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Reportaje:

'Montes libres, vallas no'

Cientos de maquedanos protestan ante el Gobierno regional contra un coto de caza que les impide disfrutar sus bosques

Valdemaqueda es el último pueblecito de Madrid hacia el oeste. Se encuentra casi en el linde con la provincia de Ávila. Rodeado de montes por todas partes, goza de un contorno único: pinos, praderas y encinares; un río que fue azul y transparente, el Cofio; un puente de piedra, con sus tajamares teñidos de verde por líquenes como de terciopelo; una atmósfera cristalina; cumbres que rozan un cielo purísimo surcado por pájaros... Y unos moradores, en torno a los 600, que saben lo que tienen y que no quieren perder la posibilidad de disfrutarlo. Este riesgo, el de perder todo aquello que hace de Valdemaqueda un paraje bienamado por sus gentes y por los visitantes, flotó amenazadoramente sobre las cabezas de los maquedanos hasta ayer mismo a media tarde.

En plena calle estaban desde Aida, de tres años, hasta el tío Alejo, que en marzo cumplirá 84

A esa hora, la Comisión de Urbanismo se comprometió a no truncar el anhelo del Ayuntamiento de adquirir por y para el pueblo de Valdemaqueda 600 de las 820 hectáreas de monte que iban a ser convertidas en coto de caza para unos pocos.

Una gran parte del pueblo se hallaba ayer reunido en un sitio inusual. Sus gentes habían subido a primera hora de la tarde a seis autocares de línea en Valdemaqueda, con pancartas de mano en las que se podía leer: 'Montes libres, vallas no'. Con ellas bien asidas, los autocares les trasladaron velozmente a Madrid y se plantaron ante la sede de la Consejería de Obras Públicas, Urbanismo y Transportes, en la calle de Maudes, junto a Cuatro Caminos. Los recién llegados, hasta 300, desplegaron las pancartas de mano con otras más grandes y, frente a la puerta de la oficina del Gobierno regional, se apalancaron como un solo hombre/una sola mujer firme, decididamente, para apoyar a su alcalde, José Luis Sánchez Barbero (PSOE), de 34 años, y a su teniente de alcalde, Felipe Aguado, que acudían a entrevistarse allí con el poderoso consejero y vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Luis Eduardo Cortés. Antes, éste había conversado con Modesto Nolla, portavoz socialista de Urbanismo en la Asamblea.

Apoyando a los representantes elegidos de Valdemaqueda estaban juntos en la calle de Maudes desde Aida, de tres años, con rostro de princesita, enfundada en una capucha roja, hasta Águeda, de 60 abriles, o el tío Alejo, que el próximo marzo cumplirá 84 primaveras. Muchos jóvenes, señoras maduras y hombres de rostro curtido por mil jornadas pasadas en los montes, en la recogida de la resina. 'Este pueblo estuvo en manos de la Unión Resinera hasta hace unos quince años', cuenta un vecino reservón con su nombre. 'Hasta entonces, entre todos cuidábamos el monte y a él subíamos para ir a níscalos, a piñotas o, simplemente, a tomar el fresco en las tardes limpias del verano', explica Remedios, que lleva el mismo nombre que la Virgen a la que se venera en la Pradera del Hoyo. 'Bueno, pues un señor compró esa finca (de 820 hectáreas, por 337 millones), junto al monte de Santa Catalina y de las Riscas Grande y Chica'. ¿Y qué sucedió? 'Pues sucedió que todos los caminos que teníamos para pasear, para ir a la ermita de romería, a recoger setas o flores, quedaron bloqueados. Comenzaron a aparecer vallas en torno a nuestro pueblo y empezamos a sentirnos acogotados, cercados como el ganado', recuerda. 'Desde donde cogiéramos cualquier camino, topábamos con vallas metálicas y con pivotes encadenados que nos vedaban el paso'. ¿Con qué fin? 'Pues para convertir ése, con otros montes que ya lo son, en un coto de caza. Y ello para que unos señoritos vayan a disparar allí sus escopetas mientras nosotros apenas podemos movernos de nuestras casas'. Da la impresión de que exageran un poco. 'No exageran', dice un concejal socialista del gobierno municipal. '[Los dueños del coto] Han desplegado', añade el edil, 'hasta 70 kilómetros de valla cinegética con alambre de espino a lo largo de 4.000 de las 5.000 hectáreas del término municipal'.

Hay tensión entre la gente. Y disgusto. La policía vigila para que los vecinos más airados no corten la calle. 'Nos engañaron el presidente Ruiz-Gallardón y el consejero Carlos Mayor cuando en Valdemaqueda, en marzo de 2000, durante una comida de patatas con bacalao, ante todo el pueblo, dijeron que nada impediría que el pueblo disfrutara de sus montes', afirman con amargura.De pronto, casi por ensalmo, la tensión indignada da paso a la alegría. Salen a la calle el alcalde y su primer teniente tras su entrevista con Cortés: '¡Hemos ganado esta batalla, aunque no la guerra, y todo gracias a vosotros!', grita con emoción el teniente de alcalde a los maquedanos reunidos. 'Ahora nos volvemos todos a Valdemaqueda y allí os lo cuento', anuncia el alcalde. Lo que iba a contarles era que acababan de lograr -con la ayuda del diputado Nolla- que la Comisión de Urbanismo abra negociaciones para que el pueblo pueda seguir disfrutando de sus bosques.

Una alambrada al salir de casa

A los lugareños de Valdemaqueda no se les conoce únicamente por maquedanos. También se les aplica el nombre de ahumados. 'Eso nos viene de que fue de los últimos pueblos de Madrid a los que llegó la luz eléctrica, hace unos 45 años', explica un vecino. 'Se sabe que hasta entonces la gente de aquí iluminaba sus casas con teas ardiendo que te dejaban el rostro tiznado', añade. 'Pero ahora, con luz y todo, sí que estamos verdaderamente ahumados', tercia otro vecino. 'Prácticamente desde la salida de mi casa, a unos pocos metros, ya tengo una valla. Si tomo otro camino, igual me sucede; esto es como tener el dogal siempre al cuello', se lamenta, en referencia a las alambradas puestas por los dueños del coto de caza. 'En esto estamos todos unidos como una piña', dice Moisés Jiménez, el único edil del PP que, con dos independientes y cuatro socialistas, forma parte del equipo municipal. Su esposa y su nieto Roberto le acompañan. Moisés parece triste por todo este asunto. También lo está Águeda, una salmantina enraizada en Valdemaqueda. 'Queremos volver a resinar, meter ganado en el monte, caminar por los Corrales sin topar con una cadena que te impida proseguir tu paseo. Y, sobre todo, que nuestros hijos puedan vivir de un paraje dedicado al turismo rural, el único futuro que la ley nos permite', dicen todos.

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