_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vicente fue a la cárcel

Juan José Millás

Cuando Vicente tenía diez años, oía al acostarse ruidos dentro del armario. Se lo dijo a sus padres, que se rieron de él, de modo que decidió resolver las cosas por sí mismo. Había leído en un cuento que la mejor manera de combatir a los fantasmas era enfrentarse a ellos y pactar. Aquella noche, pues, cuando comenzaron los ruidos, se levantó de la cama, encendió la luz y abrió el armario con el corazón en la garganta. Vicente había esperado encontrar un monstruo, pero vio a un señor con chaqueta, corbata y un maletín negro.

-¿Quién eres?- preguntó.

-Soy un jefe de personal- respondió el individuo del maletín.

Vicente sabía qué era un gnomo, un trasgo, un brujo, un fantasma, incluso un nigromante, pero jamás había oído hablar de los jefes de personal, por lo que se quedó mudo. No estaba preparado para enfrentarse a esa clase monstruo.

El jefe de personal abandonó el armario y se sentó a la mesa de Vicente. Luego abrió el maletín, sacó unos papeles y se puso a firmarlos. Vicente se colocó a su lado.

-¿Qué son estos papeles?- preguntó.

-Órdenes de despido. Los jefes de personal tenemos el poder de despedir a la gente de sus trabajos.

Vicente iba mirando las órdenes de despido, cuando vio el nombre de su padre en una de ellas.

-Éste es mi padre- dijo.

-Sí, es tu padre. Procuro despedir a personas con hijos para que la situación familiar sea más dramática.

Vicente se puso a llorar y rogó al jefe de personal que no despidiera a su padre. Un tío suyo estaba en el paro desde hacía unos meses y su primo había tenido que abandonar el colegio, porque no podían pagarlo. A su tío se le había puesto, además, cara de loco, y no es que estuviera loco, sino desesperado. La situación, pese a las ayudas familiares, empezaba a resultar angustiosa. A Vicente se le ponían los pelos de punta frente a la posibilidad de ver a su padre en semejantes circunstancias.

Tanto lloró y suplicó que el jefe de personal accedió al fin a negociar una solución.

-Mira- le dijo, -lo que más valoramos los jefes de personal son los dedos. No se puede firmar nada si no tienes dedos y nosotros vivimos de eso, de firmar. Guardamos en nuestro reino un depósito de dedos de repuesto, pues se nos caen con frecuencia. Si me das el dedo pequeño de tu mano izquierda, romperé la orden de despido de tu padre y nunca más te volveré a pedir nada. Vicente accedió y el jefe de personal le quitó el dedo y rompió la orden. Luego cerró el maletín, se metió en el armario y desapareció. Vicente aprendió a colocar el muñón de ese dedo de tal manera que ni sus padres ni sus profesores ni nadie se dio cuenta de que le faltaba el meñique. Durante algunos años vivió con el temor de que el jefe de personal apareciera otra vez pidiéndole un nuevo dedo, pero no se presentó: era verdad que si pactabas con los fantasmas, éstos desaparecían de tu vida.

El padre de Vicente tuvo una vida laboral normal y con los años se jubiló en la misma empresa en la que había trabajado siempre. Vicente, por su parte, creció y se hizo médico. No había médicos en la familia, pero él atribuyó esta vocación al hecho de que le faltara un dedo. Pensaba fantásticamente que la medicina acabaría encontrando el remedio para aquella amputación que con tanto trabajo había ocultado al mundo. Solía ir con la mano izquierda en el bolsillo y, cuando la sacaba, mantenía el puño cerrado, con el muñón hacia dentro, como si guardara todo el dedo dentro.

Un día le llamaron de un hospital, al que había enviado un currículo, ofreciéndole una plaza como cirujano. Vicente se presentó en el hospital a la hora convenida, con el traje y la corbata de pedir trabajo, donde fue conducido hasta el despacho del director de personal, que le mostró un contrato para que lo firmara.

Pero Vicente no vio el contrato, sino el dedo meñique del director de personal, que reconoció en seguida como el que le había sido arrebatado en la infancia. Entonces se abalanzó sobre el individuo, y cuando consiguieron separarlo de él, casi le había amputado ya el dedo meñique de la mano izquierda. Cuando explicó al juez la historia, éste le pidió que abriera su mano izquierda, que llevaba años cerrada, e inexplicablemente apareció allí dentro un dedo meñique atrofiado y arrugado, pero con todas sus falanges. Vicente fue a la cárcel.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_