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Reportaje:

La nueva pugna por el techo de Madrid

Los 'grafiteros' desplazan su lucha de rúbricas ininteligibles hasta vanos, cornisas y espacios cada vez más elevados

Eran muy pocos. Casi siempre los mismos. Actuaban en plena noche amparados por las sombras. Sus rostros permanecían velados. Nadie debía reconocerles. Amaban el anonimato, como los espías, pero no renunciaban a decir que estaban ahí mismo, en la calle, y que no cejaban en su desafío por permanecer en ella. Son los grafiteros: ellos se llaman a sí mismos escritores.

Hoy ya son muchos más, se alejan poco a poco del anonimato con inscripciones ligeramente legibles y vuelven a ser noticia porque, muchas veces con riesgo de sus vidas y encaramados a andamios o cornisas, los más osados han comenzado a escalar hasta los áticos de muchas viviendas o locales de Madrid. Y ello para abarcar, con sus extrañas rúbricas, todo el espacio susceptible de ser ilustrado con sus aerosoles y sus tintas. La batalla por los ámbitos libres se litiga hoy en el techo de la ciudad. Compruébenlo en los tejados de las plazas de Atocha y Callao o en la calle de Santa Engracia, tres de los últimos escenarios elegidos.

Algunos sociólogos asocian al 'escritor' con un adolescente varón víctima de la desestructuración social

'Un aerosol de los que suelen usar cuesta entre 400 y 650 pesetas', dice un droguero del barrio de la Concepción. 'Aquí no vienen a comprarlos; por eso, yo creo que no los adquieren ni en perfumerías ni en droguerías, sino más bien en comercios de todo a cien o al por mayor', señala.Hay otros puntos de vista. 'Nosotros llamamos taggear a pintar. Antes se empleaba un alfabeto propio, que desconozco de dónde procedía; ahora intentamos hacer las firmas, que llamamos piezas, más visibles. Taggeábamos con tintas italianas, Inferno, para rotuladores y ahora, con otras, llamadas Coreo. En cuanto a los aerosoles, los usamos de dos clases, de 400 centilitros, Hardcore, y de 200, Classic'.

Así lo cuenta Ángel, un joven del este de la ciudad, quien asegura que suele pintar solo. 'La edad del escritor oscila entre 16 y 18 años'. ¿Cuál es la superficie más codiciada? 'Las de las cocheras y los trenes'. ¿Por qué? 'Están muy vigilados, pero, si lo logras, tu pieza recorre el mundo, todos lo ven', comenta con una sonrisa. 'Aunque los marrones, juicios, multas, te caen con los trenes', agrega.

Ya no se trata de aquellas decoraciones cuidadas, a ras del transeúnte, o de aquellas rúbricas amables como la del elástico Muelle o de su epígono Bleck, la Rata, cuya presencia se convirtió en una seña de muchas calles madrileñas. Ahora, los autores de pintadas se ciñen a inscribir miles de firmas, a menudo incomprensibles, de trazo convulso, al modo de arabescos. En un principio, mostraban segmentos de letras partidas y raíces sajonas, sn, sh, repetidas a lo largo de casi todos los paramentos libres y lisos de una avenida, de una calle, incluso de farolas de la M-30. A partir de ahora, se trata más bien de rúbricas algo más inteligibles, con trazos incluso de purpurinas, pero sin contenido: 'Significantes sin significado', a juicio de Ana Caballero, filóloga.

¿Cuál es su sentido? 'Liberarte primero y, después, permanecer ahí, hacer que te vean', explica Ángel. 'Además, encontrar un estilo propio. Cuando lo consigues, eres respetado por los demás, que comienzan a admirarte'. ¿Cómo te admiran? 'Copiándote'. Con la edad, la pulsión escritora se va suavizando, reconoce Ángel. 'Las chicas no suelen taggear, quizá por ser algo arriesgado: hay que conseguir que la pieza no se borre'.

Para algunos sociólogos, el perfil común del grafitero madrileño coincide con el de un adolescente varón, casi siempre escolarizado, incómodo en el seno familiar y, en ocasiones, víctima de la desestructuración social o del vaciamiento de valores. A veces protagoniza fracasos escolares. 'Hay gente con buen expediente académico que taggea', matiza Ángel. Los sociólogos señalan que el grafitero muestra una sed evidente de comunicarse, pero este impulso se ve refrenado por un poso de decepción o de inseguridad que le lleva a afirmarse, precisamente, en el único territorio que para él no es inestable: la calle. Víctor Luis Guedán, profesor de Filosofía de la Psicología en la Universidad Complutense, considera a muchos grafiteros como verdaderos artistas. 'Es un arte maldito, contracultural y crítico, no hace daño a nadie, pero escuece'. Para Óscar Dulce, profesor de Ética en el instituto Miguel Hernández, 'este fenómeno se une al surgimiento del yo durante la adolescencia. Trata de decir, precisamente: aquí estoy yo'. Pero, en ese proceso de afirmación, ¿por qué se camufla la identidad del que con su firma se afirma? 'Ése es el misterio', responde.

Grafito en un vano situado a cinco alturas en una casa de la la glorieta de Atocha.
Grafito en un vano situado a cinco alturas en una casa de la la glorieta de Atocha.ULY MARTÍN

Cumbres y simas

La incomunicación a la que se han visto arrastrados muchos adolescentes, la subcultura del monosílabo, tal vez la rotura de los cauces de comunicación intergeneracional, parecen haber tocado fondo. Sus rúbricas, que buscan ahora los lugares más elevados de la ciudad, quizá son un último aldabonazo para llamar la atención social sobre su aislamiento, según docentes consultados. Julián Gibello, licenciado en Historia del Arte y restaurador, es uno de los responsables de la lucha contra las pintadas en monumentos y edificios singulares de Madrid. Pertenece a Condisa, empresa contratada desde hace una década por el Ayuntamiento para poner coto a este fenómeno, cada vez más generalizado, que su empresa combate con productos que sellan la porosidad de la piedra por donde penetra la pintura y la eliminan. De los 1.459 monumentos que Madrid alberga -estatuas, grupos escultóricos, fuentes, lápidas, puertas, y arcos triunfales- al menos 674 fueron objeto de distintas actuaciones durante el año pasado para suprimir los efectos de pintadas y, en menor medida, de otras agresiones. El mes preferido por los grafiteros fue el de marzo, y el tipo de monumento más codiciado, el grupo escultórico. De todos, el más castigado fue el dedicado a la Constitución, frente a la Escuela Superior de Ingenieros Industriales, junto a la Castellana. De mármol blanquísimo, presenta ahora un aspecto lustroso y adecentado, tras haber recibido un nuevo tratamiento. Con sus 398 hitos, Centro es el distrito más dañado por los grafiteros. También, el más poblado de monumentos. Vicálvaro, por contra, posee sólo una decena.

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