Los inquilinos desahuciados de casas en ruina reciben en Granada ayuda psicológica
En el 25% de los pisos viven ancianos solos
Los urbanistas han comprendido que la ciudad está formada por personas que habitan edificios por los que sienten tal cariño que no les importa las condiciones en que se hallan y se niegan a abandonarlos. El Instituto Municipal de Rehabilitación de Granada ha reunido en su equipo a gente que sabe de ladrillos y hormigón y a otros que conocen bien los problemas sociales y humanos: arquitectos y trabajadores sociales, juntos en el mismo empeño.
En el centro histórico de Granada, una de cada cuatro casas está habitada por personas mayores solas y el 65% de las viviendas presentan un deterioro considerable. Sin embargo, casi nadie se quiere ir de allí, da igual en qué condiciones vivan.
No importa lo vieja que sea una casa, la gente se encariña con ella. Es el caso de Antonio Jiménez, de 74 años, y su esposa, Ana Vargas, 75. Los dos viven en una casa del Albaicín bajo granadino de apenas 40 metros cuadrados. Las escaleras son estrechas y empinadas; el aseo, por llamarlo de alguna manera, es un cubículo de escaso tamaño y altura en el que no hay bañera ni ducha; la cocina, algo más grande, tampoco está a la altura de este siglo y el frío inunda la casa.
El Ayuntamiento ha declarado el edificio en ruina hace semanas. Sin embargo, Antonio y Ana, que entraron en este piso de su propiedad hace 30 años, parecen haberse acostumbrado a sus condiciones de vida. Esas condiciones de vida, sin embargo, las denomina el Ayuntamiento 'infravivienda'.
A pesar de que a los ojos de cualquiera lo más deseable sería salir corriendo de la casa con lo puesto, Antonio lo único que quiere es que 'arreglen la casa sin que nos echen'. Hace años, es posible que el Ayuntamiento hubiera enviado a un arquitecto a hablar con Antonio y su mujer para decirles que, dada su situación, debían dejar la casa. Y es probable que a las pocas semanas estuvieran en otro piso y en otra zona.
Hoy, la situación se maneja de manera bien distinta. Mucho antes de que el arquitecto pise siquiera esta casa u otras similares, Lucía Valero, la trabajadora social del equipo de rehabilitación granadino, se pone en contacto con gente como Antonio o Ana. Su trabajo es entenderlos y convencerlos de que la rehabilitación de sus viviendas no significan que tengan que irse de su casa ni del barrio para siempre.
No se trata de dejar barrios muy bonitos pero sin vida; alguien tiene que vivir allí. ¿Y por qué no los de siempre?. Lucía Valero recalca que 'la rehabilitación de la ciudad histórica cobra su sentido si se realiza para mejorar la calidad de vida de las personas que la habitan y no sólo para preparar un escenario que admirar'.
Ese es el otro temor de los muchos inquilinos de estas viviendas; tras décadas en su barrio, muchos se sienten indefensos en otra zona a pesar de que sus condiciones de vida pudieran sufrir una mejora técnica.
El caso de José Rico es significativo. Vive en el Albaicín. Sin trabajo ni familia, lo echaron de una casa alquilada y ahora le han prestado un sitio para dormir. José abre el candado de la puerta y lo primero que se aparece son varios palos apuntalando un muro y un montón de ladrillos para una obra de incierto comienzo. Lo que fue la cocina está arrasada y el salón tiene un sofá y una mesa en la que el polvo se aposenta desde hace años. De allí se accede a la única zona personal de José, su dormitorio, cerrado también con candado.
De nuevo, este caso se repite cada pocos metros en el Albaicín y, seguro, en muchas ciudades andaluzas. Por eso, la rehabilitación y renovación que propone el Instituto de Rehabilitación granadino va más allá de cambiar fachadas, tejados o columnas. Entre sus propuestas para el Albaicín están, por ejemplo, la apertura de tres Centros de Día de atención a los mayores, un servicio de estancia diurna o 'unidad de respiro familiar' y la construcción de viviendas tuteladas, para mayores con necesidades socioeconómicas.
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