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Reportaje:HISTORIAS DEL COMER

Regio y con sorpresa

La tradición del rosco de Reyes permanece, aunque sea un bollo suizo vendido a precio de caviar

El 6 de enero es de esas fechas creadas para compartir la ilusión con los más pequeños y ejercitar la nostalgia de la infancia y la magia del día de Reyes. En las alforjas de sus camellos o caballos los tres Magos nos traen no sólo regalos y carbón. Al rebufo de su estela surgió y se mantiene incólume un ritual de obligado cumplimiento, suculento y antiguamente elaborado por hogareñas manos y hoy comprado en pastelería: el roscón de Reyes. Ese bollo suizo, que se vende a precio de caviar, perfumado de azahar con forma de corona y salpicado de multicolores frutas escarchadas como piedras preciosas y con sorpresa incluida

Sus antecedentes están en tiempos de Roma, cuando la llegada del año nuevo coincidía con el comienzo de la primavera (en el calendario juliano el año nuevo se celebraba el 25 de marzo) y diciembre era el arranque de las fiestas del invierno. En ellas se honraba a sus dioses (principalmente a Saturno) y se regalaban a plebeyos y esclavos los antecedentes de estos roscones, unas tortas confitadas de dátiles, higos y miel que escondían una haba seca. Al que la encontrase se le distinguía con el efímero y simbólico título de rey. Muchas dulcerías y panaderías europeas elaboran aún un pan de Navidad similar a éste.

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En la Edad Media, la Iglesia cristianizó estas fiestas para celebrar el nacimiento de Cristo y bendijo la tradición de las primigenias tortas con una legumbre de la suerte (el haba seca o, en euskera, babatxiki), que en tiempos modernos se sustituyó por una figurita de madera, loza o cristal, y últimamente por algo tan desagradable como el plástico. El afortunado descubridor era considerado, como el nacido Jesucristo, el rey de las fiestas. La costumbre llegó algo tarde a España, pero se implantó en todo el territorio de la mano del primer rey Borbón, Felipe V.

Sin embargo, en el año 1000, la Iglesia ya había logrado transformar el espíritu primitivo de la fiesta: en países como Francia la figura del rey del haba recaía sobre el niño más pobre de la ciudad. Durante la Edad Media, se compartía una parte del roscón con los necesitados. En Navarra, el título lo otorgaban los reyes mismos y el niño escogido era vestido como un monarca y obsequiado con dinero y trigo para su familia. En Aóiz se escogía al rey en función de la suerte de la baraja, correspondiendo tal honor al que le caía el as de oros. En otros casos, la elección del efímero monarca dependía de caracteres más o menos burlescos, como parece que sucedía en Olite, en una fiesta a la que eran invitados los niños pobres de la localidad donde se hallaran los reyes de este día.

Esa costumbre duró hasta muy entrado el XVIII y fue recuperada en Navarra hace varias décadas. Pamplona también celebraba esta fiesta con gran bullicio. Según las crónicas de la época, las cuadrillas acompañaban a sus reyes por las calles, disparando armas, cohetes, buscapiés, ruedas y otros artificios de fuego, vitoreándolos. El Consejo Real de Navarra prohibió estas costumbres en 1765. Así que se acabó la parte más marchosa pero a la vez más solidaria del tema, pero la ceremonia encontró su lugar en una réplica similar dentro del estricto entorno familiar.

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