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Crítica:CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Contrabajo

El concierto que dio el Collegium Instrumentale bajo la dirección del contrabajista Franco Petracchi evidenció la evolución positiva de nuestros músicos, capaces de llegar, en un programa con texturas bien transparentes, a un nivel de limpidez bastante similar al habitual entre las agrupaciones de cámara europeas. Falta todavía mucho por hacer, y es cierto que los primeros violines, sobre todo antes del descanso, no sonaron con la afinación absolutamente impoluta que requiere la música de esa época. Pero cualquier aficionado entrado en canas será capaz de valorar las diferencias entre esta sesión y los maullidos tremendos que hace tres o cuatro lustros emitían buena parte de las cuerdas valencianas. La Sonata a quattro en do mayor de Rossini (que no fue a cuatro, sino a trece, al igual que su homónima en re) y la Sinfonía de Boccherini pusieron ante el público a unos músicos ágiles, expresivos, conscientes del estilo y preocupados por el fraseo. Todo ello no fue tan patente con las obras de Dittersdorf y Bottesini, más volcadas hacia el lucimiento virtuosístico de los solistas, y que no consiguieron del todo su objetivo.

Contrabajo

Contrabajo y director. Collegium Instrumentale. Solistas: Enrique Palomares (violín) y David Fons (viola). Obras de Rossini, Dittersdorf, Bottesini y Boccherini. Palau de la Música. Valencia, 2 de diciembre.

Especialmente en el caso de Petracchi, de quien se esperaban milagros como intérprete señero del contrabajo. El instrumento (un precioso Rossi) gustó más que el instrumentista, cuya afinación no fue para nada modélica.

Sin embargo, el buen partido que sacó del Collegium Instrumentale permite adivinar en él a un buen director, atento a la claridad del tejido orquestal, a la precisión en las entradas y a un fraseo vivo y flexible, que se puso también de manifiesto en el vals que se dio como regalo. El carácter ligero y, a veces, hasta intrascendente, de las piezas ejecutadas, impiden saber cuáles serían los resultados con obras de mayor calibre. En cualquier caso, y con respecto a lo escuchado el domingo, director e intérpretes fueron capaces de inyectar mucho ánimo en los pasajes que lo requerían (Tempestad del primer Rossini), dotar a los contrastes agógicos de un significado pleno (La Casa del Diavolo) e interesar en todo momento al oyente.

La viola de David Fons tuvo virtudes y defectos similares a los del contrabajo de Petracchi. El violín de Palomares, por su parte, se ajustó con métrica perfecta al instrumento del líder, y sonó más afinado, aunque en las disertaciones virtuosísticas que diseñara Bottesini (violín haciendo armónicos en arpegios para acompañar al contrabajo, o a la inversa) se escucharan sonoridades no deseables. Pero, tratándose de una obra así, tampoco importaba demasiado.

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