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Columna
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Vidas novelescas

Los problemas de identidad son el motor que mueve las mejores historias: quién es el asesino, quién se casará con la heroína o con el héroe, cuál es el verdadero carácter de ese que parece bueno o de aquel que parece Belcebú; es decir, conocer la personalidad, la identidad real de alguien. Por eso es magnífica la historia que cultivan en Mojácar y ayer contaba aquí María José López Díaz, cuando se cumple el centenario de Walt Disney: Disney no era americano sino andaluz, de Mojácar, y no se llamaba Disney sino Guirao, José Guirao. Sus padres no fueron un irlandés y una descendiente de alemanes, emigrantes en Chicago, sino una emigrante de Mojácar, Isabel Zamora, lavandera.

Es una historia de amores clandestinos con el médico del pueblo, Ginés Carrillo, aunque Ginés sólo tenía diez años entonces, dice otra voz: el padre habría sido un primo del médico, un barbero, o quizá peluquero, apodado el Perrita. Deshonrada y desamparada la lavandera huyó en un mercante y llegó a Chicago con un niño entre los brazos, que confió al industrioso carpintero Elias Disney y a su mujer Flora Call. Así Disney es Moisés, salvado de las aguas, y Superman, caído de otro mundo, el planeta Almería. Es una historia maravillosa, tan maravillosa que no merece ser verdad, sino mentira: una novela, un novelón de 800 páginas.

El fantástico Disney (transformó la imaginación mundial) odiaba la pobreza o, más exactamente, el horror de ser todos pobremente iguales, horror que identificaba con el comunismo. Fue confidente del FBI. En una biografía que cultiva la fascinación por las vidas ajenas a propósito de J. Edgar Hoover, siniestro director del FBI, Anthony Summers recordó a Disney y las sesiones del Comité de Actividades Antiamericanas en los años 50: las estrellas de Hollywood acudían a testificar entre los vítores o los abucheos de los fans, según comparecieran los colaboradores del Estado, Gary Cooper o Walt Disney, o los reticentes o simplemente mudos, Bogart o Katharine Hepburn, por ejemplo. Walt Disney denunció que los comunistas de su estudio querían usar al ratón Mickey para difundir propaganda de izquierdas. Él entendía de esas cosas: dominaba el arte de manipular el corazón de las masas.

También el último espectáculo de la política andaluza es un caso de identidades dudosas. Ahora acusan a Chaves de espiar a los presidentes de dos cajas de ahorros de Sevilla, antiguos compañeros suyos. En el caso intervienen un detective privado, dos guardaespaldas, la policía: parece que vivimos novelescamente rodeados de agentes más o menos secretos. La Fiscalía ha intervenido porque puede haber dos delitos tipificados en el Código Penal: a la tentativa de descubrir secretos y vulnerar la intimidad (el espionaje: lo que mueve a lectores y novelistas) se suma la imputación de un delito hecha con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad (la posible calumnia contra Chaves). Puesto que ambos delitos son excluyentes entre sí (o espionaje o calumnia), sería deseable que se aclarara el caso. Lo digo con curiosidad de lector de novelas: la solución de este enigma definiría rotundamente el carácter, la identidad real de los personajes y bandos enfrentados.

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