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No todo es lujo

Los vecinos del distrito de Salamanca echan de menos equipamientos deportivos, áreas verdes y escuelas públicas

Oriol Güell

Comercio, dinero y lujo. Los tópicos que definen al distrito de Salamanca son un arma de doble filo para los 147.600 vecinos que viven en él. Los barrios de Recoletos y Castellana acogen las tiendas de moda, joyería, muebles y de cualquier otra mercancía -eso sí, casi siempre buena, bonita y muy cara- más exclusivas de la región. Esto es un motivo de orgullo para muchos vecinos que viven en las calles de Serrano, Ortega y Gasset o Velázquez. Pero tras los escaparates de esta zona se encuentra un distrito que se extiende hasta la M-30 por el este y en el que sus vecinos echan de menos equipamientos deportivos, centros sociales, zonas verdes y más escuelas públicas.

Vecinos, asociaciones y oposición coinciden en el diagnóstico de los males del distrito: la escasa inversión social del Consistorio. 'Parece que el PP ha decidido que no hace falta invertir en el distrito porque siempre va a ganar las elecciones', explica Carlos López Riaño, edil socialista de Salamanca. Las últimas elecciones municipales avalan su opinión: un 44,79% del censo del distrito votó al PP en 1999. Íñigo Henríquez, concejal presidente del distrito, da otra versión de la escasa inversión municipal: 'El Ayuntamiento invierte menos aquí, pero nos parece bien que lo haga más en los distritos con más necesidades', afirma.

En toda la zona sólo existe una asociación de vecinos, la de Fuente del Berro
En algunos pisos, según los residentes, los inmigrantes viven hacinados
El barrio cuenta con pocos parques, aunque tiene muy cerca el del Retiro

Salamanca no ha escapado de los cambios demográficos que vive Madrid, como el envejecimiento de sus habitantes o el aumento de la población inmigrante. La escasa inversión municipal, sin embargo, hace difícil afrontar los retos que cualquier cambio demográfico supone, según López Riaño.

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Por ejemplo, sólo hay tres escuelas públicas en el distrito, cifra que contrasta con los 18 centros privados concertados y los cuatro estrictamente privados. 'Casi todos los niños inmigrantes van a colegios públicos', explica César Gil, responsable de la asociación de educación social Tamiz. En su opinión, la concentración de demasiados niños inmigrantes en una escuela complica la tarea educativa de los profesores por la diversidad cultural de los países de origen, además de que no favorece su integración en la sociedad española.

Resultado: 'Las familias del distrito que pueden permitírselo llevan a sus hijos a la escuela concertada', asegura Gil, lo que, a su vez, concentra aún más a los alumnos inmigrantes en la escuela pública. El concejal presidente, Íñigo Henríquez, del PP, no cree que escoger el tipo de escuelas sea negativo: 'Elegir la educación de los hijos es un derecho de todas las familias. Y la oferta educativa simplemente se adapta a las preferencias de los padres', asegura.

Las quejas vecinales por la falta de escuelas públicas son, sin embargo, escasas. Henríquez asegura que es porque 'los vecinos de Salamanca están satisfechos'. López Riaño considera que si no hay quejas es, simplemente, porque Salamanca tiene una alarmante 'falta de organización y dinámica social que ampare las quejas y les dé fuerza frente al Ayuntamiento'. En todo el distrito sólo existe una asociación de vecinos, la de Fuente del Berro, y las asociaciones juveniles o culturales pueden contarse con los dedos de una mano.

'Las entidades que tradicionalmente han aglutinado las actividades sociales, como los grupos scouts para niños, han sido las parroquias', explica César Gil, de la asociación de educación social Tamiz. Este hecho 'no es negativo, pero la complejidad de los cambios sociales hace que una parroquia no pueda hacerles frente', explica López Riaño. Tamiz, por ejemplo, cuenta con numerosos proyectos en marcha en zonas como Vallecas, pero admite que encuentra dificultades para ser operativa en el distrito donde tiene su sede.

'Hay una dejadez enorme por parte de la Junta Municipal de Salamanca', explica Gil. 'Yo mismo he crecido en el barrio y recuerdo que no teníamos ninguna actividad organizada para nosotros. Ahora que estamos intentando ponerlas en marcha nos encontramos con que la Junta, por ejemplo, no nos deja utilizar la plaza de Dalí para hacer una gincana para los niños del distrito porque dicen que molestaría a los vecinos y luego habría quejas. Pero luego vemos cómo la alquilan a Telefónica o El Corte Inglés para que hagan sus espectáculos', lamenta Gil.

Una de las mayores preocupaciones de las autoridades del distrito ha sido la pérdida de población: 'El distrito bajó de 167.000 a 142.000 habitantes en sólo 10 años, entre 1986 y 1996', explica Henríquez.

Una tendencia que cambió con la llegada de la población inmigrante. El alto precio de las viviendas -Salamanca es el distrito más caro de la capital-, la alta tasa de mortalidad y una población envejecida fueron la causas. La escasez de plazas públicas escolares se repite en las residencias para la tercera edad.

