Vivas historias sugestivas
Esta maravillosa novela fantástica del siglo XVIII se conoce en lengua española desde el año 1967, fecha de publicación en Argentina y de la mano de Ediciones Minotauro llegó a España, primero como libro importado y, más tarde, editado aquí bajo el mismo sello. Sin embargo, aquella edición sólo contenía una parte del Manuscrito encontrado en Zaragoza. El libro está concebido en forma de decamerón o historia transcurrida en 10 días, según el estilo antiguo; en realidad se trata de cuentos narrados en jornadas sucesivas hasta completar un total de ellas previamente definido. Pues bien, la edición de Minotauro contenía tan sólo las 14 primeras jornadas, las dedicadas a narrar los avatares de Alfonso van Worden, capitán de las Guardias Valonas al servicio del rey Felipe V, por tierras de Sierra Morena, e incluía otras tres historias añadidas al volumen por su editor, Roger Caillois; sin embargo, el total del Manuscrito encontrado en Zaragoza consta de 66 jornadas. Hace unos años se hizo una edición española (editorial Palas Atenea) completa del libro, edición que lamento no tener a mano mientras escribo estas líneas, que circuló de manera restringida y que recuerdo bien traducida. Pero, agotada y no reeditada, le llega el turno a la que ahora publica, en su admirable colección Narrativa Clásicos, la editorial Pre-Textos, que es la que parece que asentará definitivamente esta verdadera joya de la literatura. La traducción de Minotauro se debió a la pluma del gran escritor argentino José Bianco; y hete aquí que en esta novela en la que la casualidad parece jugar un papel tan importante, la traducción que comento se debe a otro gran escritor, argentino y también de culto, cuya obra va poco a poco editándose en España: César Aira.
MANUSCRITO ENCONTRADO EN ZARAGOZA
Jean Potocki Traducción de César Aira Pre-Textos. Valencia, 2001 868 páginas. 34,26 euros
El Manuscrito encontrado en Zaragoza es una verdadera suma de historias, pero aunque parezca que se va de tanto en tanto por los cerros de Úbeda, lo cierto es que el lector irá advirtiendo cómo, poco a poco, todas las historias se hilan y encuentran un orden y un sentido general. El libro tiene tres protagonistas: Alfonso van Worden, que ya he citado, Juan Avadoro -mencionado sobre todo como el jefe gitano- y, en un segundo plano, aunque siempre presente de un modo u otro, el jeque de los Gomélez. El primero es quien inicia el relato cuando hace noche en la misteriosa Venta Quemada y amanece tendido entre los dos ahorcados: sus aventuras parten de ahí y es el bloque más uniformemente fantástico de la narración, al que igualmente prestan su contribución un ermitaño también misterioso y el endemoniado Pacheco, figura emblemática del libro que acaba resultando ser... Pero no, probemos a hablar del libro sin adelantar la intriga.
En la jornada duodécima se encuentran el joven Van Worden y el jefe gitano, Avadoro, y a partir de aquí será éste quien tome el mando de la narración teniendo a Van Worden como acompañante por los valles y montes de Sierra Morena; haremos también unas incursiones en Sicilia, México y el norte de África a cuenta de las diversas historias que se van entremezclando y, por fin, a pocas jornadas del final, el jeque de los Gomélez, familia a la que debemos en más alto grado el sustento de la parte más fantástica, se dará a conocer y pactará con Van Worden el cierre del libro, donde todo lo narrado encontrará su lugar.
No es corriente hallar tan variada
, intrigante y sugestiva combinación de historias como no sea en clásicos del calibre del propio Decamerón o de los cuentos de Canterbury, a cuya estirpe pertenece. Roger Caillois, en la introducción a su selección, afirma: 'Por muchos de sus rasgos, el Manuscrito encontrado en Zaragoza pertenece aún al siglo XVIII: las escenas galantes, la afición al ocultismo, la inmoralidad sonriente e inteligente, el estilo, en fin, de una elegante sequedad, fácil, sobrio y preciso, sin resalto ni excesos. Por otros de sus caracteres, anticipa el romanticismo: nos da un pregusto de los estremecimientos inéditos que una nueva sensibilidad pedirá bien pronto a la fascinación de lo horrible y lo macabro'. Entre estos dos siglos XVIII y XIX o 'con un pie en Voltaire y otro en Hoffman', como se ha dicho también de él, el Manuscrito encontrado en Zaragoza es una obra imprescindible en la biblioteca de todo buen lector. Pero quizá el lector tema encontrarse con un asunto arcaico. Nada más incierto: ni trama ni escritura ponen impedimento alguno a un lector actual; todo lo contrario: yo creo que puede fascinarlo en estos tiempos de escasa imaginación donde cualquier modesta y repetitiva peripecia pasa por ser una historia.
