¿Lesbianas?
Hace unos días asistí al pase de una película titulada A mi madre le gustan las mujeres. Tal cual. La denominación no es un eufemismo ni algún efecto de marketing. Lo que anuncia el título constituye el punto real de partida de la cinta y también de su trama y su culminación. Las madres, como las hijas, tienen derecho a que les gusten las mujeres, porque a las mujeres, según se ve en el filme y fuera del filme, no parece haberles repelido tanto como a un hombre la homosexualidad. En el guión, esta falta de aversión dentro de la humedecida feminidad es un elemento clave para que el asunto fluya. Y el asunto se desliza gracias a la admisión implícita de esa cuestión por el público general, pero sobre todo por el público femenino, al que se orienta preferentemente la obra.
Entre los hombres, la homofobia sigue actuando como una visión horrenda. Las cosas cambian, los sexos se intercambian, la bisexualidad llegó a la moda, la cultura gay ha ganado culto en la estética de nuestros días, pero, con todo, la aversión que un hombre llega a sentir hacia el trato sexual con otro hombre permanece como un robusto legado patriarcal. Debe de ser también por esto por lo que se dice que las mujeres lideran un porvenir flexible. A diferencia de lo que ocurría hace poco, las mujeres circulan mucho. Antes se estancaban en el quieto recinto de esposas o madres, mientras ahora, si se desea rodaje, si se desea rodar una película moderna, multifacética, polivalente, es preciso incorporar un amplio elenco de actrices como en A mi madre le gustan las mujeres. A la madre le gustan las mujeres, pero ha estado casada veinte años con un tío, ha conocido supuestamente a más hombres, no ha probado la homosexualidad, pero, de golpe, cuando en la madurez se enamora de nuevo, lo hace de una mujer. ¿Lesbianas? Esto sería lo ordinario y tradicional. El caso es que si la película interesa es porque discurre como un testimonio donde la amante de la madre podría ser también un amante, y la amante de la amante resulta ser una amante con amante, dentro de un calambur que, sin embargo, dista de resultar una promiscuidad. Todo lo contrario: la promiscuidad tiende a ser farragosa o espesa, y aquí todo es claro, sencillo, muy fácil de tragar.
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