El Senado, el talante y el señor Aznar
La necesidad de reformar el Senado es casi tan vieja como la vida efectiva de la Constitución. Como el Senado constitucional nació como una hijuela del compromiso apócrifo sobre el Estado de las autonomías que consagra el Título VIII de la Constitución, nació como una asamblea de composición y funciones provisionales a la espera de que el mapa autonómico se definiera. Una vez fijado el mapa y decidido el modelo en sentido cuasifederal en que lo fué en los años ochenta la lógica del sistema y las exigencias de su funcionamiento hacen imperativa la reforma de la Cámara Alta. Como la composición y facultades de la misma están inscritas en la Constitución el cambio de una y otras exige la activación de la reforma constitucional. Cualquiera que conozca mínimamente el problema lo reconoce así. Sin embargo los intereses políticos de partido viene obturando la reforma desde finales de los ochenta. La solución de compromiso de 1994, esto es la reforma del Reglamento a fin de crear un Senado dentro del Senado con la Comisión General de las Comunidades Autónomas, se desactivó cuando, a la vista de las primeras experiencias se comprobó fehacientemente que aquello podía funcionar: si la planta piloto funciona, si el prototipo a escala va bien, entonces su traslado a lugar y tamaño reales también lo harán. Por eso se desactiva: la comodidad del Gobierno y de la política de personal de su partido son la primera prioridad, dicen los actos.
Tras no pocas marchas y contramarchas un reciente documento federal del PSOE adopta una posición clara: reducir a la mitad los senadores de elección directa, elegir la otra mitad por los órganos autonómicos de gobierno, situar al Senado como lugar de encuentro y reforzar su intervención en asuntos autonómicos. Las cosas suenan mas o menos así. Vaya por delante que la propuesta adoptada por los socialistas no es nueva y, además, no me parece acertada. No es nueva porque no es sino una refundición de un documento que procede de la anterior legislatura y cuya idea general viene de al menos hace dos, y ha sido retocado con tan poco arte que deja claras señales de su antigüedad en el texto. No me parece adecuada porque un Senado que representa en su mitad a aquello que debe representar, a los órganos autonómicos, pero sigue representando en su otra mitad lo mismo que ahora los cuatro quintos, esto es , a nadie, me parece una idea digna de más detenida consideración ; no me parece acertada porque se arruga cuando llegar al problema mollar: para servir de órgano de integración es necesario que el Senado sea colegislador pleno con el Congreso en asuntos autonómicos, como el Consejo Federal alemán o el Senado belga, y eso significa que en tales no hay ley sin acuerdo del Senado ; no me parece afortunada porque ante un motor de dos cilindros ( las Cortes Generales actuales) pretende mejorar la máquina aumentando uno de los dos cilindros sin tocar el otro y sin modificar ni la bielas ni el cigüeñal. No es de esperar que un motor así funcione bien. Aunque hay comprensibles razones políticas para un diseño inicial de ese tipo ( la reforma la deben adoptar los senadores provinciales, llamados a desaparecer ) y pudiera ser una transitoria aceptable , como solución definitiva no es muy feliz, precisamente.
La propuesta puede no ser feliz, pero desde luego no merece los sarcasmos, befas y desplantes que en dos ocasiones en menos de cinco días la ha dedicado el Presidente del Gobierno. Y aquí habría que decir que ni este Presidente del Gobierno ni ninguno puede pretender estar a la altura del cargo que desempeña en tanto en cuanto se dedique a mofarse de las iniciativas políticas de la oposición , ni en esta cuestión ni en ninguna. Puede no estar de acuerdo, pero la más elemental educación democrática obliga al Presidente ( que se supone es algo más que un jefe de fracción) a tratar con cortesía la oposición. Puede manifestar su desacuerdo, como es natural, pero debe respetar no sólo aquellas formas con las que un grupo político democrático trata a otro, sino aquellas otras que cualquier ciudadano puede exigir de su Presidente. Y que yo sepa ni el coordinador general de IU ni el secretario general del PSOE han dejado de ser ciudadanos. Como dice, con razón, un desperdiciado político conservador ' los escolásticos, que no eran tontos, decían aquello de que la forma da el ser las cosas.'
Empero en este asunto hay más. Si hay algún tema y alguna propuesta en los que el señor Aznar no está legitimado para adoptar no ya el talante que ha exhibido, sino la posición que ha adoptado ese tema y esa propuesta son precisamente el Senado y su reforma. Cuando se ha sostenido que hay que cambiar la Constitución para hacer un Senado a medias de elección autonómica y a medias de elección provincial, en el que el Senado sea un verdadero cuerpo colegislador en asuntos autonómicos y cuente con un papel reforzado en los asuntos de la UE, y se ha sostenido en las se supone que meditadas y sosegadas páginas de un libro (vide Aznar,J.M. España. La segunda transición. Espasa-Calpe. Madrid.1994 pp. 40 y ss. , en especial pgs.40 a 44) uno conserva el derecho a cambiar de opinión, pero no lo tiene ni a ocultarlo ni a tratar con menosprecio a las personas que sustentan las mismas conclusiones a las que llegó el en la fecha mencionada. Aunque solo sea porque el talante que la conducta contraria revela no es precisamente elogiable en un particular, mucho menos en un Presidente del Gobierno.
Nadie discute el derecho del sr.Aznar a cambiar de opinión, pero si lo hace, y lo efectúa en la posición que ocupa, lo menos que puede hacer es explicarnos al común de los ciudadanos que razones le han movido a efectuar ese cambio, cosa que no ha hecho. Mucho me temo porque, aunque hay buenos motivos para ese cambio, tales motivos no son precisamente buenas razones. Desde la óptica del interés general y la vertebración del país al menos. Tal vez la clave de unas poco afortunadas formas se halle en el íntimo descontento consigo mismo del sr. Presidente. Ahora bien, si el sr. Aznar pretende comportarse como lo que los argentinos denominan un 'spiantavotos' no cabe duda que con el talante que ha mostrado estos días se halla en buen camino.Laus Deo.
Manuel Martínez Sospedra es profesor de Derecho de la Universidad Cardenal Herrera-CEU.
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