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Columna
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América Latina, en la encrucijada

América Latina está entrando en uno de sus periodos más difíciles en varias décadas. El deterioro del escenario económico internacional está poniendo bajo presión la capacidad de ajuste fiscal de los países. La crisis aumentará el descontento social y la insatisfacción con la democracia, lo cual podría propiciar experimentos aventurados de manejo económico y de dirección política.

Situación externa

Durante 2001, los márgenes de financiamiento para la región han superado en más de seis puntos porcentuales los de 1997
Debido a la sequía de los mercados de capitales, no ha sido posible para la mayoría de países permitir mayores déficit externos

Desde 1997 se ha producido un deterioro agudo en los términos de intercambio para los países latinoamericanos, con una caída del 26% en los precios del conjunto de materias primas. Hasta fines de 2000, los países exportadores de petróleo venían beneficiándose de los altos precios del crudo, pero desde entonces el petróleo también ha entrado en esta tendencia descendente, que se agudizó después del 11 de septiembre. Dado el debilitamiento de la economía mundial, el comercio internacional ha perdido el dinamismo de los últimos años y hay poca esperanza de que los precios de las materias primas puedan recuperarse rápidamente.

Durante 2001, la Reserva Federal de los Estados Unidos ha reducido en más de cuatro puntos las tasas de interés, con el ánimo de estimular la demanda y revertir las tendencias recesivas. Sin embargo, ello no se ha traducido en costes menores de financiamiento para América Latina. Esto se ha debido a que, de una parte, estas reducciones no se han reflejado en igual magnitud en las tasas de interés de largo plazo en los EE UU, y de otro, a que han aumentado los márgenes de financiamiento para los países emergentes y para América Latina en particular. Durante el año 2001, los márgenes de financiamiento para la región han sido superiores en más de seis puntos porcentuales a los que se tenían en 1997. El aumento ha sido especialmente dramático para Argentina, donde los márgenes han tenido una tendencia ascendente e insostenible, que en las últimas semanas los ha llevado a niveles por encima del 20%. Los mercados han diferenciado fuertemente entre unos países y otros. Las dificultades de Argentina han afectado a los márgenes de Brasil, pero México y Colombia han estado aislados de esta tendencia.

Los flujos de financiamiento externo a América Latina se han debilitado desde 1998. En su mejor momento estuvieron llegando en un monto cercano a los 100.000 millones por año. En la actualidad se encuentran aproximadamente en la mitad de esta cifra. La mayor parte del cambio se ha originado en el comportamiento de las inversiones de cartera, que en su momento pico alcanzaron los 60.000 millones. En 1999 y 2000, estos flujos fueron negativos en cuantías nada despreciables y en la actualidad son prácticamente nulos. La principal fuente de capitales externos es actualmente la inversión extranjera directa, que se ha mantenido relativamente estable, y generará en 2001 unos 57.000 millones de dólares.

Para 2001 se espera un crecimiento económico en torno al 1% para América Latina. Argentina tendrá una caída de entre el 1% y el 2%, México estará estancado y la mayoría de los demás países tendrán crecimientos positivos, pero modestos, incluso Chile, que no llegará al 4%.

Las perspectivas para 2002 son algo mejores, pero no totalmente satisfactorias. Aunque no se espera recesión en ningún país, las tasas previstas en la mayoría de los casos son inferiores al 4% y para la región en su conjunto no llegan al 3%.

La respuesta política

A pesar del notable deterioro en el ambiente externo y del debilitamiento de la demanda interna, los Gobiernos han mantenido políticas austeras en el frente fiscal. Seis de los siete países más grandes de la región tendrán en 2001 resultados fiscales semejantes o mejores que el año anterior, apoyados en programas de reducción o aplazamiento del gasto. Solamente Brasil tendrá este año un déficit mayor al año anterior, pero no debido a un aumento de gastos, sino al encarecimiento del servicio de la deuda debido a las mayores tasas de interés y la devaluación del real.

Los Gobiernos no han acudido a políticas fiscales para contrarrestar la caída en la actividad porque las restricciones financieras se han agravado y en varios países son ya elevados los niveles de endeudamiento, especialmente si se miden con respecto a los recaudos tributarios.

Debido a la sequía de los mercados de capitales internacionales, tampoco ha sido posible para la mayoría de países permitir mayores déficit externos, como sería deseable para no tener que recortar aún más el gasto interno cuando están cayendo los ingresos de exportación. Por fortuna, las entradas por cuenta de la inversión extranjera directa han bastado para cubrir los déficit externos en la mayoría de casos. Sin embargo, ya está observándose que tampoco esta fuente está completamente al margen de los vaivenes de otros mercados. En Brasil, por ejemplo, la inversión extranjera directa ha pasado de 33.000 millones en 2000 a una cifra cercana a los 20.000 millones en el presente año.

Debido al reducido margen de ajuste en los balances fiscales o externos, para preservar la estabilidad macroeconómica, los países han tenido que acudir a alguna combinación de mayores tasas de cambio y mayores tasas de interés. En Brasil y Chile, las tasas de cambio han tenido ajustes de importancia a lo largo del año, mientras que en Argentina el peso del ajuste ha recaído en las tasas de interés, que han alcanzado niveles muy elevados.

