_
_
_
_
_
Reportaje:

El decano de los hoteles cuenta sus memorias

El Ritz, emblema hostelero madrileño, publica el relato de sus noventa años de vida

Dos mansardas de pizarra negra.Un rótulo de neón celeste. Y un edificio blanco, como de nata, con ventanales remarcados por cortinas de raso color champán. Los visillos permanecen inmaculadamente limpios. Tras ellos, una intimidad discreta y alfombrada, de la que pareciera surgir el aroma azulado de caros cigarros puros. Es el Ritz de Madrid. En plena plaza de Neptuno, junto al Museo del Prado y frente al Obelisco de la plaza de la Lealtad, el hotel decano de los de Madrid ha cumplido ya 90 años. Su actual propietario, el grupo japonés Nomura, decidió por ello publicar las memorias de la veterana institución hotelera. El relato, en forma de revista ilustrada, ve la luz ahora tras año y medio de trabajo de un equipo regido por María Ángeles Fernández, integrado por Fernando López, con textos de Javier Tamayo y Teresa Medina, más el diseño gráfico de Rosalía Villauriz y Diego de Acuña. El establecimiento mantiene el troquel hotelero acuñado por César Ritz, un camarero suizo nacido en Niederwald en 1850. Éste trabajó por media Europa, y, tras conocer los deleites del buen vivir posteriores a la guerra franco-prusiana, recaló en el Savoy de Londres y decidió sembrar Europa con remansos lujosos para viajeros de postín, a la sazón llamados touristes. Poseía una fórmula muy suya: confort centroeuropeo, elegancia francesa, etiqueta británica. Y aquí, en Madrid, le añadió un cuarto ingrediente, muy hispano: la hospitalidad.

Mata Hari, el duque de Windsor, Alexander Fleming, Rainiero y Grace de Mónaco se alojaron en sus 'suites'

La mezcla funciona desde entonces. Concretamente, desde octubre de 1910. 'Eso sí, con altibajos, pero sin interrupción', reconoce durante la presentación del libro-revista Alfonso Jordán, rector general del Ritz.

La idea de erigir en el Madrid de principios del pasado siglo un hotel de gran lujo surgió de Alfonso XIII, explica Tamayo. 'Los invitados a su boda con la princesa Victoria Eugenia de Battemberg, en mayo de 1906, tuvieron que aposentarse en residencias particulares de nobles por la falta de un hotel madrileño en condiciones'. Ello llevó al último rey con corte de aristócratas a plantear la necesidad de dotar a la capital de un establecimiento hotelero regio. La idea se convirtió en una locomotora modernizadora de la ciudad: el marqués de Guadalmina creó una sociedad, Compañía de Desarrollo Ritz, acopió dinero, buscó un solar frente al paseo del Prado -hasta entonces ocupado por el circo Tívoli- y contrató al arquitecto francés del Ritz de París, Charles Mewes, y a otro alarife, el vasco Luis de Landecho. Las obras costaron cinco millones de pesetas y consumieron dos años de trabajo. El resultado fue un edificio de estilo belle époque, de seis plantas, rematado por dos cúpulas amansardadas, con barandillas abalconadas y una inconfundible pátina de residencia palaciega de estío.

Sus 125 habitaciones, a siete pesetas diarias de 1910, más una treintena de suites, así como seis grandes salones, fueron la dote básica de uno de los cinco mejores hoteles del mundo, según las crónicas de entonces. 'Incluso contaba con un teléfono por cada planta, a la sazón avanzadísimo servicio, único en Madrid', añade Tamayo. Pero la singularidad del Ritz residía y reside hoy en su plantilla, formada por 250 personas, de una veintena de oficios. 'Hay tres altos directivos que comenzaron de botones en esta casa', cuenta José Luis Plaza, director de comunicación; así subraya la existencia de una cultura laboral propia del Ritz, 'que forma parte de su mejor patrimonio'. Y deja caer un ejemplo de singularidad: 'Los empleados uniformados llevan todos sus trajes hechos a medida', destaca. Más hechos: el Ritz cuenta con 40 cocineros, siete pasteleros, incluso un especialista en salsas, amén de legión de conserjes, valets, doncellas; sus recepcionistas hablan en ocho idiomas. Un ejemplo del tono de su confort: la alcachofa dorada de la ducha de cada suite mide 20 centímetros de diámetro.

Su centro de floristería es capaz de satisfacer en apenas unas horas la demanda de 1.000 rosas rojas para un cliente enamorado. Los clientes del hotel son sus invitados. Tal máxima, esgrimida por la familia Marquet, propietaria del Ritz durante 47 años -hasta 1979- requirió desde siempre una ecuación compensada entre el servicio brindado por el personal del hotel y la exigencia de que cada huésped muestre saber estar. 'El Ritz y sus invitados han conseguido mantener siempre tal equilibrio', comenta Plaza con una sonrisa. 'El equilibrio proseguirá mañana', anuncia.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete
El hotel Ritz, desde su fachada a la calle de Felipe IV.
El hotel Ritz, desde su fachada a la calle de Felipe IV.MANUEL ESCALERA

Aristócratas y burgueses

Un anciano cliente, que pide la reserva de su nombre, explica por qué razón el linajudo hotel Ritz ha logrado mantener su patricia distinción 90 años: 'En Madrid, los proletarios se creyeron a veces burgueses; los burgueses, casi siempre aristócratas, y los aristócratas, se consideraron siempre semidioses. Unos y otros', agrega, 'se han visto influidos por formas de hidalguía diferentes, según su clase social, pero todos se han creído merecedores de ese patriciado que el lujo del Ritz, como símbolo de distinción social, les brindaba'. Desaparecida la aristocracia tras la República y por el recelo del dictador Franco, su emblema hotelero ya no es un símbolo aristocrático, sino meritocrático, 'al que todos creen poder aspirar'. Otro cliente, ingeniero jubilado, cuenta una anécdota: 'Un día, en los salones de abajo, se celebraba un congreso de ingenieros agrónomos; de pronto, llegó un colega corriendo y gritó a la sala: '¡Han hecho ministro a Cirilo!'. '¿A Cirilo?', replicó levantándose airado un compañero suyo con mejor número de promoción que el tal Cirilo, 'y cayó al suelo fulminado por un ataque cardiaco', sonríe. En otra ocasión, Antonio F. Saavedra, inspector del Ministerio de Información y Turismo, visitaba el Ritz. Fumador de un tabaco popular, caldo de gallina, solicitó a un botones un paquete de esa marca. 'Señor', contestó, 'éste es un hotel de lujo'. 'Sí, lo sé', dijo el inspector, 'pero el lujo lo determino yo'. Y el botones regresó raudo con su tabaco. Este tono llevó al hotel a gentes como la espía Mata Hari; el duque de Windsor; el descubridor de la penicilina (sir Alexander Fleming); y los príncipes Rainiero y Grace de Mónaco, que pasaron aquí su noche de bodas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_