Ritos de iniciación
Desde su pueblo natal a orillas del lago de Lugano, Francesco Borromini se trasladó a Roma para triunfar. No consiguió el reconocimiento que creía merecer y esa frustración marcó su vida, agriándole el carácter, hasta su desgraciada muerte en 1667. Desde su país de origen, el chileno Mathias Klotz (1965) ha acudido a Roma a recoger un premio que lleva el nombre de este genio del barroco por una escuela construida en las afueras de Santiago y con el telón de fondo de la cordillera andina. El Ayuntamiento de Roma, bajo cuyos auspicios se ha creado el galardón, quiere reconocer en los jóvenes arquitectos el mismo género de talento innovador que poseía Borromini. Y, tal vez teniendo presente su triste biografía, quiere que el reconocimiento sea temprano.
Entre los 10 candidatos a es
ta primera edición del premio romano se encontraban un libanés, Bernard Khoury (1968), con un club nocturno y subterráneo en Beirut, al que se adjudicó una mención de honor; un indio que ejerce en Bolivia, Jae Cha (1970), con una pequeña y delicada iglesia de madera y policarbonato translúcido, que ha recibido otros premios en distintas convocatorias internacionales; y un español, el alicantino Alfredo Payá (1961), con un museo universitario que es como una pieza de land art y que ha sido candidato al Premio Mies van der Rohe. Una vez más, no había ningún italiano, otro síntoma de que la cuna de tantas arquitecturas en el pasado remoto y reciente atraviesa un momento de letargo.
En contraste con la sequía italiana, los jóvenes españoles obtienen cada vez más éxitos internacionales. Así ha ocurrido en Europan, el concurso de vivienda de ámbito europeo, cuyos premios son probablemente los más codiciados entre los arquitectos noveles porque implican la construcción de los proyectos vencedores. Cuatro equipos españoles han obtenido premios en Monchengladbach (Alemania), Groningen (Holanda), Almada (Portugal) y Jyväskylä (Finlandia). En esta última localidad, mítica para los arquitectos por los edificios que en ella realizó Alvar Aalto, los madrileños Cristina Díaz Moreno (1971) y Efrén García Grinda (1966) construirán su primera obra, unas hileras de viviendas inteligentemente torcidas. Como en el caso del fútbol, cada vez tenemos a más equipos en la liga europea.
Al comienzo de sus carreras los arquitectos deben hacer grandes esfuerzos para obtener la visibilidad que les permita correr en el circuito profesional, así que es bienvenida cualquier iniciativa para colocarse en la parrilla de salida. Y las hay de todas clases: exposiciones individuales o en grupos, publicaciones monográficas o colectivas, conferencias, seminarios y concursos dedicados a los jóvenes proliferan por doquier; son mucho más numerosas que en otras disciplinas artísticas. Sin dejar de reconocer sus muchos aspectos positivos -incluyendo el estímulo competitivo y la satisfacción del ego-, esta devoción por lo nuevo tiene también su lado oscuro. Enredados en los ritos de iniciación, los arquitectos jóvenes llegan muchas veces a la madurez biológica sin haber dejado de ser profesionalmente bisoños. Zaha Hadid ha tenido que hacer una larga travesía por el desierto de la juventud: producía y publicaba muchos proyectos, pero apenas construía. Y Peter Eisenman podría haberse cambiado el nombre por el de Peter Pan: ha sido un joven rebelde con canas mientras colegas de su misma edad envejecían levantando edificios cada vez más grandes; ahora, con obras entre manos como la Ciudad de la Cultura de Galicia, puede por fin permitirse el lujo de ser mayor.
El danés Jørn Utzon ganó el
concurso para construir la Ópera de Sydney con menos de 40 años; por su parte, el italiano Renzo Piano y el británico Richard Rogers vencieron en el que se convocó para el Centro Pompidou de París cuando tenían, respectivamente, 34 y 38 años. Aunque en los últimos años ha habido casos similares -los noruegos de Snøhetta con la monumental Biblioteca de Alejandría o el español Alejandro Zaera con la estación marítima de Yokohama-, son una excepción; a los arquitectos por debajo de los 40 rara vez se les presenta este tipo de oportunidades, y hay que descubrir sus talentos en la escala menuda de la casa unifamiliar, el centro cultural de pueblo o el quiosco de playa. Las exposiciones y las publicaciones, sean o no institucionales, son testimonio de buenas intenciones, pero no suelen desencadenar acciones encaminadas a corregir este panorama. Hay quien piensa que el número de convocatorias para jóvenes ha crecido en los últimos años de modo inversamente proporcional a la calidad de la arquitectura producida hoy día, sin tener en cuenta que de ellas no se obtiene más que lo que piden: imágenes seductoras de propuestas poco verosímiles, porque nadie espera que se construyan. Sea o no a través de concurso, el mejor premio para un arquitecto que empieza es un encargo en firme.
Encuestas sobre el futuro
AUNQUE HAY REVISTAS como la alemana Bauwelt que promocionan a los nuevos talentos en solitario con la edición de unos premios anuales a la primera obra construida, ha empezado a ser habitual que las publicaciones de arquitectura se alíen con empresas de materiales de construcción para otorgar galardones o convocar concursos. Para 2002, la británica Architecture Today ha organizado con un prestigioso fabricante de vidrio un concurso remunerado para estudiantes y jóvenes profesionales cuyo objetivo es diseñar una casa para el siglo XXI que muestre el potencial técnico y creativo del vidrio. Por su parte, la centenaria The Architectural Review acaba de dar a conocer el resultado de la convocatoria que organiza junto a una firma danesa -que fabrica desde picaportes a ascensores de última generación- para descubrir y promover obras que sean fruto de la conciencia ecológica y de la atención al contexto, de la capacitación técnica y de la sensibilidad hacia los aspectos sociales de la arquitectura. Entre los ocho premiados en esta última edición hay también un equipo español, el de los catalanes Jordi Badía y Josep Val, autores del nuevo tanatorio de León, un edificio del que el jurado ha destacado la luminosidad cálida de sus espacios, enterrados bajo una serena lámina de agua.
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