Invitación al suicidio
Denostada por unos, elogiada por otros, la aún non nata y ya célebre ponencia sobre El patriotismo constitucional en el siglo XXI que el Partido Popular cocina para su decimocuarto congreso bajo la batuta de María San Gil y Josep Piqué no es, en todo caso, ni un arrebato, ni una ocurrencia, ni una provocación que pueda contemplarse aisladamente. Bien al contrario, se sitúa en un contexto ideológico que el partido gobernante y sus medios afines -periodísticos, culturales, académicos...- comenzaron a cultivar apenas alcanzado el poder, y es dentro de ese perímetro donde debe ser analizada. Un perímetro amojonado, entre otros hitos, por el proyecto de reforma de las Humanidades que promovió durante la legislatura anterior la ministra Esperanza Aguirre, y por el galardonado libro de la Real Academia de la Historia, España. Reflexiones sobre el ser de España (1997), y por el informe-panfleto sobre la enseñanza de la historia perpetrado por la misma y docta casa en junio de 2000, y por aquel otro best seller de idéntica autoría institucional, España como nación (2000), y hasta por las palabras del Rey durante la entrega del último Premio Cervantes a propósito de la no imposición de le lengua española. Durante las semanas previas a su asesinato, Ernest Lluch no desaprovechaba ocasión para denunciar de manera pública o privada esa marea, esa regresión intelectual que -significa-tivamente- se ha venido manifestando con especial contundencia en el campo de la historiografía.
El penúltimo ejemplo de dicho fenómeno nos lo ha proporcionado el número 63 de la serie de libros titulada Papeles de la Fundación, editada por la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), el más selecto think tank del Partido Popular, aquel en el que José María Aznar tiene puestas todas sus complacencias para convertirlo en el puente de mando de ese portaaviones del pensamiento que quiere capitanear cuando deje La Moncloa; una entidad, en fin, cuyo patronato reúne algunos de los apellidos más conspicuos en la derecha política española del último medio siglo: Cabanillas, Fraga, Fernández-Armesto, Gómez-Acebo, Lamo de Espinosa, Muñoz-Alonso, Oreja, Pérez-Llorca, etcétera.
Bajo el prometedor título de La nación española: historia y presente, el libro de marras ofrece un abigarrado sumario cuyo análisis completo es imposible aquí por falta de espacio. Figuran en él solventes ensayos monográficos a cargo de especialistas cualificados: el profesor mexicano Tomás Pérez Vejo escribe sobre La nación: mito identitario de la modernidad; el español Carlos Reyero lo hace sobre La construcción iconográfica del nacionalismo español en el siglo XIX, y el italiano Alfonso Botti sobre Religión y nación. El nacional-catolicismo. Hay también aportaciones más circunstanciales y hasta quizá oportunistas, aunque absolutamente aceptables dentro del debate académico, por parte de estimados colegas como Andrés de Blas, Juan Pablo Fusi y otros. Pero hay sobre todo dos textos que, situados en cabeza del volumen, le imprimen carácter y le infunden una evidente carga política: la presentación escrita por el coordinador de la obra, Fernando García de Cortázar, y el capítulo Del sentido y del sentimiento de España, firmado por Iñaki Ezkerra.
Abundando en sus conocidas y rentables ideas sobre el particular, el jesuita y catedrático de Deusto García de Cortázar manifiesta el mayor de los desprecios hacia la 'esquizofrenia autonómica' (sic) imperante en España, considera a ésta una pobre víctima de la 'desnacionalización brutal alentada por los nacionalismos catalán y vasco', de 'la siembra extravagante del grano de la diferencia', del 'fomento disparatado del apetito local', de 'la hipertrofia del micropasado particularista'..., y concluye: 'La nación española refundada manifiesta su superioridad moral sobre la concepción étnica y tribal de los nacionalismos, cuyos criterios nacionalizadores de raza, idioma o ámbito geográfico suponen una visión regresiva del individuo y carecen de la grandeza ética de los principios constitucionales'.
Por su parte, el escritor Iñaki Ezkerra -articulista, por más señas, del diario La Razón- no descuida tampoco la criminalización del adversario cuando afirma, sin escrúpulo moral alguno, que 'el separatismo y el secesionismo de los pequeños nacionalismos que pretenden cercenar la nación contienen intrínsecamente un alto grado de violencia aun cuando no recurran al terrorismo para ver satisfechas sus demandas'. La especialidad del señor Ezkerra, empero, es la cuerda lírica, el 'reivindicar España como una realidad honda del sujeto además de una experiencia compartida con los otros, como un sentido, una conciencia de la pertenencia, como sentimiento de una revelación laica de la identidad, como tradición del corazón y como alegría de saberse parte integrante de esa comunidad'; lo que no quiere en modo alguno es 'renunciar a la exteriorización de la experiencia gozosa de la realidad nacional, de la placentera conciencia de pertenencia a una comunidad, de un regocijo ante la propia mismidad de España'. La mismidad de España... ¡Toma ya!
Pues bien, con mimbres como éstos está trenzando el PP el cesto de su 'patriotismo constitucional'. Y luego viene María San Gil y asegura que su ponencia no va 'contra los nacionalismos', sino que consiste en un intento de reconciliación de los 'desencuentros' que ha provocado la idea de España. Y más tarde aparece Josep Piqué en el papel del 'moro amigo' y propone a Convergència i Unió asumir como propia, beberse también ella la pócima patriótico-constitucional... Es, no cabe duda, una gentil invitación.... al suicidio asistido.
Joan B. Culla es historiador.
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