El mejor balón, en juego
Raúl, Owen, Beckham, Figo, Totti y Kahn se perfilan como los grandes aspirantes al premio más prestigioso
La 46ª edición del Balón de Oro, el trofeo instituido por la revista France Football para premiar al mejor jugador, se resolverá el próximo lunes mediante el voto periodístico. Sólo uno nacido en España, Suárez (1960), ha sido capaz de llevarse el trofeo desde 1956, cuando se lo adjudicó el inglés Matthews, a quien siguió en 1957 Di Stéfano, que repitió en 1959. Sus máximos ganadores son el holandés Cruyff (1971, 1973 y 1974), el francés Platini (1983, 1984 y 1985) y el también neerlandés Van Basten (1988, 1989 y 1992). Ahora hay otro español muy bien colocado, Raúl. Sus grandes rivales parecen los ingleses Owen y Beckham, el portugués Figo, el italiano Totti y el alemán Kahn.
No hace mucho, McManaman se enfrentó con una sonrisa a una pregunta que posiblemente detestaba: ¿Quién te parece mejor, Owen o Raúl? El inglés madridista se revolvió en su asiento, pero no podía escaparse. Así, divagó un poco, trató de encontrar las palabras correctas, se acogió a la diplomacia y dijo: 'Cuando vuelva a Liverpool me van a matar, pero creo que Raúl es mejor'. Viniendo de un hombre que ha sido compañero de los dos principales aspirantes al Balón de Oro, su elección tiene el valor que procura el conocimiento. Así que Raúl.
Hay algo que tiene Owen y que no es patrimonio de Raúl, algo relacionado con el efecto publicitario de lo que consiguen en cada partido. Con sus 22 años, Owen aún puede funcionar como mascota del Liverpool y de la selección inglesa, imbuido de un aire adolescente y una sonrisa con gran valor propagandístico. Es tan jovial que no parece contaminado por los rigores de su profesión. Dan ganas de tratarle como a una mascota porque no hay nada amenazante en él, excepto sus goles.
Raúl es otra cosa. Podría ser Owen perfectamente. Todo lo que hace el jugador del Liverpool lo supera él, que tiene tanta o más trascendencia en el área. Sí, le falta su velocidad para conducir la pelota, pero, en términos productivos, es una máquina de lograr goles y ganar partidos. Y como futbolista no admite comparación: si Owen es determinante en el último tercio del campo, la influencia de Raúl se extiende a todo el terreno, a todo el equipo, al juego. Hace lo que se debe hacer en cada momento y cada lugar y con tanta economía de gestos que a veces ese mérito pasa inadvertido.
Han pasado siete años desde el debú de Raúl en el fútbol profesional. Todavía está en la edad de pasar como un muchacho adorable, como una versión mediterránea de Owen, pero no está en el negocio para hacer amigos. Su meticuloso trabajo está absolutamente relacionado con la seriedad, con un sentido profesional de sus desafíos, sin espacio para las distracciones. Nunca pareció un niño, excepto quizá en aquel partido frente al Atlético, el segundo de su carrera en el Madrid. Luego, se dedicó a otra cosa: a helar la sangre a los defensas y los porteros. Eso lo ha hecho como nadie y ya es hora de que se reconozca por encima de la amable imagen del muchacho de Liverpool.
Aunque no gane el Balón de Oro este año, está claro que Owen seguirá siendo un candidato importante al premio después de que la mayoría de sus rivales de hoy se hayan retirado. Si el delantero del Liverpool no lo gana en 2001 es posible que lo gane en 2010.
Raúl es un jugador más astuto, más completo. La superioridad técnica de Zidane es indiscutible. Owen brilla simple y exclusivamente por su capacidad para marcar goles. El talento goleador que posee, agregado al repertorio cada vez más extenso que muestra frente a las porterías, le han convertido en uno de los jugadores más codiciados. Si Zidane, a sus 29 años, cuesta 12.000 millones de pesetas, ¿cuánto, a los 21, valdrá Owen?
