El jazz recupera sus imágenes
La normalización y difusión del formato DVD está consiguiendo lo que intentaron sin suerte todos los formatos de vídeo precedentes: devolverle la imagen al jazz grabado. El olvidado beta y ya agonizante VHS sirvieron de soporte para maravillas jazzísticas, pero ni la imagen ni, sobre todo, el sonido fueron nunca lo suficientemente atractivos como para modificar los hábitos del aficionado que siguió prefiriendo un buen disco (incluso en la época del vinilo) a un buen vídeo. Los documentos jazzísticos filmados no sobrepasaron nunca la categoría de anécdotas al lado de los verdaderos documentos discográficos.
La llegada del DVD está modificando las cosas. La digitalización de la imagen y muy especialmente del sonido (incluso en filmaciones antiguas) obra maravillas. Un DVD puede sonar igual o mejor que un compacto estándar y la calidad de la imagen ha dejado de ser una carga negativa. El jazz (y, por supuesto, otros estilos musicales) ya puede verse en el ámbito doméstico. Un buen ejemplo es la colección Jazz Casual que acaba de publicar la editora andorrana Idem (distribuida en España por Divisa Red).
Jazz Casual es el título que escogió el periodista y musicólogo Ralph J. Gleason para sus programas televisivos de los años sesenta dedicados al jazz. Programas monográficos de treinta minutos en los que Gleason presentaba a un músico o a un grupo en condiciones totalmente relajadas, casi íntimas, como si las cámaras de televisión no existieran y todo aconteciera en la sala de estar de su propia casa. Idem acaba de rescatar 28 de esos míticos programas (la mayoría nunca habían sido editados ni siquiera en vídeo) distribuidos en 14 DVD vendidos por separado.
Louis Armstrong, Count Basie, Cannonball Adderley, Gerry Mulligan, Carmen McRae, Art Pepper, Dizzy Gillespie, Sonny Rollins, Modern Jazz Quartet, Woody Herman, John Coltrane, Thad Jones-Mel Lewis Big Band, B.B. King, Mel Tormé, Dave Brubeck, Lambert, Hendricks and Bavan, Jimmy Witherspoon & Ben Webster, Art Farmer-Jim Hall... La sola lista de músicos a los que Gleason dedicó un programa deja ya muy claro el indiscutible interés de la colección pero, además, es necesario añadir el sabor de la televisión en directo de los años sesenta: glorioso blanco y negro, decorados mínimos o voluntariamente inexistentes, cámaras con escasa movilidad, abundantes encuadres fijos (magníficos para poder seguir plácidamente los solos sin el nerviosismo de las filmaciones actuales), focos que se cruzan, sombras inoportunas, micrófonos a la vista y un largo etcétera de pequeños detalles que ahora cualquier especialista en televisión consideraría errores garrafales pero que resultan simplemente entrañables. Añadamos unas entrevistas inteligentes y grandes dosis de ese humo tan políticamente incorrecto que generan pipas y cigarrillos, tan cercano al jazz.
Ralph J. Gleason (1917-1975) no es ni de lejos un desconocido de los medios musicales y no sólo jazzísticos ya que, entre otras cosas, fue uno de los fundadores de la mítica revista Rolling Stone, perteneció al equipo directivo de Down Beat y publicó sus artículos en docenas de rotativos. Entre 1961 y 1968 dirigió en San Francisco las emisiones jazzísticas de la National Educational Television Network objeto de esta edición. En ellos, el periodista conversa amigablemente con los músicos sin caer nunca en la banalidad y les deja tocar sin cortar ni editar nunca un tema. Los capítulos oscilan de lo exclusivamente musical (John Coltrane, Charles Lloyd) hasta los dominados por la palabra (Louis Armstrong, Count Basie). Satchmo no canta ni toca una sola nota pero protagoniza algunos de los momentos más entrañables de la colección mordiéndose el labio inferior e insinuando una sonrisa profunda mientras escucha uno de sus viejos solos.
La serie incluye muchos otros pasajes estremecedores, por ejemplo, un Round Midnight de Carmen McRae en un casi inmóvil primer plano, el Impressions de un Coltrane pletórico en 1963 (su única aparición televisiva en EE UU), el colemaniano Lonely Woman interpretado por el Modern Jazz Quartet, casi todo el set de Art Pepper, las audacias sonoras de un joven Charles Lloyd en 1968 secundado por un no menos joven Keith Jarret (que se reparte entre el piano, la pandereta y el saxo soprano) o el redescubrimiento de los primeros pasos de un Paul Winter aún descaradamente jazzísticos (west coast casi puro), pero exteriorizando ya su interés por otros mundos musicales.
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