Granada, 2 de enero
En la fiesta de Nochevieja organizada por la Asociación contra el Cáncer, y celebrada en el Palacio de Congresos de Granada en la madrugada del 1 de enero, mi hijo de 18 años sufrió una agresión brutal por parte de dos desconocidos, sin que mediara palabra con éstos, ni hubiera ningún motivo u hostilidad previa. Enmedio de la fiesta, mi hijo fue repetidamente golpeado y arrojado al suelo, sin que nadie entre los asistentes a la fiesta le prestara ayuda o contuviera a los agresores, y sin que intervinieran los responsables de la seguridad del acto. Sangrando abundamentemente por la nariz, que resultó fracturada, con la cara hinchada por los golpes, mi hijo se dirigió a los servicios, y en ese momento uno de esos responsables de seguridad que no se habían molestado en auxiliarlo le recriminó que intentara entrar en los lavabos pasando por delante de la gente que hacía cola, y le indicó con malos modos que guardara su turno. Posteriormente fueron identificados los agresores por la dotación de policía que había en las proximidades del palacio de congresos: fueron identificados, entre otras cosas, porque uno de ellos estaba manchado por la sangre de la persona a la que tan impunemente había agredido, hecho que reconocieron sin dificultad, y parece que también sin preocupación. A pesar de eso, y estando identificados como tales, los agresores no sólo no sufrieron ningún contratiempo, sino que regresaron tranquilamente a la fiesta, sin que ningún responsable de la seguridad les impidiera su acceso, de modo que pudieron seguir divirtiéndose mientras la persona a la que había golpeado era llevada en ambulancia a un centro sanitario y atendida por las lesiones en la cara, la nariz y los dientes.
Me parece vergonzosa la irresponsabilidad de los organizadores de la fiesta, la ineficacia de los encargados de la seguridad y la desenvoltura con que unos agresores pueden campar impunemente, y creo mi deber advertir que detrás de la supuesta normalidad con que se asegura que transcurren las celebraciones de esa noche hay riesgos muy graves para las personas pacíficas, que si tienen el infortunio de cruzarse con maleantes como los que asaltaron a mi hijo es probable que padezcan no sólo el dolor físico y la humillación moral de una paliza, o de algo todavía peor, sino también la ineptitud de los encargados de mantener el orden y la indiferencia de los testigos.
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