La ideología del estilo
Tras los grandes nombres de la poesía del siglo XX, se abre una sombra que cobija un buen número de poetas que reclaman un rayo de luz que les distraiga de las tinieblas. La poesía italiana del novecientos no es una excepción: diluidos por Ungaretti, Montale, Quasimodo, Pavese o Pasolini, se ocultan poetas significativos que contribuyeron a la renovación poética de esos decisivos primeros años del siglo. Es el caso de Vincenzo Cardarelli (Corneto, actual Tarquinia, 1887-Roma, 1959), seudónimo de Nazareno Caldarelli, nombre con el que fuera inscrito al nacer y que modificó al hacerse escritor. Su poesía está ligada a la fundación de una decisiva revista, La Ronda (1919-1923), de cuyo comité de redacción, denominado los 'siete sabios', formaba parte junto con Riccardo Bachelli, Antonio Baldani, Bruno Barilli, Emilio Cecchi, Lorenzo Montano y Aurelio E. Saffi. Poco propicios a la sensibilidad de la poesía italiana de aquellos años, comparten esa oscuridad difusa de la que poco a poco van saliendo.
EL TIEMPO TRAS NOSOTROS
Vincenzo Cardarelli Selección, traducción y presentación de Enrique Baltanás Edición bilingüe Pre-Textos. Valencia, 2001 123 páginas. 2.200 pesetas
Los ideales estéticos de La
Ronda cuadran a la perfección en la obra de Cardarelli: opuesto al irracionalismo de la vanguardia, particularmente del futurismo y la poesía hermética, y alejado de todo compromiso político de la literatura, el deber del poeta era recuperar la modernidad de la tradición, un 'clasicismo metafórico', un 'retorno al orden' en el ejercicio severo del estilo y la autonomía de una escritura entendida como 'mester', como oficio. Para Cardarelli el rigor estilístico es una declarada enseñanza moral, y por eso su ideal literario es el Leopardi de las Operette morali y del Zibaldone, modelo de elegancia y plenitud de pensamiento. De ahí su alejamiento de la analogía a favor de una poesía discursiva que representa un mundo intelectual, sin misterios, donde prevalece la claridad, la simplicidad y la elocuencia de la sintaxis racional. Sus poemas son una suerte de autorretrato íntimo admirablemente cuidado en la libre unidad del ritmo, cuya melodía recurre con frecuencia a la mesura clásica del endecasílabo y el heptasílabo.
El tiempo tras nosotros es una muestra sabiamente escogida de la obra poética de Cardarelli. Su mismo título define la naturaleza de unos versos que reclaman un territorio civilizado, un horizonte refinado en la experiencia cotidiana, en una claridad lejana a la oratoria pasional, cordial y comunicativamente humanos. Son a veces en exceso prolongados, despaciosamente prosaicos en el placer de la descripción y la anotación expositiva de ambientes y paisajes. Su armazón rítmica y la fuerza de un estilo orgánico sostienen unos poemas que de otro modo aparecerían diluidos, perdidos en la falta de nitidez de la voz que los inspira. La experiencia se prolonga casi hasta el agotamiento: la desolada contemplación del paisaje; la transparente evocación del pasado y la juventud; la obsesiva preocupación por el irrefutable paso del tiempo, las estaciones que una y otra vez se suceden idénticas y diferentes; la muerte y el dolor de las separaciones; la aceptación de los sentimientos más puros; la soledad, las ciudades, la amargura consciente de saberse vivo.
Son temas recurrentes que
dan cuenta del destino del hombre y sus instancias existenciales. La poesía asume la alusión y la antífona, una compostura clásica que armoniza los signos de una inquietud interior. Esta antología es una suerte de cancionero, de breviario vital que, no por casualidad, se resuelve en bellas meditaciones sobre una muerte anunciada de lejos, 'como una amiga, / como si fueses una de mis últimas, / de mis viejas costumbres'. Los momentos más intensos se encuentran en una firme desolación atemperada por la sobriedad de un tono que deviene imagen simbólica de las vicisitudes vitales. La sonata de Cardarelli se compone de distintas voces para un mismo canto, algo evidente en la dualidad de poemas como Septiembre en Venecia y Otoño veneciano; Otoño y Octubre, o La tarde en Gavinana y Liguria. Tienen todos un algo de dignidad burguesa que no oculta un riesgo de distracción y vanidad inconsciente, de prudente y nostálgica cordura, de deleite poético: sólo el tono aleja esta poesía de la prosa.
Lo esencial en Cardarelli es el tiempo, un tiempo casi biológico, descrito con una estudiada adjetivación, con un cierto abandono emotivo que rehúye el color y la luz de las imágenes. Sin márgenes desenfocados, el poema lo es por entero, pues lleva tras de sí el proceso que lo crea y acompaña 'en el acto inconsciente de descubrir / la arraigada presencia de un rito'. Enrique Baltanás, en una versión que se define 'fiel y libre', consigue transmitir verazmente la música y el tono de Cardarelli, acomodando los versos en ocasiones magistralmente, tanto en su sentido como en su medida, manteniendo esa 'presencia heroica' del esfuerzo expresivo de una poesía sostenida e intensa que hace del estilo una ideología literaria.
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