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Columna
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Vaciamiento

Cuando Juan José Ibarretxe ganó las elecciones vascas del 13-M con una inesperada mayoría casi absoluta, fuimos muchos los que lo celebramos, confiando en que el lehendakari sabría gobernar con criterios integradores al no depender de los menguados escaños de Batasuna. Semejante interpretación pareció demasiado optimista a todos cuantos desconfían de la ambigüedad del PNV, un partido que en los términos de Linz puede caracterizarse como oposición semileal. Pero nuestro voto de confianza a Ibarretxe resultaba explicable por la frustración de la apuesta constitucionalista, por la conveniencia de hacer virtud de la necesidad, y por un comprensible wishful thinking, que aconsejaba proyectar nuestros deseos sobre la realidad formulando una profecía con vocación de cumplirse a sí misma.

Pero las cosas en Euskadi no están saliendo como se esperaba, pues Ibarretxe está dando una de cal y otra de arena para quitar la razón a optimistas y pesimistas. Por un lado, el consejero de Interior, Balza, se está portando mucho mejor que en su anterior legislatura, cuando la dependencia parlamentaria de Euskal Herritarrok le aconsejaba refrenar a la Ertzaintza. Y ahora ya no es así, pues se ha detenido a importantes comandos de ETA y se está reprimiendo con firmeza la kale borroka. De modo que la colaboración policial y judicial entre Vitoria y Madrid marcha mejor que nunca. Pero al mismo tiempo, Ibarretxe sigue insistiendo con su programa soberanista, amenazando con convocar dudosos referendos de autodeterminación que deslegitiman su propia autoridad institucional.

A todo lo cual se sobreañade la reapertura de encendidas polémicas entre nacionalistas y constitucionalistas, que amenazan con profundizar la fractura que los enfrenta. Y como muestra basta citar tres casus belli. Por un lado, la confesada intención que tiene Aznar de ilegalizar a Batasuna en cuanto encuentre resquicio legal para hacerlo, lo que impediría medir su base electoral. Luego, la renegociación del Concierto Económico entre Madrid y Vitoria, que ha encallado sin aparente remedio. Y por último, el bloqueo del Parlamento vasco, que impide la aprobación del Presupuesto. ¿De quién es la culpa mayor en estos graves desencuentros? ¿De Vitoria o de Madrid? Probablemente, de los dos a un tiempo, pues ambas partes están interesadas en escenificar ante sus electores un conflicto frontal. De Aznar ya lo sabíamos, dada la intransigente imagen de inflexible firmeza que se ha construido. Pero Ibarretxe se muestra un alumno aventajado, dejándose provocar a cada momento para responder con mayores dosis de agresividad. ¿Qué razones tiene para ello?

Una explicación es la hipótesis del vaciamiento electoral de Batasuna, que expuso Arzalluz en Deia (11-11-01). Esta estrategia implica la inversión del intento de sorpasso electoral del PNV que acarició EH gracias a la tregua trampa de ETA. El PNV pudo comprobar que, mientras el frente nacionalista de Lizarra le daba unos pésimos resultados electorales, amenazando a largo plazo con supeditarle a la primacía de Batasuna, la ruptura de la tregua y por tanto de ese frente le ha dado una suculenta ventaja electoral, que si continúa a ritmo parecido acabará por vaciar de votos a EH, segando las bases electorales que aún le restan para cosecharlas en propio beneficio. Y eso hasta el punto de que, si el vaciado de votos se completase, el PNV podría convocar un referéndum de autodeterminación limpio, esperando ganarlo sin deberle nada a la violencia terrorista.

Ahora bien, para que la estrategia peneuvista del vaciamiento electoral de ETA pueda consumarse, hace falta que se cumplan dos condiciones. Ante todo, que no haya frente nacionalista, pues éste perjudica al PNV y sólo favorece a Batasuna. Y después, que se visualice un firme antagonismo soberanista contra Madrid, sin el cual nunca se producirá el trasvase de votos de EH al PNV. De ahí la agresiva firmeza de éste tanto contra Batasuna como contra Madrid.

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