Fados para oír con luz baja

Etimológicamente, fado significa destino. Los portugueses bautizaron así un canto de orígenes inciertos que parecen remontarse a la época de los grandes viajes de ultramar, cuando la música intentó reflejar el dolor por el alejamiento de la tierra y también la incertidumbre del regreso. Aunque hubo un tiempo en que fue considerado música de prostitutas y marineros, en el siglo XIX el fado se empezó a introducir en los salones, hasta que fue considerado como canción del pueblo por excelencia.

Lisboa, la ciudad melancólica y tristemente bella, ha hecho de los fados la mejor expresión de su nostalgia legendaria. Y si un viaje a Lisboa quiere ser completo no debe faltar la visita a una casa de fados, donde es posible disfrutar de la gastronomía mientras se escuchan canciones que hablan de despedidas, de pérdidas irreparables y amores contrariados. Generalmente, las casas de fados abren sólo por la noche, y las actuaciones se realizan en intervalos cortos, siempre con la luz baja. El grupo de músicos lo componen el fadista (siempre vestido en color oscuro, y llevando un chal negro las mujeres) y dos intérpretes a la guitarra y la viola portuguesas.

La más popular de las zonas del fado es, desde luego, la del barrio alto. Allí se encuentran Luso, que funciona desde hace setenta años; A Severa, que debe su nombre a María Severa, considerada la primera gran fadista de la historia; Adega Machado, o Adega Mesquita. La mayoría de estos locales ha ido perdiendo su esencia primitiva en favor del turismo. Para espanto de los puristas, el espectáculo puede terminar con cánticos colectivos en los que interviene el auditorio e incluso bailes regionales. Cenar en estas casas suele ser bastante caro. La factura media ronda los 50 euros por persona, y la mayoría de los restaurantes suele tener además un menú turístico por 35 euros. La comida, aunque aceptable, tampoco es nada del otro mundo.

Los que opten por una noche de fados un poco más económica pueden cenar en uno de los restaurantes de la zona, como Sinal Vermelho, Stasha o Cabaço (los tres en la Rúa das Gáveas), por unos 15 euros, y acudir luego a tomar una copa a cualquiera de los locales de fados. La consumición mínima es de 18 euros. Eso sí, no cierran muy tarde, así que conviene llegar a eso de las once de la noche.

Si el viajero quiere escuchar fados en compañía de portugueses amantes del género debe dirigir sus pasos a otra parte. Por ejemplo, al barrio de Alfama, donde se encuentra la famosa Parreirinha da Alfama. Regentado por Argentina Santos, que está considerada una de las mejores fadistas actuales, es un local pequeño y lleno de sabor que lleva 52 años funcionando como casa de fados. Los precios de la carta no se disparan mucho, y a partir de las once de la noche puede tomarse una copa por 10 euros. Además, en ocasiones se tiene el privilegio de escuchar la voz de la propia dueña del local, que, cuando el ambiente es propicio, interpreta alguna pieza para un público entregado. Permanece abierto hasta las dos de la madrugada. En la misma zona de Alfama están el Clube de Fado y A Taverna do Embuçado.

En otra parte de la ciudad, en el elegante barrio de A Lapa, se encuentra Sr. Vinho. Es un local precioso y absolutamente recomendable para los verdaderos amantes del fado que quieren escuchar la música en medio de un silencio casi sepulcral. La cena resulta cara, pero si hay sitio la dirección del local ofrece también la posibilidad de disfrutar de los fados detrás de una copa a unos 18 euros. Además, las vísperas de festivo cierra muy tarde, cerca de las tres de la madrugada. Un consejo: tanto ésta como las otras casas suelen estar muy concurridas. Así pues, conviene reservar, sobre todo si se viaja en fin de semana.