_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Achique de espacios

Mucho se ha hablado en los últimos meses, sobre todo a partir del 11-S, del supuesto 'eclipse de Zapatero', de la considerable disminución de su presencia pública. Algunos lo han aprovechado para sembrar dudas sobre su capacidad de liderazgo, aunque en realidad sólo se ha cumplido una de las clásicas leyes de la política democrática: en situaciones de crisis internacional la oposición desaparece para proyectarse toda la luz sobre el titular del Gobierno. Esto lo ha sabido aprovechar Aznar para labrarse un perfil de 'líder global'; o eso es, al menos, lo que nos comunican los distintos medios afines al partido gobernante. Tal y como dicen las encuestas, probablemente no haya habido ni una cosa ni la otra. Pero no deja de ser interesante que se vayan creando estas percepciones. Para otro día dejamos la posible explicación de ese presunto ascenso de nuestro presidente del Gobierno a 'líder global'; más interés inmediato tiene auscultar la salud de la oposición ya a casi mitad de camino de la legislatura.

Para empezar, hay algo que toda oposición que aspire a gobernar no tiene más remedio que padecer: la dificultad por ofrecer una verdadera alternativa al Gobierno. Esto ocurre en cualquiera de los países democráticos avanzados. La predisposición de los votantes a converger sobre el centro político hace que sea allí donde se encuentran los grandes bancos de votos. Y por regla general es ahí también hacia donde apuntan las estrategias de los partidos, perdiéndose cada vez más sus auténticas diferencias. Por decirlo en una gráfica expresión de táctica futbolística, lo que se está produciendo es un progresivo achique de espacios. Gobierno y oposición se acumulan en la misma zona del campo y si cualquiera de ellos se separa en exceso podría caer en fuera de juego electoral. El ciudadano, igual que el aficionado al fútbol, no disfruta así, sin embargo, de un encuentro particularmente excitante. Basta observar lo que ha ocurrido en esta última crisis para reafirmarse en esta idea: unánime seguidismo a los Estados Unidos, sin que el color ideológico del Gobierno sirviera para introducir la más mínima matización; las diferencias, pocas, obedecieron en todo caso a las propias tradiciones o peculiaridades de política exterior de los diferentes países.

En política interior ocurre algo parecido, con el agravante en España de que junto a la polarización izquierda/derecha juega también aquella que separa los intereses del Estado de otros más particularistas, nacionalistas o no. Y esto ha constituido un verdadero rompecabezas para el PSOE, obligado en ocasiones a ponerse el sombrero de partido nacional y entrar en los famosos 'pactos de Estado'. La oposición responsable y tranquila de Zapatero hizo aguas, sin embargo, en uno de estos pactos, el de renovación de órganos constitucionales y, ya en otro terreno político, en la conducción del caso Gescartera. Sobre todo porque en ambas situaciones se encontró ante un Gobierno que actuó igual que cuando estaba en la oposición: mediante la pura descalificación del adversario. Es fácil percibir la perplejidad de Zapatero y los suyos ante el vaciamiento de su estrategia: cuando aprieta argumentativamente tiene la chulería y el 'aquí mando yo' por respuesta. No es de extrañar que acabara en la calle detrás de una pancarta después de que el Parlamento engullera, raudo y veloz, las enmiendas a la LOU.

Con todo, deben seguir mostrándose serenos. Ahora el problema para el Gobierno no es ya que siga aumentando eso que Miguel Ángel Aguilar llama la 'unidad de ministros quemados'. Por sus últimas declaraciones tan despectivas y descalificadoras hacia la oposición como un todo, es el presidente mismo; está comenzando a dar muestras de mal de altura, de altura de ego. Pocas cosas se toleran menos por parte de una ciudadanía democrática que se le cierren las opciones de cambio. Presentarse como mejor que la oposición es algo sensato y normal; no así despreciarla y no hacerla merecedora siquiera de ser elegida. Puede que hoy se juegue con un indudable achique de espacios, pero a la gente le gusta que siga habiendo más de un equipo en el campo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_