El desafío olímpico de Mühlegg
El esquiador de origen alemán, esperanza española en Salt Lake City
Nada es lo que iba a ser.
Salt Lake City, los Juegos de Invierno de 2002, del 8 al 23 de febrero, empezaron siendo los Juegos del escándalo, de las pequeñas corrupciones, de la catarsis limpiadora y rejuvenecedora del COI. Pero después del 11 de septiembre la cita olímpica de la capital del Estado norteamericano de Utah es los Juegos de la psicosis: la prioridad es la seguridad. Se han multiplicado los presupuestos y las contrataciones. Las medidas serán extremas; la circulación libre, una utopía.
En el plano deportivo tampoco se cumplirán las previsiones de un evento que, al celebrarse lejos de la tradicional Europa, está diseñado para que las disciplinas cumbre y estelares sean el hockey y el patinaje artístico, dejando al rey esquí en un segundo plano. La probable ausencia de Hermann Maier, el mejor esquiador de los últimos tiempos, el sucesor carismático de Alberto Tomba, dejará, de todas maneras, al esquí sin su punto fuerte. Aunque, por otra parte, si el austriaco, que se destrozó una pierna en agosto en un accidente de moto, logra llegar a punto a Salt Lake City, objetivo para el que sufre y trabaja, la historia de los Juegos será la suya.
Por el lado español, Salt Lake City debería traer el fin del mito de 1972 y la medalla de Paquito Fernández Ochoa, el único logro olímpico. Para encargarse de ello la apuesta más segura es la del esquiador de fondo de origen alemán Johann Mühlegg, que ya fue campeón del mundo hace un año y ganador de la Copa hace dos. Otra esperanza, aunque menos segura, llegará en otra disciplina minotitaria aunque pujante, el snowboard, la tabla sobre la que Iker Fernández es uno de los mejores de la Copa del Mundo. Y, en esquí-esquí, las remotas posibilidades de María José Rienda, la única española en la élite.
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