Refugio
Imagine ahora Madrid sometido de nuevo a un terrible bombardeo, como sucedió en la guerra civil del 36, ese espectáculo pavoroso que poco después se repitió en muchas capitales europeas, desde Leningrado a Berlín. Bajo el sonido de las sirenas que presagia una inminente lluvia de acero, ciudadanos espantados y mujeres con niños en brazos miran al cielo llorando mientras corren entre escombros hacia el refugio. ¿Qué pasaría hoy si esta gente aterrorizada al bajar a ese sótano preparado en cada barrio se encontrara allí, no con una multitud hacinada y famélica, sino con unos grandes almacenes iluminados por un resplandor casi celestial, con todos los productos imaginables a su disposición sin excluir miles de jamones orlados con guirnaldas de plata? Probablemente a nadie le importaría que en la calle siguieran cayendo bombas con tal de poder comprar cosas en esa madriguera. Atrapados por una neurosis bélica todas las alarmas antiaéreas suenan ahora en el corazón de los consumidores. Contra lo que pueda parecer las bombas están cayendo también sobre nuestra conciencia, no sólo en los terregales de Oriente Próximo y aquí la gente se pisotea corriendo en busca de un refugio, que cada cual encuentra donde sea, unos en el bar de la esquina, otros en ese profundo agujero que se excavan dentro de sí mismos, con la sumisión y la amnesia. Por cada héroe dispuesto a dar la vida por los demás bajo un bombardeo, por cada persona libre que se atreve a opinar contracorriente hay mil fieras humanas que tratando sólo de sobrevivir se devoran los hígados mutuamente sin dejar por eso de humillar la cerviz ante el más fuerte en silencio. Si en los buenos tiempos ceder el paso a un desconocido en el ascensor constituye un acto de grandeza, hay que imaginar qué sucede cuando suenan las alarmas antiaéreas en el espacio. En este momento están cayendo bombas en París, Londres, Nueva York, Madrid. A la gente se la ve correr por todas las calles. Entra y sale de las tiendas, protegiéndose la cabeza con bolsas y paquetes y como un rebaño frenético penetra en los grandes almacenes para sentirse aún más segura. Desde muy lejos llegan densos, profundos sonidos de las bombas que caen también sobre países miserables. Todo el mundo calla. Pero a la hora de definirse políticamente se oye que la gente agolpada en el mostrador pregunta: oiga, esta merluza ¿es congelada o de pincho?
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