Pero, además, la lectura es especialmente atrayente por cuanto nos habla de un mundo subterráneo de moros y judíos en una España de superficie cristiana donde la Inquisición y el honor son el sustento de un orden. El libro hay que leerlo como lo que es: un viaje iniciático entre la realidad y la fantasía que se realiza en la persona del joven Van Worden y en el que las historias, tanto las centrales como las adyacentes, cumplen un papel especular de manera que todas acaban reflejándose en la intención iniciática del relato. La complejidad de la estructura hace que el cuerpo de historias venga a confluir en un río central, pero, a su vez, operan entre sí como espejos donde se reflejan como variantes de un mismo tipo de asunto. El resultado es que vemos cómo se van interpretando e interpenetrando una a otras y lo que parece desorden o descuido se va convirtiendo, según avanza, en una férrea organización.
Sería inútil referirse a las historias pues cada una tiene su propia vida; tan sólo decir al lector que las tres líneas narradoras (Van Worden, Avadoro, Gomélez) son las que agrupan a las demás y, en consecuencia, las más extensas; su transcurso se enriquece con la llegada de las historias afluentes. Ahora bien: todo sucede en torno a un centro y se consigue la sensación de multiplicidad de escenarios y, a la vez, de que nadie se ha movido de un mismo lugar: la Venta Quemada y el lugar de los ahorcados, que son como la puerta por donde entran y salen todas las historias hasta el punto de dejar finalmente en el lector la impresión de no acertar a decidirse entre el sueño y la realidad.
Por lo demás, relatos como la
historia de Rebeca, la verdad de la relación de Avadoro con Leonora, la del judío errante o la del terrible peregrino Hervás son una muestra de altísimo ingenio. Y entre todas destaca por su sentido del humor increíblemente moderno la del geómetra Velásquez (cuyo padre, matemático desengañado, trata de dirigirle hacia la estupidez cortesana como modo de salir adelante en la vida y acaba descubriendo que el chico ha sido capaz de deducir por sí solo la ley del binomio o le sucede que, cuando su tía Antonia trata de seducirlo, tiene tal shock que 'sus ideas dispersas se reunieron como un nudo y formaron un sistema', el sistema Velásquez, verdaderamente desopilante y científico a la vez, que hubiera hecho -si no las hizo- las delicias de Julio Cortázar). Y así, entre bandidos, contrabandistas, magos, un oro subterráneo en poder del islam que recuerda inquietantemente al petróleo de hoy día, endemoniados, el chivo negro y las delicias del amor a dos o a tres e incluso el travestismo, transcurre nuestro impagable Manuscrito encontrado en Zaragoza. Una lectura absolutamente recomendable por deliciosa, divertida e inteligente.
Viajero impenitente
EL CONDE Jean (o Jan) Potocki nació en Polonia en 1761. Allí comienza sus estudios, que continúa en Ginebra y Lausana. Bien dotado intelectualmente y bien instruido, se convierte además en un viajero impenitente, un verdadero cosmopolita cuya principal motivación es la curiosidad y el conocimiento. Viajó por Italia, Sicilia, Malta, Túnez, Constantinopla y Egipto siendo muy joven y ya en la treintena es cuando recorre España, además de otros países como Rusia o China. Publicó numerosos libros, ninguno de los cuales relevante con excepción de este Manuscrito encontrado en Zaragoza, pero la variedad de asuntos tratados en ellos da la imagen de una cultura verdaderamente enciclopédica y el lector del Manuscrito encontrado en Zaragoza comprobará sin dificultad la amplitud y fundamento de sus conocimientos, desde la arqueología hasta las religiones, pasando por la ciencia de su tiempo o la simbología ocultista. Su decadencia comenzó en 1812, retirado a sus tierras después de haber efectuado diversas misiones diplomáticas y haber subido audazmente en globo con el francés Blanchard. En 1815 se suicidó de un tiro. César Aira cuenta dos versiones, la más adecuada parece ser la de que adaptó como bala la tapa de una tetera de plata y la hizo bendecir antes de dispararse. Probablemente no imaginó nunca que su libro sería de una modernidad tal que ya enfila el siglo XXI sin otro acompañamiento que el de un prestigio creciente, que coincide con la fijación del corpus definitivo de la obra que esta edición nos ofrece.
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