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Columna
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Mujeres

Parece mentira que, en pleno siglo XXI, tengamos que seguir escribiendo columnas sobre las mujeres, o sea, sobre la maldita discriminación y sobre el sexismo, esa ideología aberrante y caníbal en la que se nos educa a todos. Como en Occidente hemos mejorado mucho en poco tiempo, algunos y algunas, muy modernos ellos, sostienen que hablar de machismo está anticuado. Pero lo cierto es que la bruta realidad se empeña en desmentirles todos los días. Ahí están las afganas, por ejemplo, emergiendo del horror talibán pero aún relegadas en las negociaciones políticas. Quienes deciden siguen siendo los barbudos (o, una ínfima mejora, los bigotudos); ellas sólo han podido acudir como asesoras. Y, para peor, semejante exclusión apenas si parece molestar a nadie.

Hay situaciones más críticas, como la pesadilla que está viviendo la nigeriana Safiya Tudu, de 33 años y embarazada, que ha sido condenada por la sharía, o ley islámica, a ser enterrada hasta el cuello y luego lapidada hasta la muerte por haber mantenido relaciones sexuales siendo soltera. Un tribunal de apelación ha congelado la sentencia por el momento, pero todavía puede ser ejecutada. Como muchos otros países, Nigeria se está convirtiendo en un infierno integrista especializado en torturar mujeres; el año pasado, otro tribunal islámico de la zona sentenció a la adolescente Bariya a recibir 180 latigazos por haber mantenido relaciones sexuales, un bárbaro castigo que se aplicó en enero.

Pero acerquémonos más. Por ejemplo a esa jueza portuguesa de Famaliçao que acaba de condenar con una mera amonestación a cinco menores que violaron a una compañera de colegio, una chica de sólo quince años. Como el machismo también puede achicharrar el cerebro de las mujeres, la jueza, además, obligó a la niña a pasar por el tormento de enfrentarse cinco veces distintas con sus agresores, en vez de concentrar los procesos en una sola vista. Y vengamos aún más cerca: recordemos que en España hay miles de mujeres apaleadas por sus parejas y decenas que son asesinadas cada año. Una inmensa tragedia, por más que la indescriptible Carmina Ordóñez y el cínico Sardá intenten convertir ese oscuro dolor en un circo mediático.

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