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Columna
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El dilema

Empecemos por una constatación. Dos ejes hay en la política española que dividen a la sociedad: en otro tiempo el principal fue el que enfrentaba a derecha e izquierda pero hoy es el que aleja las diferentes posiciones en torno a la cuestión de las identidades colectivas. Aparte de la complicación que sobre ella provoca la barbarie terrorista existe un elemento adicional que explica lo contradictorio de los juicios sobre el particular. Un ambiente o un contexto social pueden explicar que se adopten posturas por reacción que, aun siendo legítimas, serían impensables en otro. No es lo mismo pensar desde Madrid, San Sebastián o Barcelona por más que el objetivo debiera ser idéntico y esas visiones debieran juzgarse complementarias.

Conviene también, ante un problema concreto, esmerarse en la descripción. Lo que ha habido en el socialismo vasco no ha sido una conspiración de la dirección madrileña ni una maquiavélica trama urdida por oscuros poderes sino un liderazgo que se ha volatilizado por no conseguir mantener sus apoyos previos personales ni construir una síntesis programática. Yerra, por tanto, cierta prensa madrileña cuando narra la persecución, flagelación y martirio de San Nicolás Redondo con el estilo de las estampitas pías de San Tarsicio. Tampoco la comparación deja bien parado al antiguo secretario general de los socialistas vascos. En 1979, ante un rumbo de su partido que le disgustaba, el mejor González -que también hay otro mucho menos valioso- avisó y se fue. Ahora, por aquello de las repeticiones en forma de caricatura, ni ha habido avisos ni parece que la marcha quiera ser definitiva.

Ante sucesos como el descrito la partitura que el PP interpreta es simple pero tan efectiva a corto plazo como repetitiva y sin salida a medio. Aznar, siempre una versión en rústica de Mayor, afirma que no quiere intervenir en los asuntos internos de un partido político e inmediatamente se apresura a declarar que está en crisis y carece de proyecto sólido. En otro tiempo podía dar algún resquicio a la esperanza de cambios institucionales pero ahora ha descubierto la eficacia del 'no' sistemático. La oferta al catalanismo recuerda la mirada de la boa constrictor ante el conejillo y remite a un futuro remoto, casi imposible, una opción que sería muy positiva.

Los socialistas, en especial los vascos, lo tienen muy complicado, tanto que lo mejor sería dejarles a ellos resolver sus problemas por sí mismos y sin interferencias, como hizo UCD en 1979 con el PSOE. La llamada 'política de defensa de la libertad', seguida hasta ahora, puede ser una posición explicable y aun obligada pero habrá que reconocer que es escueta y con consecuencias graves. Cuando el problema vasco se plantea en esos términos de forma prolongada existe un peligro objetivo de que las adhesiones transiten, como de pasada, hacia la ausencia de matices: hay quien le hacía papeles a Benegas y hoy se los hace a Aznar. Todavía más. Con alineamientos como los de las pasadas elecciones vascas parece evidente la imposibilidad de cumplir el programa general del PSOE. López Aguilar ha defendido la necesidad de un foro institucional permanente -un Senado reformado- con el propósito de 'revalidar' la Constitución, no cambiarla de forma gratuita. Pero el PP está en las antípodas de esos propósitos.

La enfermedad de un partido en una democracia perjudica a todos; ésa sería una buena razón para que todos contribuyeran a sanarla. La receta es conocida y simple: se basa en abandonar la supuesta impecabilidad propia y pensar en términos de alteridad, es decir de que hay un próximo que puede ser complementario. La clase política vasca -y le está pasando ya a la española en general- no acaba de aplicarse esta receta que para la sociedad es, quizá, mucho más obvia. Si no lo hace se malbaratarán inmensas posibilidades. En su última carta a Ortega, Joan Maragall escribió que mientras no se diera al alma plural de España un cuerpo que le correspondiera, 'todo será nada'. 'Su espíritu', añadía, 'quiere volar libre batiendo todas, todas, todas sus alas'. Ahora no lo está haciendo todavía.

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