Tonto el que lo lea
NO PUEDO CONTAR mi viaje. Y no porque no quiera, sino porque no me dejan. Aquí todo el mundo lo sabe todo. Ya en el año 28 volvía el poeta Moreno Villa de Nueva York y a la vuelta tomó el tren que le llevaba desde Vigo a Madrid. Entabló conversación con su compañero de asiento y le contó, con la excitación natural del recién llegado, que había pasado unos meses en Estados Unidos. Su compañero le preguntó: ¿y qué tal?, y cuando Moreno Villa empezó a decir: 'pues...', aquel hombre, que no había estado en Nueva York ni estaría jamás, empezó a exponerle todos sus conocimientos: 'el americano construye sólido, pero sin gusto'. 'El americano es un pueblo práctico, pero ingenuo'. '¿Ve usted el edificio del Círculo de Bellas Artes, este que acaba de hacer el arquitecto Palacios? Eso el americano no sabe hacerlo'. Y así llegó Moreno Villa a Madrid, y a lo mejor, ante la imposibilidad de que alguien le escuchara, nació su libro Pruebas de Nueva York. Yo me desfogo en estos articulillos y así podemos evitarle a la humanidad males mayores, como que decida escribir un libro. De todo lo que me vienen contando mis compatriotas desde que aterricé concluyo que el español piensa que el americano es poderoso, pero imbécil, y esto nos hace sentirnos fenomenal porque por algo somos los más listos del mundo, aunque nadie se haya enterado en el extranjero.
Lo que de verdad nos gusta es que vengan los de fuera y nos digan qué les parece España. Genial la respuesta que dio el gran Danny DeVito sobre Madrid: 'Me gusta mucho, y más me gustará cuando encuentren el tesoro que están buscando'. A veces, la pregunta se hace más precisa, como cuando le preguntaron a Woody Allen qué pensaba de la cultura catalana. ¿Cata-qué?, pensaría el cómico. Esa pregunta era para nota. Incluso yo me he visto enfrentada a preguntas como ésa. Una vez, en Galicia un profesor me preguntó desafiante que a cuántos escritores gallegos conocía yo. Es de ese tipo de preguntas que como contestes mal, al día siguiente te ponen a parir en todos los periódicos locales. Cité a Valle-Inclán, por empezar por lo clásico, pero el tipo dijo que Valle no era considerado parte de la cultura gallega. 'Pues peor para la cultura gallega'. No lo dije, pero lo pensé en su misma cara. Valle no es cultura gallega: eso mismo dijo un escritor supernacionalista que fue hace poco a dar una conferencia a Nueva York. Dejó atónitos a los estudiantes americanos que creían conocer algo de la literatura española. Hay que andar con pies de plomo: nuestra Concha Velasco se encontraba de gira hace añísimos con Mamá, quiero ser artista; llegó a Córdoba, que en aquellos días vivía una polémica sobre su estación de ferrocarril. Era una porquería y había un clamor para que la adecentaran. Los periodistas le preguntaron qué pensaba de la estación. Y Concha, con su habitual sonrisa de mil dientes, respondió sin saber por dónde iban los tiros: 'Divina, ha sido pisar esa estación y sentirme en mi casa'. Hay periodistas que quieren tanto a su tierra que se olvidan de que hay un mundo ahí fuera. Siempre me acuerdo de una vez que acompañé a mi suegro al médico. El doctor le pregunta: de dónde es usted, y mi suegro dice: de Úbeda. El médico improvisó unas alabanzas sobre Úbeda que pusieron a mi suegro gordo que no cabía por esa puerta. En esto dice el médico: 'si ya le había notado yo el acento'. A mi suegro le cambia la cara y suelta: 'en Úbeda no tenemos acento; en Linares, en Baeza, en esos sitios sí, pero en Úbeda no'. Desde que mi suegro desgranó dicha teoría ubedocentrista entiendo un poco más la España autonómica. Por cierto, que tengo en mente hacer un ensayo sobre el pensamiento de mi suegro. Mi santo dice que él contraatacaría con un libro sobre mi padre. Hemos acordado dejarlos en standby hasta que nos separemos.
En el tiempo que he estado fuera han ocurrido cosas: en Moratalaz, al lado de la piscina donde antaño nos bañábamos las Azúcar Moreno, Alejandro Sanz y servidora, la empresa del Fairy hizo una paella gigante que ha salido en el libro de los récords. El arroz lo dejaban caer con una grúa. Me hubiera gustado conducir esa grúa. Más cosas: mi hijo me cuenta que mi padre frecuenta el bar Baco (buen nombre) y que tiene un grupo de amigos que se autodenomina desde el 11 de septiembre 'el gabinete de crisis'. Arreglan el mundo de una a tres de la tarde pegados a la barra. A las tres, el gabinete se retira, como puede, a echar la siesta. Un día salió del Baco y le compró a mi hijo la película Pulp Fiction. Tal vez debido al nivel de tinto en la sangre no se acordará en ese momento si era suegro de mi santo o de Javier Marías.
Y toda esta disquisición sobre el orgullo autonómico venía porque me acaba de llegar un paquete de una comunidad donde di una charla antes de irme. El paquete contiene unos libros enormes, amenazadores, sobre la belleza y costumbres de dicha comunidad, que me regalaron las autoridades y que yo dejé olvidados a propósito en el hotel hace seis meses. Ahora vuelven a mí como un bumerán mortal. Desde aquí lo digo: ¿no hay manera de que la España autonómica te agasaje con cosas catetas como las de antes, ajos, aceite, quesos, y no este despliegue de cultura escrita que estamos sufriendo? ¿No hay manera de que en España vayamos a menos?
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