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SAQUE DE ESQUINA
Columna
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Segunda vuelta

La voluble fortuna de los equipos de fútbol induce a pensar que la Liga es una máquina de picar carne montada sobre un sumidero. Hasta hoy, la aventura del juego nos ha deparado muchas y muy variadas emociones: los clubes han experimentado alternativamente la euforia y el desmayo, de modo que nadie ha salido indemne ni moribundo de la primera vuelta. Sin embargo, bastan un tiento a la calculadora y una mirada a la clasificación para comprobar que, a estas alturas de la temporada, toda gloria es un bien provisional y, en la misma medida, todos los males tienen remedio.

Tal indecisión no indica que estemos ante un campeonato pobre, sino que seguimos disfrutando de uno de los torneos más estimulantes del mundo. Después de sucesivas aproximaciones, los equipos han encontrado el equilibrio táctico: salvo excepciones, cuidan indistintamente la pelota y la portería, ofrecen su cuota de espectáculo y dan prioridad al talento sobre el músculo. Cada cual tiene sus propios ídolos, seres capaces de convertir un minuto de plomo en un minuto de oro. En la nómina general del torneo podemos encontrar todos los modelos posibles de paladín; percherones como Urzaiz, Armentano, Yordi o Kovacevic, avispas como Saviola, Jordi Cruyff, Rubén, Jorge, Tamudo, Joaquín o Bruno Marioni, comandantes como Toro Acuña, Karpin, Pablo Aimar o Xabi Alonso, ilustres fósiles vivientes como Donato, Eusebio, Caminero, Soler, Anglomá o Djukic, auxiliares de vuelo como Cocu, Makelele, Puyol, Tiko o Mauro Silva, especialistas en alta costura como Valerón, Mostovoi, Tote, Reyes o Etoo o y, por supuesto, todos los tipos posibles de tirador: lanzamisiles como Roberto Carlos, sutiles arqueros como Djalminha y una larga serie de rifles de precisión como Michel o Bolic capaces de volar la escuadra y el marcador.

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En la primera vuelta han aparecido por turno casi todos los grandes solistas del reparto. Diego Tristán ha detenido el tiempo en el área, Kluivert ha levantado cientos de paredes barrocas, Fran ha templado su garfio desde la banda izquierda, Rivaldo ha tenido las inquietantes apariciones del hechicero, Denilson ha levitado sobre la pelota más de cuarenta veces, Darío Silva ha vuelto a calzar dos pirañas que parecen botas, y Raúl ha mostrado de nuevo sus colmillos de cobra.

Pero por ahora estamos en la era Zidane. Después de inspirar el debate más absurdo que se recuerda, el misterioso ZZ se ha puesto sus botas de charol y ha emprendido la tarea de renovar el repertorio del Gran Houdini: a sus órdenes, el balón se ha convertido alternativamente en una burbuja, una golondrina, una bayeta o, sencillamente, en un platillo volante tripulado por un duende.

Llega la segunda vuelta con su música. Que suenen los toques, los marcapasos y el canto del gol.

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