Amores imposibles y noviazgos efímeros
Estremece pensar en la infinita distancia que hubo siempre entre literatura popular y literatura culta. No se acostumbra uno, por más vueltas que le dé a los trujales. Son felices excepciones, precisamente, aquellas obras literarias que a bien tuvieron injertarse de la savia viva del común: Conde Lucanor, Libro de Buen Amor, Lazarillo, Celestina, don Quijote, multitud de comedias áureas (sobre tantos y tantos cuentos populares), novela picaresca...
Por algo será. Lo habitual, sin embargo, es la separación irremediable, reflejo de la que siempre existió entre señores y vasallos, clérigos y juglares. En Andalucía, además, amos y jornaleros.
La semana pasada nos asomamos a ese abismo un instante. Cuando el cronista, por tierras de Baena, se topó con un haz de coplillas, romances, refranes y hasta remedios caseros, todo a base del aseite y la asituna, por la generosidad de Antonio Zafra, coordinador de unas sustanciosas IV Jornadas del Olivar.
Pero es que a la vez cayó en sus manos una reciente antología del muy cortesano Cancionero de Baena (1445). Contraste radical que animó al cronista a efectuar elucubraciones comparativas, dado que, en este caso, el injerto no se produjo. Pero sí que, al socaire de la dialéctica, aparecieron curiosas semejanzas y antítesis.
El Cancionero, compilado por el judío converso Juan Alfonso de Baena, aparece en la corte de Juan II de Castilla, en la mera bisagra entre Edad Media y Renacimiento, con lo que ya de por sí contiene dualidades, entre una vieja poesía castellana, deudora de Provenza, y otra del gusto nuevo italianizante.
Pero esto no dejará de ser cuestión de estilos y de métricas. Las composiciones serán casi siempre de tres tipos: canciones o cantigas (de amor, religiosas o moralizantes); decires, ya encomiásticos, ya satíricos, y hasta chocarreros, sobre los más variados asuntos; y preguntas y respuestas, donde los poetas compiten en talento ante las damas, zahiriéndose sin piedad.
Pero el tema fundamental concierne a las primeras y es el amor cortés, o sea, el que un poeta-vasallo, enamorado o no, dedica obligatoriamente a la señora del castillo, la cual se muestra siempre cruel, pues es propiedad exclusiva e inalcanzable del señor. 'Amor me trae pagado / desque me fizo entender / de la que sirvo de grado / y me face entristecer'.
¿La poesía popular habrá conocido alguna vez algo semejante? Creyéramos que no, pero vean esta seguidilla, verdadera perla, recogida este mismo año en los trabajos de campo que acudieron al concurso de aquellas jornadas: 'Mi mula castaña, / campanillera. / A la mujer del amo / ¡quién la cogiera!' ¿Quién se lo iba a esperar?
Mas por otro lado, el contraste: la eternidad platónica de ese amor imposible, entre los poetas de corte, frente al más efímero de los noviazgos aceituneros: 'Ya se acabó la asituna / ya me voy a mi lugar, / y los amores se quean / en la cruz del olivar'. (Por Jaén este verso era más laico: 'colgaos de la estacá').
Y en punto a chocarrero, quede aquí esta otra, a manera de preámbulo para la semana que viene: 'Debajo mi delantal / tengo yo una sartensilla / para el que quiera freir / dos huevos y una morcilla'. Qué cosas.
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