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Las cajas ante el año 2002

No ha sido 2001 un año especialmente brillante para el sector financiero, ni aquí ni en el resto del mundo. Tampoco para las cajas. El beneficio neto individual del conjunto del sector de cajas caía a finales de septiembre un 2,5%, y el margen de explotación permanecía estancado. Además, aproximadamente la mitad de las cajas presentan una disminución de beneficios con respecto al mismo periodo del año anterior.

De forma muy sintética, la explicación de estos resultados es la siguiente: los bruscos descensos de tipos de interés han acelerado el proceso de estrechamiento del margen financiero; el viraje a la baja del ciclo económico y la mala evolución de los fondos de inversión han disminuido los ingresos por comisiones y por operaciones financieras; y los gastos de explotación de las cajas continúan siendo, en general, elevados debido a los procesos de expansión. Todo esto, unido al fuerte incremento de las provisiones por insolvencias debido al nuevo fondo anticíclico regulado por el Banco de España, explica los resultados de las cajas. Además, a todos estos factores cabría añadir que la negativa evolución de las Bolsas, al menos hasta septiembre, ha obligado a algunas cajas a sanear minusvalías. Este escenario convive con un debate que nos llevará a unos más que probables cambios legislativos, en el sentido de reducir la representación política en los órganos de gobierno de las cajas y regular las cuotas participativas.

Todo ello parece sugerir a algunos que se avecinan años de cambios profundos para el sector de las cajas, y muy especialmente para las cajas pequeñas, que, según su línea de argumentación, no podrán hacer frente a las muchas dificultades a las que el cambio de ciclo las enfrenta. De aquí a augurar procesos de fusión, o incluso a abogar por su conveniencia, va sólo un paso. De hecho, en los últimos días hemos visto titulares e incluso editoriales en esta dirección.

En el sector estamos acostumbrados a este discurso, que aparece y reaparece de forma recurrente. Pero, sinceramente, a veces pienso que se frivoliza demasiado este asunto, y muchas veces utilizando argumentos, a mi entender, poco contrastados y muy basados en tópicos, como por ejemplo que las cajas pequeñas no podrán competir en el mercado del euro.

Por un lado, pienso que un proceso generalizado de fusiones de cajas supondría la pérdida de un activo importante para los territorios que tienen el privilegio de contar con una caja local. Por otro, supondría una pérdida para los consumidores, en la medida en que se perderían posibilidades de elección. Que nadie lo dude, las cajas pequeñas compiten ferozmente con las grandes, y también con los bancos, y ello redunda en beneficio de los clientes.

Dicho esto, no creo que la mayoría del sector tenga ningún prejuicio conceptual en contra de las fusiones de cajas. Si una caja -pequeña o grande- no sabe competir, debe ser absorbida o fusionada. Ahora bien, en otros sectores, aunque un año no resulte especialmente brillante, no por ello se pone en marcha automáticamente un proceso de especulación sobre posibles reestructuraciones del sector. En cambio, en el mundo de las cajas, a base de repetirlo, ya es casi un tópico que las entidades pequeñas no hayan de ser capaces de competir en el nuevo mercado, más globalizado, del euro. Un tópico basado en una falacia.

En efecto, los resultados del año 2001 habrán sido malos para no pocos bancos europeos, bancos grandes, de tamaño global. No son, pues, las cajas pequeñas, sino algunos grandes bancos, los que están pasando por más dificultades. Por el contrario, muchas cajas pequeñas podrán sin duda aprovechar las ventajas que el euromercado les ofrece y afrontar los retos del futuro, gracias a su flexibilidad, capacidad de maniobra y conocimiento del territorio que les es propio, y también gracias al modelo de coopetencia (cooperación más competencia) con el que la Confederación Española de Cajas de Ahorros colabora con las cajas para que éstas puedan aprovechar las economías de escala derivadas de un mayor tamaño.

De hecho, a finales de septiembre, de las 15 cajas que ocupaban las primeras posiciones en la clasificación de eficiencia operativa (ratio de los gastos de explotación sobre el margen ordinario), nueve tienen un balance inferior al billón de pesetas, es decir, son pequeñas o muy pequeñas; cinco son medianas, y sólo una de ellas puede considerarse una caja grande. Por tanto, los datos objetivos demuestran que, independientemente de la posibilidad de que alguna caja pequeña tuviera que enfrentarse a dificultades insalvables, las cajas pequeñas, e incluso las muy pequeñas, tienen unos equipos profesionales que las gestionan de forma eficiente. Cifras en mano, pues, las cajas pequeñas se han ganado, a base de eficiencia, el derecho -y me atrevería a decir, la obligación- de reivindicar el mantenimiento de su identidad e independencia en la gestión.

Los retos de 2002 no son fáciles: los márgenes continúan estrechándose, probablemente la morosidad empeorará, debemos hacer un gran esfuerzo para contener los gastos de explotación -una de nuestras asignaturas pendientes-, etcétera. Pero las cajas gozan de buena salud, y han demostrado en el pasado no sólo capacidad de adaptarse a los cambios, sino también de anticiparlos y propiciarlos. Desde el decreto de Fuentes Quintana del año 1977, en que se equiparaba la actividad de las cajas a la de los bancos, las cajas han ido ganando cuota de mercado a los bancos, a los que superan, y esto no se consigue si no es con profesionalidad.

Las cajas deben encarar el futuro con prudencia, pero pueden hacerlo también con confianza: la confianza que dan tantos años de servicio profesional y proximidad a los clientes. Son éstos unos factores que han contribuido a crear en la sociedad una profunda corriente de complicidad y simpatía hacia las cajas, que constituye su mejor garantía de futuro. Un futuro en el que las cajas deben continuar combinando el binomio eficiencia-solidaridad. Una ecuación no siempre fácil de equilibrar, pero cuya necesidad se hace más evidente en los momentos actuales, en los que la globalización, para poder ser sostenible, exige eficiencia, pero también reclama solidaridad.

Adolf Todó es director general de Caixa Manresa y profesor de ESADE.

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