Una detective vulnerable
Casi veinte años han transcurrido desde la aparición de A de adulterio (1982), primera entrega de Alfabeto del Crimen, serie de novela policiaca creada por Sue Grafton y protagonizada por Kinsey Millhone, sin duda una de las detectives más célebres de la historia del género y elemento esencial del éxito mundial de las novelas de su creadora. Pese al pronóstico de la crítica especializada en novela policiaca, que vaticinó corta vida a la serie, aduciendo que el personaje de Sue Grafton acabaría por cansar al lector, Alfabeto del Crimen llega a su 17º título -incluyendo el presente P de peligro- con una Kinsey Millhone que cada vez derrocha más frescura, más inteligencia, más gracia, más humanidad sin -gracias a la astucia de su creadora- resultar ni fresca ni especialmente inteligente -o no más que el lector- ni graciosa ni bondadosa.
P DE PELIGRO
Sue Grafton Traducción de María Luz García de la Hoz Tusquets Barcelona, 2001 390 páginas. 2.800 pesetas
Investigadora privada en Santa Teresa, cerca de Los Ángeles, 36 años, dos veces divorciada, sin hijos, Kinsey Millhone vive en una casa minúscula, viste mal, pasa apuros económicos, es desenfadada pero no agresiva, ama su independencia pero no es una mujer huraña ni una solitaria, sino más bien grata y amiga de sus amigos aunque éstos sean pocos: Henry Pitts, su casero, de 86 años; Rosie, de setenta y tantos, húngara y propietaria de la casa de comidas adonde acude la pequeña humanidad del barrio, y un abogado que le alquila un despacho donde desempeñar sus funciones.
La enorme capacidad de Grafton para que el lector se identifique con el personaje que ha creado es realmente notable: bajo el tono ameno y desenfadado del relato, Kinsey Millhone es una mujer tan vulnerable como sus millones de lectores, y no sólo físicamente (en todos los títulos de la colección, la autora insiste en presentar a una detective que se cansa de la actividad constante, que resopla cuando sube escaleras, que tiene miedo de la violencia, etcétera) sino socialmente, ya que vive expuesta a la inseguridad laboral y económica propia de su época y a la falta de protección que prometen tanto aquellos para quienes trabaja como aquellos contra quienes actúa.
Las obras de los grandes autores de la novela negra norteamericana (Raymond Chandler, Dashiell Hammet, entre otros) era un espejo soberbio de la realidad de la que surgían, y, en este sentido, hay que decir que las novelas de Grafton, sin presentar una realidad suavizada, sí que presenta una sociedad de la que están ausentes los verdaderos artífices del desmán generalizado.
Como si el pudridero en el que antaño entraban los autores mencionados para retratar la ignominia moral de los detentores del poder fuera actualmente, cuando hay que ir a buscar a esos personajes en el terreno de la política o de las finanzas, más apto para la novela de espionaje que para la policiaca, Grafton -y otros autores policiacos de hoy- no tiene más remedio que descender un peldaño en la escala social y elegir sus personajes entre las clases liberales.
A los arquitectos o abogados de sus títulos anteriores, le sigue, en P de peligro, un reputado médico, director de una residencia geriátrica, cuya desaparición pone a Kinsey Millhone sobre la pista de una suculenta estafa orquestada entre laboratorios farmacéuticos, empresas aseguradoras sanitarias y centros hospitalarios.
Una cuestión a la orden del día y que, en sí misma, bastaría para centrar la novela, pero a la que se suma la siniestra aventura que en la vida de la detective origina su encuentro con unos hermanos gemelos que cuentan en su haber con el asesinato de sus padres y que, a mitad del relato, se convierte en historia paralela a la central.
Doble trama, pues, que si bien Grafton maneja con soltura, impacienta a ratos al lector, deseoso de no apartarse de los ambientes (el humor de la autora se ceba a gusto con las modas arquitectónicas al uso) y de los personajes, magníficamente descritos, que protagonizan la central: las dos mujeres del médico desaparecido y una adolescente que dudo que a nadie le apeteciera tener en casa. Merece destacarse la traducción de María Luz García de la Hoz.
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