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Columna
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Vuelva la fábula

No sé -y me importa muy poco- si es necesaria, conveniente u oportuna una nueva ley universitaria para cosa más jugosa que los estudiantes interrumpan el tráfico en la calle de Alcalá, frente al ministerio del ramo, dando saltos, soplando pitos y coreando pareados que en tiempos fueron ingeniosos. Están en su derecho; el estudiante debe poder saltar, brincar y dar vueltas al aire, al menos un par de veces cada Ley universitaria. Contemplamos con aprensión la presencia excluyente en las aulas de los ordenadores y la soltura con la que son manipulados por criaturas menores de diez años; asombra, como al hidalgo portugués, que los niños en Francia hablen el gabacho de corrido.

Difícil encauzar con acierto los primeros pasos en la educación de los hijos, nietos y demás parientes sin tener preparada la tierra donde caerá la semilla, si es que alguien la echa y si hay tierra. Quizás sea cuestión de perspectiva que imprimamos cierto ritmo y prioridades entre la estimulante fantasía voladora de Harry Potter y las nociones profilácticas del preservativo. Nunca desaparece la exigencia de los pequeños por replegarse en su bronca y fugaz identidad. Los capitostes parecen darse cuenta de ello y, tras la larga noche de los libros polvorientos, vuelve la oferta del aventurero de Salgari y las peripecias de Guillermo Brown, que hubiera querido escribir Carlos Dickens y que, a mi juicio, ha dado en el mismo clavo Elvira Lindo con Manolito Gafotas. La imaginación adulta se espabila para entretener a esos diabólicos seres pequeñitos cuando transitan por el pasillo emocional que nunca se parecerá al del resto de sus días. Es axiomático: si algo les agrada también gustará a los mayores, porque todo niño lleva un adulto dentro.

Propongo la rehabilitación de los fabulistas, referencia donde tejer el envés de la cultura. Si queremos llegar a la mentalidad infantil, hagámoslo por sus pasos, que hace tiempo están contados. Los niños, con notable perspicacia, comprenden enseguida los argumentos que escuchan por boca de los animales, más y mejor a través de los dibujos animados. Puede darnos vergüenza expresar ciertos principios éticos o morales, pero se convierte en algo soportable si vienen expresados por el diálogo entre dos ratones traviesos, un oso torpe y sentencioso o un alborotado correcaminos, con mayor claridad que transmitido por un señor sin corbata y mal afeitado. Esto no ha sido un invento de Walt Disney, que nos llega por los pelados cruces de los senderos del Ática. Fedro y Esopo alcanzaron una envidiable notoriedad, hilando apólogos, parábolas, fábulas y sentencias que entendía todo el mundo y cimentaban muchas convicciones intrínsecamente útiles. Tenemos a mano a Iriarte, Campoamor, Samaniego, gente de la cantera. ¿Quién explica mejor el desistir de algo que está fuera de nuestro alcance que la reflexión de la zorra y las uvas?

En este país nuestro, desde hace algunos quinquenios se nota un esfuerzo por adaptarse a la vida democrática -parece que en regresión y sustitución por otra cosa- y el angustioso empeño de los políticos hacia el comportamiento del adversario. Gran desprendimiento y generosidad que orilla las propuestas parlamentarias propias para mostrar una apasionada solicitud por las flaquezas del rival. Unos y otros se reprochan, sin bajar la guardia, la mínima desviación en las acaloradas propuestas electorales a su clientela. Imparcialmente, parecería deseable poner de relieve el fraude que unos dirigentes cometen con quienes han depositado en ellos la confianza. A los votantes parece traerles al fresco estos descuidos, tan sublimados y solícitos. 'Ustedes prometieron tal cosa y están haciendo otra'. 'Aseguraron una línea de conducta y se desempeñan con la contraria'. A quienes tortura, quita el sueño y perturba sobremanera la falta de coherencia, es a quienes se sientan en los escaños de enfrente, cuando deberían frotarse las manos. Padecen y se lanzan en socorro del enemigo, para salvarle de él mismo, lo que no deja de ser curioso.

Recuerdo, como referencia ilustrativa, una fábula de Samaniego acerca del perro que no se detiene al beber, por la cercanía del taimado cocodrilo, que le exhorta a la calma. 'Dañoso es beber y andar, / le dijo el perro prudente, / ¿pero es más sano aguardar / a que me claves el diente?'. El fabulista felicita al can viejo: 'Yo venero tu sentir / en eso de no seguir / del enemigo el consejo'. Parece claro, ¿no? Pues hay quien lo entiende al revés. ¿Y lo del panal de rica miel no está bien traído? ¡Feliz año nuevo!

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