Porque todo indica que va a seguir mejorando. Demostró en el Mundial de 1998 que es uno de esos jugadores que rinden más a medida que la presión es más intensa, cuanto más crucial sea el partido. Pero en aquellos tiempos lo que le hacía falta era la capacidad de anotar goles con la cabeza o la zurda. Para poder convertirse en uno de los grandes de la historia del fútbol inglés estaba claro que tendría que trabajar, invertir horas y horas como el golfista norteamericano Tiger Woods, para mejorar su técnica y, también en imitación de Woods, su fortaleza física.
Ha logrado sus objetivos. No es un hombre alto, pero, según sus gigantescos compañeros, ha desarrollado la musculatura de sus hombros de manera asombrosa en el gimnasio. Y hoy ya no causa sorpresa cuando marca goles de cabeza o con el pie izquierdo.
Owen, un hombre de familia que demuestra un cariño por sus padres y sus hermanos más habitual en los países latinos que en Inglaterra, se ha convertido, muy joven, en un profesional ejemplar. Y su rendimiento a lo largo de 2001, tanto en la Liga inglesa como en la competición europea y para la selección inglesa en las eliminatorias del Mundial, ha sido espectacular. Aparte de haber marcado goles decisivos en las finales de Copa contra equipos de la talla del Bayern Múnich y el Arsenal, las estadísticas demuestran que en los siete partidos internacionales que ha disputado este año ha anotado seis goles -tres contra Alemania- y que en los diez de la Premier League que lleva esta temporada ha sumado ocho.
Y hay otra estadística reveladora. Tiene, con mucha diferencia, la mejor proporción disparos-goles en la Premier. Hasselbaink, del Chelsea, requiere cinco intentos para marcar un gol; Henry, del Arsenal, cuatro. La puntería de Owen, en cambio, es tan extraordinaria, tal es su economía en el área rival, que por cada dos veces que tira una acaba en la red.
Si el Balón de Oro se otorgara al jugador que realmente merece ser reconocido como el mejor jugador de Europa sólo se hablaría de Figo, Rivaldo y Zidane. Hay quien opina, al menos en Inglaterra, que el nombre de Beckham debería agregarse a la lista de honor. Lo cual revela una triste incapacidad de reconocer las cosas como son.
Beckham tiene un pie derecho de terciopelo y un aguante físico extraordinario. Pocos jugadores son capaces de enviar centros más envenenados. Nadie, ni en el Manchester ni en la selección inglesa, cubre más kilometros partido tras partido. Pero, como ha dicho George Best, no tiene zurda, no tiene regate. No goza, ni remotamente, del talento natural para el fútbol que poseen Figo, Rivaldo y Zidane.
Entonces, su candidatura al Balón de Oro se debe a sus actuaciones a lo largo de 2001. Lo cual tampoco le deja con muchas posibilidades. A no ser que los periodistas, cuyos votos deciden el premio, se hayan limitado a observar a Beckham en su nuevo papel de capitán de Inglaterra. En tres o cuatro partidos de clasificación para el Mundial ha sido el factor decisivo. Ningún otro jugador ha contribuido más al extraordinario éxito de la selección desde la llegada del entrenador sueco Sven Goran Eriksson y por eso, merecidamente, Beckham recibió anoche el título que otorga cada año la BBC a 'la personalidad deportiva del año'.
El Beckham de la selección y el Beckham del Manchester, en el que en los últimos dos partidos ha perdido la titularidad, son como el doctor Jekyll y mister Hyde. De lo que no hay duda es de que si los que votan por el Balón de Oro se han fijado en el bajísimo rendimiento de Beckham últimamente en el Manchester, convertido abruptamente en la sombra del gran equipo que Alex Ferguson construyó, se tendrán que preguntar a quién se le podría haber ocurrido incluirlo en la lista de los candidatos.