Argentina. Visto hacia atrás, el cambio en la opinión de los mercados sobre Argentina no deja de ser sorprendente. A principios del año 2000, el consenso de los mercados era que el crecimiento en 2001 sería del 4% o el 5%. Los márgenes sobre la deuda no llegaban a los 600 puntos básicos (es decir, seis puntos porcentuales por encima de los bonos del Tesoro de Estados Unidos) y el país gozaba de una buena calificación de riesgo. Un año y medio después nos encontramos con un crecimiento negativo de uno o dos puntos, márgenes que superan los 2.000 puntos básicos y una de las peores calificaciones de riesgo del mundo.

Es cierto que una serie de perturbaciones desfavorables afectaron a Argentina en este periodo, entre ellas la devaluación del real brasileño, las caídas de precios de las materias primas, el fortalecimiento del dólar y una serie de eventos políticos domésticos que dificultaron la adopción de medidas de ajuste y redujeron la confianza internacional. Esta serie de perturbaciones crearon preocupación sobre la sostenibilidad fiscal debido a la elevada deuda pública, la sensibilidad de la situación fiscal a la tasa de interés y los elevados requerimientos de financiamiento público que se esperaban para el presente año.

Los mercados reaccionaron de forma posiblemente exagerada, quizá por el temor de que el país no estuviera en capacidad de producir los ajustes necesarios o de que no hubiera mecanismos de soporte externo. Argentina ha producido uno de los ajustes fiscales y macroeconómicos más draconianos que sea posible imaginar, con recortes profundos en los salarios públicos y en los programas de seguridad social. Además, ha introducido medidas creativas y valientes para mejorar la estructura de la deuda y para reducir los desequilibrios comerciales externos, y en dos ocasiones en un periodo de un año ha recibido el soporte del FMI.

Pero la confianza internacional no se ha recuperado y las tasas de interés se han mantenido muy altas, atrapando a Argentina en un círculo vicioso donde los ajustes fiscales necesarios para acomodar la carga de la deuda reducen las perspectivas de crecimiento y minan aún más la confianza. Después de varias rondas de ajustes fiscales se ha llegado al convencimiento de que no será posible restablecer el crecimiento y la confianza sin algún tipo de reducción o de reestructuración de la deuda que disminuya la carga fiscal hacia el futuro.

La estabilidad macro

A pesar de las difíciles circunstancias por las que han pasado los países durante la última década, en todo momento los Gobiernos han mantenido su compromiso con la disciplina macroeconómica. A pesar de las difíciles circunstancias, las tasas de inflación han continuado descendiendo en la mayoría de países. Seis de las siete mayores economías de la región tienen tasas de inflación por debajo del 10%, y no hay temores de que las tendencias sean muy diferentes en 2002.

Es preciso recordar que en los últimos años, aun en los casos en que han ocurrido importantes devaluaciones de los tipos de cambio, la inflación se ha mantenido bajo control. Por ejemplo, Colombia en 1998 y Brasil en 1999 lograron ajustes significativos de sus tipos de cambio real sin que implicara un aumento en las tendencias de inflación de mediano plazo.

¿El fin de las reformas?

El tercer tema de gran preocupación es el futuro de las reformas estructurales. ¿Habrá marcha atrás en el proceso de modernización de las economías y un retorno a las viejas políticas de control e intervención estatal? Las tendencias durante la última década no indican que eso tenga que ocurrir. Los momentos de mayor reforma han sido, casi sin excepción, momentos de crisis en los que los opositores a las reformas han decidido ceder para evitar el riesgo de un deterioro aún mayor.

No puede desconocerse que en toda la región reina un ambiente de descontento con la situación económica y de insatisfacción con los resultados de algunas de las reformas económicas. Más de la mitad de los latinoamericanos consideran que la situación económica es mala o muy mala, y en países como Argentina, Colombia y Perú, ésa es la opinión de por lo menos dos de cada tres personas. De igual forma, menos de la mitad de los venezolanos, chilenos o brasileños, y sólo uno de cada cinco peruanos, argentinos o colombianos creen que las privatizaciones hayan traído beneficios a sus países.

Por consiguiente, no es despreciable la posibilidad de que haya un retroceso en el proceso de reformas. La probabilidad de que ello ocurra será menor en la medida en que sea posible encontrar una solución duradera a la crisis de Argentina, de forma que pueda evitarse un contagio hacia otros países. También será menor la probabilidad de un retroceso en la medida en que la economía de Estados Unidos empiece a recuperarse, como todo parece indicar que ocurrirá a más tardar hacia mediados de 2002, y en la medida en que se abran nuevas oportunidades de exportación para los países latinoamericanos.

¿Riesgo para la democracia?

No puede ignorarse la preocupación sobre las perspectivas de la democracia en América Latina. Como lo ha mostrado en forma fehaciente el sistema de encuestas de Latinobarómetro, los latinoamericanos esperan mucho más de la democracia: dos de cada tres latinoamericanos se declaran insatisfechos con los resultados de la democracia.

No hay ninguna duda de que América Latina se encuentra frente a una encrucijada. Las condiciones económicas serán especialmente difíciles el resto de este año y el siguiente. Los Gobiernos se encuentran comprometidos en su mayoría con la estabilidad macroeconómica y con el proceso de reformas estructurales, pero no cuentan con un margen de maniobra macroeconómica suficientemente amplio para poder enfrentar una desaceleración económica prolongada.

Eduardo Lora es economista del BID. Este artículo expresa su opinión personal y no compromete a esta institución.

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