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Columna
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Telar callejero

El acontecer cotidiano se trenza en la calle, que es como un telar con urdimbre humana. La calle y la urdimbre humana de Castellón, hace cien años, era la de una ciudad con apenas treinta mil almas que crecía moderadamente. Y con un moderado conservadurismo vivía aquel inicio de urbe en donde algunas sagas familiares, como la de los Fabra, urdían a su vez en política por tal de mantener en sus manos los hilos del poder. Cuando se cruza esa calle castellonense el año del euro, nos damos cuenta que casi todo ha cambiado, mientras se resiste al curso de los años un conservadurismo añejo todavía vivo y coleante.

Se acabaron los tiempos en que la urdimbre humana de la capital de La Plana tenía un tinte monocolor. La población castellonense del 2002 brilla por su diversidad. Somos 155.081 habitantes según el último padrón municipal. Un padrón municipal en el que no están los sin papeles, unos 5.000 según cálculos del concejal Alberto Fabra. Cálculo acertado, por otro lado, que confirman la calle y las largas colas de los sin papeles que intentan inscribirse como ciudadanos. Así pues, según el censo y según el cálculo, algo más del 10% de la población procede de los cuatro puntos cardinales: colorido y diversidad donde antes había uniformidad. Rumanos, argelinos, nigerianos y andinos, comunitarios y no comunitarios forman parte de la urdimbre humana castellonense, cuya imagen se proyecta en la calle como se proyecta la sombra del carismático Fadrí, el campanario símbolo de la ciudad. Una nueva realidad que necesita de nuevos planteamientos y medidas encaminadas a la convivencia ciudadana.

Hablemos, por ejemplo, de la necesaria oficina municipal encargada de los asuntos de nuestros conciudadanos extranjeros; la oficina o el organismo que les facilite cursos de idiomas locales, les oriente a la hora de conseguir una vivienda de alquiler aceptable o los haga conocedores de sus derechos y deberes en el ámbito laboral. Mucha tarea tienen los ayuntamientos que realizar.

Y el euro es un cambio serio, aunque la urdimbre humana que pisa las calles de Castellón se lo tomó con gracejo y donaire casi festivo. Manoli, la quiosquera de la Ronda, sumaba y restaba, multiplicaba y dividía mentalmente, a primera hora del dos de los corrientes, con mayor rapidez y agilidad que un euroconversor. Un cuarto de hora tardó el viejo Vicente en constatar, el día tres y en la Cooperativa Agraria, que el pago y la vuelta en euros de sus plantones de tomateras eran correctos; desconocimiento que no desconfianza, puesto que se relaciona con el muchacho que le atendía desde hace varios años. Rieron al final el tamaño de las monedas de céntimos. 'Como el de la peseta, el único problema del euro es no tener los suficientes para vivir', apuntaba jocoso Tomás, el marido de la panadera del barrio periférico. Y se suma y se resta y se sigue.

Como siguen, entre tanta innovación, las mentalidades del paleolítico inferior o superior, que en esto no se ponen de acuerdo los arqueólogos, que tachan a una gran parte de la urdimbre callejera, la que no está de acuerdo con el desarrollismo del PP de Carlos Fabra, de falta de inteligencia o 'descerebrada'. Quizás el prócer conservador no se ha enterado todavía de que el desarrollo ha de ser compatible con el respeto al patrimonio natural del Dessert de les Palmes. El conservadurismo castellonense de Carlos Fabra está demasiado anclado en el pasado remoto y reciente, comenta la urdimbre callejera, y no lo cambia ni el euro.

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