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La sangre es buena (a veces)

Victoria Combalia

Cené hace poco con Fréderic Beigbeder; ya saben, ese chico francés que se ha hecho despedir de su gran empresa en la que era publicitario, uno de los llamados creativos. Y me acordé de mi experiencia como asesora artística de grandes multinacionales. Yo me lo pasaba bomba, ellos aprendían muchas cosas y lanzaban un ¡oh! y un ¡ah!, pero también en más de una ocasión se reveló un diálogo de sordos y yo salía de aquellas impecables oficinas,tan modernas, pensando en lo desfasados que estaban, en la gran distancia que existe entre el arte verdaderamente innovador y la vida real.

Entonces, atando cabos, me acordé de mi amigo Félix de Azúa, con quien hace unos diez años tuve una gran pelea teórica -tenemos muchas, pero no por ello dejo de admirarle como gran cabeza pensante que es- sobre la vigencia o no del arte llamémosle avanzado,que entonces aún llamábamos de vanguardia. Según Félix de Azúa, el arte ha perdido su capacidad de incidir en la realidad y ya no cuenta más que como moneda de cambio y de prestigio, además de ser objeto de manipulación política. Sí, hay artistas excelentes, añadía, e incluso los hay excelentes en la rueda de la moda y del mercado. Pero el arte ha malogrado su capacidad de significación histórica inmediata. Tengo que reconocer que el desarrollo de estos últimos años en el mundo de la cultura -convertida casi toda ella en industria cultural- me ha ido decantando hacia las posturas de Azúa, quien cree también que lo que llamamos arte se ha diluido en la vida, en la publicidad y en los múltiples estímulos visuales que acosan al hombre y a la mujer de hoy. Pero si esto fuera totalmente cierto, me digo, los publicitarios no estarían a años luz de un buen artista (esto es lo que también más o menos viene a decir Fréderic Beigbeder en su librito titulado 99 F, y lo dice de forma muy light, pero llena de humor).

La sangre, o sea cualquier flujo, debería ser considerado bueno sólo porque fluye y sale de nosotros mismos: podría significar una nueva manera de amarnos, claro que de flujos ya habían hablado Quevedo y Bataille

Cuando una gran empresa de compresas femeninas me pidió asesoramiento sobre las imágenes artísticas de la mujer moderna, se me ocurrió de inmediato el eslogan la sangre es buena. No pareció gustarles demasiado; más bien se arrugaron un poco en sus asientos. Pero para mi generación, o sea la de las liberadas, el que viniera la regla era un síntoma de no estar embarazada, y por tanto, bueno. Y también, qué diantre, la sangre, o sea cualquier flujo, debería de ser considerado bueno sólo porque fluye y sale de nosotros mismos: podría significar una nueva manera de amarnos (claro que de los flujos ya habían hablado Quevedo y Bataille en nuestro siglo; no les estaba inventando nada nuevo).

En cuanto a las imágenes -algo que ya intuían los directivos que me habían encargado aquel trabajo-, era evidenteque el arquetipo había cambiado. Ahora la joven es mucho más andrógina y mucho más ambigua sexualmente, por no hablar de que su estatus profesional se ha transformado: ahora todas trabajan.

La obra de la artista inglesa Sarah Lucas ha ido por este camino y acabo de descubrir a una holandesa joven, Risk Hazekamp, que se autorretrata como James Dean (y que pueden ver en la Galería Camilla Hamm de Barcelona) y que lo hace con una rotundidad y a la vez una sensibilidad aplastantes. Son ellas, me digo, quienes reinventan el arquetipo, quienes captan antes que nadie, como buenas artistas que son, lo que se palpa en la realidad, y el publicitario si es listo corre y lo adapta, a veces banalizándolo de inmediato, y a veces también causando un efecto en la sociedad que el arte, por sí sólo, no tendría.

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Victoria Combalía es crítica de arte.

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