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Columna
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Un defensor del gobierno

Yo veo muy natural que el Gobierno haya nombrado un Síndic de Greuges para defenderse de los valencianos. Tal y como se están poniendo las cosas -hasta algunos empresarios se atreven a levantar la voz- el nombramiento era indispensable. Gobernar es un arte difícil, donde siempre se acaba por disgustar a unos u otros. Por eso precisan nuestros gobernantes que alguien les ayude para dar una buena imagen ante la opinión pública. En nuestros días, una buena imagen es fundamental para cualquier gobierno. Resulta más útil que la mejor administración y es, desde luego, más sencilla de lograr. Unos periódicos amigos y un Síndic de Greuges predispuesto pueden hacer maravillas con la imagen de un gobierno.

Administrar una comunidad supone un esfuerzo que requiere grandes energías. Entraña escuchar a los administrados, preocuparse por sus intereses, conciliarlos, prever el futuro y sus necesidades. La tarea es enorme. Y el tiempo que se precisa para llevar a cabo esta tarea debe uno detraerlo de la política, con el consiguiente perjuicio personal. Pensemos en nuestros gobernantes. Si se tuvieran que ocupar diariamente de los pequeños asuntos que preocupan a los valencianos, ¿creen que les quedaría tiempo para dedicarlo a la política? ¿Podría nuestro presidente atender sus altas misiones internacionales si hubiera de intervenir en el rutinario día a día? En cambio, a nuestros gobernantes les bastan unas cuantas promesas hechas con cierto desparpajo y alguna improvisación, y ordenar unas decenas de palabras -pioneros, referente, nunca como ahora, por encima de la media- para dar una imagen de gran efectividad. Después, si se produce alguna reclamación, aparece el Síndic de Greuges para cumplir con su trabajo.

Ha presentado ahora el Síndic su informe anual y los partidos de la oposición se han apresurado a acusarle de tolerancia con la Administración. ¡Naturalmente! ¿Acaso se esperaba de él otra cosa? ¿Podía defraudar el Síndic a las personas que le habían nombrado? Es más, admitamos que la oposición tuviera alguna razón en sus reproches. ¿Debería por ello la Sindicatura actuar de manera diferente? ¿Qué ocurriría si el Síndic no fuera permisivo, si no amparara a la Administración frente a los ciudadanos? Sin duda, se multiplicarían las quejas de los valencianos, lo que tendría un efecto pernicioso sobre la sociedad que la llevaría a la desmoralización.

Seguramente, a los valencianos no les faltan razones para acudir al Síndic de Greuges. De hecho, muchos lo hacen. Pero si advierten que sus reclamaciones no prosperan, que no llegan a ningún resultado efectivo con ellas, dejarán paulatinamente de reclamar y el número de quejas decrecerá hasta anularse. Contra lo que afirma la oposición, la situación no supondría ningún descrédito para la Sindicatura. Al contrario, es posible que recibiera algún premio, como le ha sucedido a la Consejería de Sanidad con el hospital de Alzira. En todo caso, que no se registre una queja supondrá un enorme mérito para la Administración y nos permitirá acercarnos al gran sueño de nuestros gobernantes: una sociedad feliz, perfecta, sin descontentos, sin nacionalismos, sin partidos.

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