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Columna
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Euro

La coincidencia de que la presidencia española de la Unión Europea se inicie con la entrada en vigor del euro, como moneda efectiva en este exclusivo club, no exento de disidencias, sitúa a España en el primer plano comunitario para los próximos seis meses. La consolidación del euro es un reto decisivo en el acontecer del mundo en 2002. ¿Será capaz el euro de equipararse al dólar y al maltrecho yen? La respuesta comenzará a perfilarse en los próximos meses.

La Europa comunitaria apenas ha avanzado en su cohesión en los últimos tiempos, hasta que, en la cumbre de Laeken, se han vuelto a cargar las pilas para aproximarse a la tan ansiada unidad de acción política. La UE necesita resolver la capacidad de decidir por mayoría, sin que sea necesaria la ecuanimidad, para desatascar determinadas cuestiones, como la que se suscitó en torno al terrorismo y la corrupción que bloqueó el presidente italiano Silvio Berlusconi.

La UE necesita la conformación de órganos ejecutivos, con representación y capacidad suficientes, para desarrollar las políticas comunitarias. Se necesita un gobierno legitimado para regir los destinos de la gran Europa que se aproxima con las nuevas ampliaciones. La UE ha de resolver que no puede haber Estados miembro que se descuelguen en asuntos trascendentales como la plena incorporación al sistema monetario europeo. Estas vacilaciones dañan la imagen de la Unión Europea, retrasan la eficacia de estas grandes decisiones y dan bazas a jugar a la competencia, que se regocija ante la falta de unidad de los socios europeos.

Se avecinan tiempos difíciles porque la recesión económica es un hecho incuestionable. Alemania es, probablemente, el país con un impacto más brusco. Soporta como puede el peso de relanzar la economía de los países del Este europeo. Aun así, el panorama actual, sin ser el mejor posible, contiene factores que, contemplados en la perspectiva de los últimos 40 años, sitúan a España y la Unión Europea en un punto de no retorno. Europa podrá retrasar su proceso de unificación, pero nunca lo podrá parar ni volver a etapas anteriores.

La última sorpresa la ha brindado el inesperado plante de determinadas formaciones políticas reaccionarias que influyen en el gobierno italiano de un personaje inquietante llamado Silvio Berlusconi. La Comunidad Valenciana da la sensación de que se comporta ante la unificación europea más como el vagón de un tren que en el papel impulsor que desempeñan las locomotoras. ¿Los valencianos somos partícipes del proceso porque queremos serlo o porque no nos queda más remedio? Y aún más, ¿tenemos muy claro que nos conviene este complejo y dilatado camino hacia la unidad europea? Las respuestas a estas preguntas podrían dar la solución en un impulso colectivo al que no se puede contribuir por azar, sino por voluntad expresa de quienes lo protagonizan.

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