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La incógnita Mas

Francesc de Carreras

Con la proclamación oficial de Artur Mas como candidato de CiU a la presidencia de la Generalitat, se da un nuevo paso en el adiós definitivo de Pujol a la política institucional activa. Ello es una muestra, además, de la importancia que el veterano líder nacionalista concede al futuro de la federación de partidos que dirige.

En efecto, no hay para menos. CiU se juega mucho en las próximas elecciones. Si gana de nuevo, aunque sea por escaso margen, se podrá considerar que es una gran victoria. Si pierde, también por escaso margen, será una derrota honrosa que le permitirá seguir en la brecha sin grandes cambios. Pero si pierde por un descenso acentuado de votos, puede entrar en vías de desaparición. Se demostraría, como algunos creen, que CiU no era otra cosa que mero pujolismo, irrepetible sin su carismático líder. Una derrota de este calibre podría significar el principio de su desintegración y el camino hacia la desaparición o la residualidad, a la manera de la UCD o del PSUC.

Esta hipótesis catastrofista la creo posible, pero no probable. En cambio, las dos primeras me parecen igualmente probables. Si CiU gana, la nueva federación con Unió se consolidará encaminándose hacia la constitución de un nuevo partido plenamente unificado. Si CiU pierde por escaso margen, la federación también se consolidará, pero manteniendo tanto Convergència como Unió su propia autonomía y siendo el principal referente de la oposición en el Parlament de Catalunya.

En este contexto y con estas perspectivas, está todavía por perfilar definitivamente la figura de Artur Mas como líder indiscutido. Y ello no es un problema pequeño si tenemos en cuenta la importancia de los líderes en la cultura política de la España constitucional: Suárez no encontró sucesor, Fraga tardó en forjarlo y Felipe González todavía no lo ha consolidado. En Cataluña, uno de los problemas del PSC ha sido la falta de un claro liderazgo externo. Por tanto, quizá por herencia de un pasado sin tradición democrática, la identificación con un líder parece imprescindible; todavía más, probablemente, si se trata de un partido nacionalista.

En estos momentos, parece que Mas es un líder no discutido dentro del partido, aunque sea un líder todavía circunstancial. En la sociedad catalana, Artur Mas es ya una persona conocida pero todavía no acreditada, a mucha distancia, como es natural, de Jordi Pujol. Desde hace un año estamos asistiendo a la construcción de este liderazgo y en los que están por venir los esfuerzos en este sentido se acrecentarán.

Con ello quiero decir que la figura pública de Mas está comenzando a perfilarse, pero aún está repleta de contradicciones. La principal me parece que está en el contraste entre su origen político y su aparente personalidad. Mas procede del entorno de la familia Pujol, la cual tiene fama de ser doctrinalmente de un nacionalismo duro, tendente al integrismo. En cambio, por su modo de hacer, el futuro líder parece una persona ideológicamente moderada, con un perfil técnico y una manera pragmática de entender la actividad política. Para entendernos, se parece más a Roca que a Pujol. E ideas aparte, comparándolo con líderes de su generación, se parece más a Zapatero que a Aznar.

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Qué primará, ¿su origen o su manera de hacer política? Por un lado, electoralmente es probable que lo que más se adapte a la sociedad catalana de hoy sea el Mas moderado y pragmático que ayude a consolidar la alianza estratégica de fondo con el PP, aun a costa de perder apoyo de votantes de acendrada fe nacionalista, que no son tantos.

Ahora bien, ¿se lo permitirá su partido? Pujol tenía -tiene, perdón- la credibilidad suficiente para que, sin decirlo explícitamente, cualquier repliegue nacionalista fuera considerado mera táctica impuesta por las circunstancias. Avui paciència, demà independència era un lema que los militantes convergentes habían interiorizado plenamente. ¿Seguirá disfrutando Mas de este mismo crédito? Evidentemente sí, en el caso de que Pujol lo avale. Pero si este aval de Pujol se hace demasiado evidente, Mas perderá personalidad política propia, que es precisamente lo que debe adquirir -lo que está adquiriendo- en estos meses. Con lo cual, lo que gana por el lado nacionalista lo pierde por el lado de su necesaria imagen de líder autónomo, libre de la tutela de su carismático antecesor. Por tanto, la contradicción entre las dos almas de su figura pública no logra superarse.

Porque, efectivamente, quizá lo prioritario para Mas es adquirir ante la opinión pública esta personalidad. En el año transcurrido desde su nombramiento in péctore como sucesor no hay duda de que su capacidad de liderazgo se ha ido perfilando. La moción de censura que interpuso Maragall le ayudó mucho, en la misma exacta medida en que perjudicó la imagen del líder socialista. Pero en el impreciso tiempo que le queda antes de las próximas elecciones, su perfil de gobernante capaz debe acentuarse mucho más.

En esta perspectiva, la tentación actual de convergentes y populares puede consistir en escenificar la ruptura en una obra de teatro en dos actos. Primero, dimisión de Pujol e investidura de Mas con el apoyo parlamentario del PP antes del verano. Segundo, ruptura a los pocos meses con el PP, con lo cual el pragmático Mas refuerza su credibilidad nacionalista. Escena final: disolución del Parlament y convocatoria de nuevas elecciones con antelación suficiente respecto a los comicios locales de mayo de 2003, evitando así el desgaste de imagen que a CiU le suponen siempre este tipo de elecciones. La estrategia parece hábil. Pero todo tiene inconvenientes: en este caso, que se haga demasiado evidente ante el electorado que se subordina la política a los intereses de partido, a la exclusiva conservación del poder.

Artur Mas, ciertamente, no lo tiene fácil. Pero está irremediablemente en la carrera y no ha tenido unos malos comienzos, sino todo lo contrario.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB

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