Identidades perdidas
EN OCTUBRE, los vieneses vivieron en el Josefstädter Theater un estreno excepcional. Por primera vez en la historia se presentó sobre el escenario El hombre sin atributos, la gigantesca novela inconclusa de Robert Musil (1880-1942), por todos conocida pero por pocos leída. El director y redactor de la pieza teatral, Jürgen Kaizik, tuvo el coraje de transformar una epopeya de más de 1.500 páginas en un conjunto de diálogos de dos horas y media de duración. Hasta ahora contaba con más experiencia en cine y televisión que en teatro. 'No he llevado al escenario la novela, sino el conflicto', dijo Kaizik y explicó que su intención nunca fue convertir la obra escrita en un drama teatral, sino que quiso 'destilar la esencia dramática del conflicto fundamental oculto bajo la épica de Musil'. De esta manera espera 'devolver a la literatura esta obra que hasta ahora era objeto de interés casi únicamente para germanistas'. Kaizik utilizó en un 80% o 90% los textos de Musil y rellenó el resto. Fiel al original, la historia transcurre sobre el escenario en el año 1913. Pero el lenguaje quedó libre de estructuras obsoletas. Para el director era importante conferirle actualidad a El hombre sin atributos (reeditada este año en España por Seix Barral), obra surgida de la hecatombe del Imperio Austrohúngaro, protagonizada por un personaje en el que Kauzik ve 'el mito del siglo XXI' porque plantea las principales utopías de la modernidad: 'En vistas de la actual situación mundial desencadenada por los acontecimientos del pasado 11 de septiembre, podríamos decir que Musil fue un visionario al pronosticar que la próxima catástrofe sería fruto de la discrepancia de una humanidad que habría alcanzado sus sueños mediante el progreso de la técnica pero permanecería analfabeta en asuntos espirituales'. También cobra relevancia sobre el escenario el planteamiento 'posplatónico' de Musil acerca de la unión entre hombre y mujer, según Kaizik 'un tema banalizado en el siglo XX tras la liberación sexual'.
Una obra actual que aborda las incógnitas de la identidad es la del escritor austriaco Robert Menasse. En la última temporada, el agudo narrador dio que hablar en Austria y en Alemania. Esta vez no fue debido a ninguno de sus tan brillantes como incómodos ensayos sobre la política austriaca, sino a su nueva novela de 494 páginas titulada La expulsión del infierno (Die Vertreibung aus der Hölle), publicada por la editorial alemana Suhrkamp.
La narración comienza con una escena de la Inquisición en el año 1604 en Portugal. Hay dos protagonistas, dos tiempos, varios niveles de tramas y anécdotas transversales. Por un lado, Menasse habla de un judío converso, 'marrano' antisemita, que al final de su trayectoria llega a ser el rabino Samuel Manasseh ben Israel, el maestro del filósofo Baruch Spinoza retratado por Rembrandt. Paralelamente, el siglo XX entra con ironía en la narración, en la figura de Viktor Abravanel, hijo de un superviviente del holocausto. De profesión historiador, se ve agobiado por un entorno que reprime toda reflexión sobre el pasado nazi y también defraudado por los movimientos marxistas que no aceptan al que difiere. La cita en la portada del libro es reveladora: 'El infierno lo reconocemos sólo al mirar atrás. Después de haber sido expulsados. Mientras estamos asándonos dentro hablamos de patria'.
Más que el contenido de esta novela que habla de recuerdo y olvido, exclusión e integración, los críticos pusieron en tela de juicio las acrobacias de Menasse al combinar tiempos y escenarios de trayectorias artificialmente paralelas. El semanario Profil elogió las ocurrencias y la brillantez de Menasse, pero llegó a la conclusión de que 'el libro es víctima de un plan de acción demasiado grande'. Con mayor impacto, el gurú de la crítica literaria alemana, Marcel Reich-Ranicky, opinó que mejor hubiesen sido dos novelas separadas que una mezcla de dos tramas.
En el célebre programa televisivo Cuarteto Literario (Literarisches Quartett), Reich-Ranicky entró en un enardecido debate con otro escritor vienés, Robert Schindel, quien en defensa de Menasse sostuvo que La expulsión del infierno 'es un libro muy rico y nutritivo' que 'puede hacer reír a pesar de lo trágico de la historia'. Schindel dijo a EL PAÍS que aprecia esta obra de su compatriota porque 'narra al mismo tiempo la historia de la cuna del liberalismo político en Holanda y la historia de la República de Austria después de la II Guerra Mundial'. Pero sobre todo por la forma en que trata un tema esencial: 'El drama de dos personas que las circunstancias obligan a ser quienes no son y a recorrer un arduo camino para descubrir y recuperar la identidad perdida'.
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