El faro sigue dando luz
Durante muchos años, Montserrat Caballé ha sido el faro principal (en épocas difíciles casi el único) que ha iluminado las actividades del barcelonés Teatro del Liceo desde que debutó en el mismo hace ahora 40 años. Por problemas de salud, dejó de cantar ópera escenificada durante 10 temporadas y ahora ha regresado a los escenarios con el estreno en Barcelona de Henry VIII, ópera prácticamente desconocida de Camille Saint-Saëns, el autor de Samson et Dalila. No sólo por los muchos momentos mágicos que protagonizó, sino también por el indudable magnetismo de una personalidad ya histórica, cabe convenir que el faro sigue dando luz, a pesar de algún guiño lumínico debido seguramente a la inteligente administración que la diva supo hacer de sus recursos actuales. Pero entre los citados momentos mágicos, podrían citarse la fuerza y la brillantez en el registro superior de sus dos dúos con Nomeda Kazlaus y, en sus intervenciones en solitario, los fiatos, la media voz y sus legendarios pianísimos.
Henry VIII
De Camille Saint-Saëns. Intérpretes: Montserrat Caballé, Nomeda Kazlaus, Begoña Alberdi, Simon Estes / Robert Bork, Charles Workman, Paolo Pecchioli, Claude Pia, Hans Voschezang, Celestino Varela, Josep Fadó, Alfredo Heilbron y Carles Prat. Orquesta y Coro del Liceo. Producción del Théâtre Impérial de Compiègne. Dirección escénica: Pierre Jourdan. Dirección musical: José Collado. Teatro del Liceo. Barcelona, 4 de enero.
A Caballé cabe atribuirle también el haber podido conocer esta obra de Saint-Saëns, que fue rescatada del olvido en Montpellier (1989) y Compiègne (1991) y que, aunque menos redonda que la más famosa ópera de su autor, tiene indudable interés. Posee, en general, una elegante factura, una clara facultad melódica y también un punto de sobriedad, si no fuese por la aparatosidad efectista del llamado cuadro del sínodo. El único reparo es el de su larga duración, que lleva a una cierta premiosidad en su desarrollo escénico y musical.
Buena parte del éxito final de la representación, aparte de la presencia de Caballé, se debió a la excelente dirección musical de José Collado, que supo extraer de la obra todo lo bueno que encierra, demostrando ser un auténtico director de ópera que, además, sabe muy bien (cosa poco habitual hoy en día) cuándo puede hacer uso de la caja de los truenos y cuándo debe plegar velas sonoramente hablando.
La producción de Compiègne, con una escenografía escueta y algo claustrofóbica, cuya eficacia crece a medida que avanza la representación, es funcional y no molestó, lo mismo que la dirección escénica de Pierre Jourdan, que intentó vestir el continente con el contenido del vestuario, la luminotecnia y un movimiento en ciertos momentos algo rutinario.
En el resto del reparto destacó la prometedora actuación de Nomeda Kazlaus, voz joven, presencia y canto cuidado, que abordó con aplomo la tesitura híbrida del personaje de Ana Bolena, entre soprano y mezzo. Con algún problema pasajero, discreta la actuación del tenor Charles Workman y, en cometidos menores, es justo destacar a Claude Pia y las sólidas voces de Begoña Alberdi y Josep Fadó.
La representación comenzó accidentadamente. En primer lugar por la cancelación del célebre bailarín argentino Julio Bocca, que fue sustituido por Pablo Torres, y en segundo lugar porque Simon Estes mostró no estar en condiciones para abordar el personaje de Enrique VIII, por lo que antes de dar inicio a la segunda parte de la representación (actos tercero y cuarto) se anunció que la laringitis que padecía se había agravado en el curso de los dos primeros actos y le era imposible continuar la función; fue sustituido por Robert Bork, que interpretará el mismo personaje los días 10 y 15 y que salvó esta representación con eficacia, aplomo y profesionalidad.
El éxito final fue entusiasta y unánime, con el público puesto en pie, bravos y lluvia de octavillas. Todos recibieron su justa parte, pero especialmente Caballé, como es lógico, en el mayor éxito de la actual temporada y por toda su trayectoria. El faro volvió a dar luz.
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