Un jugador español opina sobre la importancia de Figo en el Madrid que ganó la Liga: 'Sin Figo, habrían terminado en el quinto puesto'. No hay duda de la contribución del portugués a un equipo que encontró muchos remedios a sus viejos defectos. En el año de su conversión a la fe madridista, la participación de Figo fue altísima, con la particularidad de reunir producción y eficacia. Desde la derecha, sus desbordes y sus pases se convirtieron en la principal fuente de goles del Madrid a través generalmente de su conexión con Raúl.
Sólo pareció disminuido en los dos partidos frente al Barça, algo parecido a una concesión sentimental a su viejo club, aunque no da la impresión Figo de caer en sentimentalismos. Por lo demás, fue en el Madrid el jugador vibrante que tanto hizo disfrutar en el Barcelona. Futbolista intrépido, persistente, con una poderosa capacidad para la amenaza. Un futbolista adulto de arriba abajo. Ese Figo tuvo un impacto enorme en el Madrid. La afición le apreció por su contribución y por el valor simbólico de su fichaje, que causó tribulaciones insuperables en el Barcelona. Por el camino ganó el Balón de Oro después de varios años de marginación. Ahora es una celebridad del fútbol mundial y aparece automáticamente en cualquier votación, incluso en estos momentos inciertos en los que su producción ha descendido notablemente.
Por una curiosa rareza, el fútbol italiano no deja de alimentarse con excelentes jugadores que inevitablemente se colocan el 10 a la espalda. Es el número de Baggio, Zola, Del Piero y Totti. No son iguales como futbolistas, pero todos tienen en común su extraordinaria calidad. Dos de ellos, Baggio y Zola, han pagado el hermetismo de un estilo que limita gravemente a los jugadores de sus características, lo que allí denominan fantasistas. Como ahora se ve con Zidane en España, es una pena que esta clase de futbolistas tengan que sobrevivir a condiciones extremas, a una especie de disfunción ecológica que les obliga a adaptarse a un juego que les rechaza.
Como suele ocurrir, Totti ha hecho de la necesidad virtud. Llegó al Roma con 17 años y una fama de superdotado que tardó algún tiempo en concretar. Entendió muy pronto que debía añadir algunas facetas a su juego o que, de lo contrario, tendría el mismo destino final que Zola y Baggio, demasiados exquisitos para superar el ojo crítico de los entrenadores italianos. En pocos años, el físico de Totti ha cambiado lo suficiente como para afrontar los rigores de un fútbol implacable. Lo ha conseguido sin perder sus mejores cualidades: es rápido, habilidoso, sorprendente, excelente pasador y rematador. Y con una característica que le define: no se distrae en asuntos superficiales y hace daño en cada una de sus acciones. La clase de jugador, en fin, que determina el destino de sus equipos porque se permite realizar cosas diferentes en medio de un monótono paisaje. El Roma puede dar plena fe de ello.
En la hora de los premios hay que poner cara y ojos a los equipos ganadores. Al Bayern, por ejemplo, que conquistó la Copa de Europa. El equipo como tal no tiene mucho que vender, con la excepción de Effenberg, a quien cuesta citarlo como aspirante al Balon de Oro ahora que se acerca al final de su carrera con 33 años y muchos costurones en su conflictivo historial. Probablemente, Effenberg fue el futbolista más importante del Bayern en la Liga de Campeones y muy especialmente en la final, en la que manejó el partido con la misma facilidad que el último Schuster, capaz de dictar el juego sin apenas moverse.
Como Effenberg no parece un aspirante políticamente correcto, el candidato del Bayern es Kahn, que parece una caricatura de todo lo que se entiende por fútbol alemán. En su estilo se adivina la inclinación teatral de Sepp Maier y el tremendismo de Toni Schumacher. Kahn ha hecho un personaje de sí mismo y se le mide menos por sus condiciones como portero que por el efecto que causa su figura, una especie de Zeus tronante que proyecta sus rayos y fuego sobre el resto de un equipo vulgar, pero temido.
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