con presencia de restos de cereal y microlitos de sílex (un proyectil de piedra).

'Graffitis' del calcolítico

Jesús Jiménez, arqueólogo de la Complutense y director del proyecto de investigación sobre megalitismo y poblamiento neolítico de la Comunidad de Madrid, financiado por la Dirección General de Patrimonio, está convencido que las figuras calcolíticas que pueblan una decena de abrigos y cuevas de la región no son un mero capricho del hombre prehistórico. 'Estoy convencido, y es la hipótesis en la que estamos trabajando actualmente,de que se trata de un código asociado a un sistema proto-lingüístico propio de una sociedad arcaica desarrollada', asegura. La razón es el uso reiterado de determinadas figuras que se repiten con insistencia en el arte rupestre de la meseta. Al igual que los escaladores y paseantes de la sierra dejan hoy sus graffitis en abrigos y cuevas, no es descabellado pensar que las sociedades productoras (agricultoras y ganaderas) que poblaban la meseta en el calcolítico, hace 4.000 o 5.000 años, emplearan una escritura para marcar los caminos en puntos estratégicos en los que dominaran un gran campo visual o para dejar sus mensajes asociados a los ritos funerarios y de carácter mágico o religioso. 'Otra cosa muy distinta es que podamos llegar a descifrar ese código', explica Jiménez. 'De ahí la importancia de que este hallazgo sea un conjunto figurativo. Porque encontrar una figura aislada, que es lo que más abunda en la región, es como si un marciano se encontrase un libro en el que en el paso del tiempo sólo hubiera dejado alguna letra suelta', comenta el investigador. Y añade: 'Le resultaría imposible llegar a desentrañar lo que el autor ha escrito'.

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