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LA CRÓNICA
Columna
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Playmobil sin cabeza

De todos los juguetes repartidos el domingo pasado por los peludos Reyes Magos, pocos sobreviven. Sólo han pasado siete días, pero miles de regalos ya han sido descuartizados por sus infantiles propietarios. Pero los clicks de Playmobil, organizada secta, sobreviven a este abuso de usar y tirar. Aquellos que tengan hijos o nietos pueden dar fe de que, tras dejarse deslumbrar por una Game Boy o unos patines, los niños acaban volviendo a sus Playmobil. Y eso que su aspecto no invita al entusiasmo. Y en cambio, allí están, arrasando comercialmente y dando vida a horas de juego, ideales para ocupar las tardes de lluvia. Tienen una particularidad: su cabeza. Cada cabeza click lleva una peluca tapa y, a veces, un gorro, un casco o una pluma de jefe indio encima del pelucón de marras. Lo primero que hace el usuario de Playmobil es quitarle la peluca, comprobar que el interior de la cabeza está hueco e intercambiarla con la peluca de otro. En esta operación se van perdiendo cascos y pelucas y, al cabo de poco tiempo, abundan los Playmobil trepanados que, pese a haber perdido parte de la cabeza, conservan su inexpresiva sonrisa. A ésos, mis hijos los llaman 'los calvos'. Intentando inculcarles los valores del orden, les insto a ordenar sus Playmobil y a cubrir las cabezas huérfanas con pelucas desaparejadas. Al final, descubrimos que hay menos medias cabezas sueltas que muñecos y que nuestro ejército deberá seguir contando con su batallón de calvos. ¿Qué fue de las medias cabezas perdidas? Estarán, supongo, junto a los calcetines desparejados, en esa otra dimensión del espacio y del tiempo.

Los 'clicks' de Playmobil, organizada secta, sobreviven a todos los juguetes descuartizados siete después de que los trajeran los Reyes Magos

Unos días más tarde, observo que, cuando son convocados para jugar, los Playmobil se reparten los papeles. Un Playmobil cura con gorro de pirata dirige a un grupo de Playmobil aborígenes con casco de motorista. Les acompañan un Playmobil esqueleto con salakov y dos indias con casco de albañil. Menuda tropa, pienso. Pero la sorpresa se produce cuando veo que, animados por la banda sonora a capella que mis hijos han compuesto para ellos, una mezcla del remix de Shin-Chan y de Los maestros cantores de Núremberg, de Wagner, el grupo es asaltado por un comando de Playmobil calvos. ¿Por qué asociación de ideas han decidido asignarles a los trepanados el papel de malos? Quizá mis hijos estén siguiendo los pasos de Calixto Bieito y deseen montar una ópera sólo con Playmobil, en la que unos skin-heads atacan al público. Una ópera que podría estrenarse en ese Liceo en el que, según me cuenta una guapísima aficionada, se producen situaciones tan extrañas como las que protagonizan los Playmobil de mis hijos. Anécdota: el martes pasado, Montserrat Caballé actuaba en el Liceo. Al terminar, la soprano sale a saludar y un admirador le lanza un ramo de rosas con tan mala fortuna que la soprano se pincha el dedo con una espina. No es grave. Lo grave es que la platea está vacía, porque casi todos los asistentes han huido, no porque no les haya gustado la Caballé, sino porque tienen que correr a sacar el coche del parking de La Garduña. Lo mismo ocurre en el Camp Nou, pienso mientras la hermosa aficionada, sublevada por la frialdad del público de platea, me relata los hechos. Dos minutos antes de que terminen los partidos, los tribuneros de can Barça suelen salir pitando para que no les pille el atasco. El arte puede esperar. El coche, no.

Al día siguiente, otra sesión de Playmobil. Los calvos son cada vez peores y se hace necesaria la intervención de un Accion Man abusaenanos. La idea de la ópera Playmobil crece y ya tiene título: Las leyes de Núremberg, en recuerdo de las leyes promulgadas por Hitler en 1935 que anulaban los derechos civiles de la población judía. ¿Por qué Núremberg? Porque los Playmobil se presentaron por primera vez en el Salón del Juguete de Núremberg. La empresa fabricante, fundada en 1876, se llama Geobra Brandstätter y tiene su sede en Dietehofen, cerca de Núremberg. Venden 4,5 millones de cajas de Playmobil al año y contribuyen a que nuestros hijos entiendan que el pelo, el sombrero y las plumas son intercambiables para seres de piel distinta que, en el fondo, son iguales.

En Viriville, un pueblo cercano a Grenoble, hay un museo del Playmobil. Sinopsis del libreto: una chica judía nacida en Núremberg, que canta como Maria Callas, se enamora de un oficial nazi. Por amor, el oficial deserta de las SS y ambos se refugian en un granero de Viriville. Él le canta canciones cerveceras y ella interpreta a Bellini: 'Col sorriso d'innocenza/ collo sguardo dell'amore'. Una noche de amor, la chica descubre que el oficial tiene la cabeza hueca y que no es más que un Playmobil trepanado avant la lettre. De pie, ante la puerta abierta del granero, canta un aria que sólo entienden las águilas imperiales que, en aquellos momentos, sobrevuelan la alpina nieve, que, conmovida, se derrite inundando ciudades, pueblos y valles. Emocionado, el Playmobil sin cabeza, pero con un inmenso corazón, le regala a su amada un ramo de rosas y ella se pincha el dedo. La escena debería terminar con un largo beso de amor imposible, pero no hay tiempo: la soprano y el Playmobil tienen que salir pitando para sacar el coche del parking. Telón.

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