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EL EURO EN LA CALLE
Columna
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El enlace con el euro

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Lo que se había previsto como una operación logística difícil y molesta ha resultado ser una fiesta. Creíamos que iba a ser como una mudanza y que la gente iba a sufrir especialmente los inconvenientes del trasiego, minusvalorando la satisfacción que produce estrenar algo, incluso una nueva moneda. Visto lo sucedido, la entrada del euro ha parecido la celebración de una boda. Y la comparación es oportuna porque, dada la imposibilidad de modificar nuestra paridad cambiaria, la operación euro tiene mucho de unión y, si no acaba en separación, de indisolubilidad. Por eso ahora, sin ánimo de aguar la fiesta, conviene avisar de lo que hay que hacer para que dure.

Hay que recordar que la clave del aumento del bienestar económico se encuentra en el crecimiento de la productividad. Y ni España ni Europa han sido precisamente un modelo en productividad en los últimos años. Es verdad que desde 1994, en que el paro empezó a disminuir, y hasta mediados de este año 2001, en que ha vuelto a aumentar, tanto España como Europa han vivido un periodo muy satisfactorio de crecimiento del PIB y del empleo, pero, entre los factores que explican esa fase de expansión -el mayor crecimiento de la economía mundial, la herencia de las reformas estructurales acometidas en los últimos veinte años, la propia introducción del euro, etcétera- no está el crecimiento de la productividad.

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Según el último Informe sobre Competitividad elaborado por la Comisión Europea, el crecimiento de la productividad en Europa ha sido inferior al de Estados Unidos y la ejecutoria de España en este terreno ha sido la peor de los 15 países de la Unión, ya que mientras los demás países europeos han aumentado su productividad de 1996 a 2000, en España la productividad ha ido hacia atrás en estos años, lo que no había sucedido nunca en la historia económica reciente de nuestro país.

Si, a pesar de esta lamentable evolución de la productividad, nuestros resultados en crecimiento y empleo en los primeros años del euro no han sido peores que los de los países grandes europeos ello se debe en gran parte a que, hasta ahora, la moderación salarial nos ha permitido compensar los negativos efectos del comportamiento de la productividad española sobre la competitividad. Pero mirando hacia delante, incluso si seguimos contando con sindicatos tan colaboradores como los actuales, será muy difícil evitar, cuando el euro físico aliente la convergencia en los precios, que no se produzca también la convergencia en los salarios. Si para entonces no ha aumentado la productividad paralelamente, nuestras empresas perderán competitividad y, no pudiendo restaurarla con devaluaciones, lo pagaremos con menos crecimiento y más paro.

Algunos economistas ven ya los signos de ese triste desenlace en las cifras económicas con que España ha cerrado el año 2001: el aumento del paro registrado, el deterioro de la balanza corriente o el desequilibrado crecimiento sectorial del PIB con una industria en recesión. Pero es pronto para, en medio de la celebración del enlace con el euro, asegurar que el deterioro de la economía española en el 2001 es el reflejo de nuestra pérdida de competitividad y no la consecuencia de la situación económica internacional. Lo que sí es cierto es que el empeoramiento de la economía española debería aprovecharse para acabar con una política económica que se dedica a presumir de lo que no depende del Gobierno, como el bajo nivel de los tipos de interés, y no se centra en lo que debería ser su prioridad, el aumento de la productividad.

Son varias las políticas que estimulan el aumento de la productividad como, por ejemplo, la introducción de competencia en los mercados, la importancia dada a la educación, a la formación, a la innovación y al desarrollo tecnológico o la reducción del gasto público improductivo. El Gobierno lleva cinco años diciendo que está a favor de estas políticas, pero, cuando se examina la realidad de las medidas o sus resultados en términos de aumento de productividad, se descubre que todavía no ha hecho nada que merezca la pena mencionar. Éste es el aviso: o el Gobierno orienta su política hacia el objetivo de aumentar la productividad, o esta boda que estamos celebrando acabará mal.

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