Angélica, Rosary y Violeta, tres jóvenes ecuatorianas que la semana pasada paseaban a sus hijos de corta edad cerca de la Casa de la Moneda, son una muestra de los cambios que vive el distrito. Ellas viven en el barrio de la Guindalera desde hace dos años, junto a sus maridos y la hermana de Rosary. La media de edad de todos ellos no supera los 25 años.

Rosary y Violeta trabajan en el propio distrito de Salamanca, pero 'en la parte rica', cuidando a personas mayores en domicilios particulares. Esto da salida a dos necesidades de la población del distrito: el cuidado de los mayores y la necesidad de encontrar un empleo de los inmigrantes. La oposición política mantiene que este hecho 'esconde muchas veces la precariedad en un empleo que nadie controla' e insisten en que el mejor servicio que puede recibir una persona mayor 'siempre estará en una residencia pública para la tercera edad'.

Además, el hecho de que en algunos pisos la gente viva hacinada, también conlleva otros problemas, asegura Angelines Rodríguez, presidenta de la Asociación de Vecinos y Comerciantes Fuente del Berro. 'Es algo habitual: alquilan un piso dos o tres personas y, en poco tiempo, hay quince o más viviendo allí, lo que origina quejas de los vecinos por el ruido y el ajetreo de personas que se produce', según Rodríguez, que asegura que, pese a ello, 'la convivencia es buena en todo el barrio y no ha habido problemas' por el aumento de la población extranjera.

La masificación de espacios también ha llegado a los parques públicos del distrito de Salamanca. 'En el parque de la Fuente del Berro se concentran algunos sábados hasta 2.000 inmigrantes, lo que ha originado algunas quejas entre los vecinos. Mantener un equilibrio entre las necesidades de todo el mundo no es siempre fácil', afirma Henríquez.

Salamanca cuenta con pocas zonas verdes, aunque la proximidad del parque del Retiro mitiga algo la situación. Más problemático es el tema de los equipamientos deportivos, 'claramente insuficientes', para los vecinos, las asociaciones y la oposición política.

En el distrito hay tres polideportivos -en los parques Eva Duarte y Avenidas y en la plaza de Boston- gestionados por distintos clubes deportivos. Henríquez admite esta carencia, aunque asegura que se debe, en parte, a la alta densidad urbanística del distrito y, también, a que 'el vecino del centro de Madrid no reclama equipamientos, sino calidad de vida: que los servicios funcionen, que haya seguridad en las calles, aparcamiento...'.

Miles de madrileños llegan cada mañana al distrito a trabajar. 'Salamanca es el escaparate comercial de Madrid y uno de sus centros de oficinas', explica Henríquez. Esto garantiza una apreciable presencia de comercios, bancos, restaurantes, bares, cafeterías, cines, discotecas, pero también un aumento de los problemas de tráfico y falta de aparcamiento, ante los que, afirma Henríquez, la 'capacidad de actuación desde la Junta es limitada'. Y explica: 'Hemos combatido la doble fila y el estacionamiento en las aceras instalando grandes jardineras en las aceras que salvaguardan el derecho de los peatones a pasear sin problemas'.

Pasear por los ejes comerciales del distrito pone de manifiesto el porqué los inmigrantes llaman a esta zona del distrito la 'parte rica'. Pero aquí se dan 'las desigualdades más sangrantes de toda España', afirma López Riaño. 'En el mismo edificios donde se venden joyas por millones de pesetas puede haber ancianos en pisos de renta antigua que sobreviven con pensiones ridículas', afirma.

Un paseo por la 'parte rica' ilustra muchas de estas 'desigualdades sangrantes'. En la esquina de la calle de Serrano con José Ortega y Gasset, María del Carmen, una 'vecina del barrio de toda la vida', que luce un abrigo de pieles y muchos quilates, esquiva con habilidad a un indigente, visiblemente bebido, que pide limosna con un sucio vaso de plástico. 'Es una pena esta gente que no tiene nada. El Gobierno debería ayudarles, pero para los vecinos son un suplicio: te asaltan todo el día', comenta.

María del Carmen pasa delante del escaparate de la joyería Damiani, cuya pieza estrella esta temporada es un pequeño reloj de oro y brillantes que vale 3.495.000 pesetas. El precio del reloj multiplica por seis lo que a George, de 32 años, le costó llegar a España desde su país de origen: Camerún. Para ello tuvo que pagar a distintas mafias 3.000 dólares (552.000 pesetas) -el ahorro de varios años de él y su familia-, recorrer más de 5.000 kilómetros y 'sufrir mucho'. George vende ahora corbatas, bufandas y pañuelos 'de seda'. Hoy ha decidido 'hacer la competencia' a otra tienda de prestigio con la que comparte nombre, Giorgio Armani, de cuyo escaparate no se separa. Su baza es el precio. 'Con el dinero de una Giorgio Armani, George vende corbata a todos', bromea.

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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