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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los fantasmas del deseo

En escena, una pareja de ancianos en su vetusta casa. Cerca de ellos, dos jóvenes sensuales, apolíneos y transparentes con los que intercambian estímulos y claves íntimas. Un ramo de lirios blancos (flor de la muerte) viaja del piano al jarrón y del jarrón al lecho: es una última ofrenda a la gesta de la vida en común. Asistimos a la evaporación gloriosa de dos viejos amigos catalizados por la cruel gentileza de los muchachos, una tolerancia que es también un combate de supervivencia en el recuerdo. Cito a Gertrude Stein: 'Nosotros, los que ahora estamos vivos, siempre nos consideramos jóvenes'. También dice en Ser norteamericanos que con el tiempo tendemos a considerar inocentes los propios defectos: rara indulgencia, como la que despliega Ramón Oller.

Compañía Metros

Pecado, pescado. Coreografía: Ramón Oller; música: Franz Schubert, Frank Sinatra y Luis Carmona (piano); actriz: Ariadna Corbella; escenario: Lluís Pasqual. Festival de Otoño. Teatro de La Abadía. 20 de noviembre.

Dice Michael Nava en La muerte de los amigos: 'Lo que ocurre en un matrimonio es que te acostumbras tanto a la otra persona que dejas de verla como alguien distinto. Llegas a asumir que quiere lo mismo que tú y piensa como tú. Olvidas que puede tener sus propios... ¿qué? ¿Deseos? ¿Anhelos? ¿Secretos?'. ¡Es tan elocuente, y parecen líneas entresacadas del libreto imaginario de este amargo montaje teatral, tan hondamente bailado con el estilo de Oller, donde no faltan sus elementos corpóreos de siempre, lo que pudiéramos llamar factores de estilo: mesa, sillas, el sofá, las flores; todo eso junto a los chispazos de humor y a un intenso y voluntarioso esfuerzo comunicativo, una costosa respiración que parece pedir tiempo, otra oportunidad, algo más de fuerza, digamos, aliento.

Todo compone un fresco que desprende el perfume de los moribundos (así viene tan a cuento que el largo y agónico cuarteto concertante final se baile con La muerte y la doncella de Schubert), porque si muriendo están los ancianos, también, al mismo tiempo, están perdiendo su luz y su fuerza esas hermosas estantiguas que son la pareja de jóvenes (espléndidos en lo técnico y en lo estético), verdaderos fantasmas del deseo, del pasado y sus ardores o de un presente que sencillamente se confunde con un futuro desconocido, de otros.

Sueño y realidad

Los muchachos pueden ser sus propias quimeras de infidelidad, sus reflejos de cuanto quisieron hacer antaño. Nadie llega tarde a ese cumplimiento por un inexplicable, poético, equilibrio que el coreógrafo sabe plasmar con claridad. Equilibrio entre el sueño y el roce de la realidad, entre la voluntad de ceder y esa oscura, cómplice, alegría al imaginar lo que nunca fuimos.

Ramón Oller es un dominador del melodrama, un coreógrafo capaz de elevar el listón a golpe de bolero llorón o arpegios de salón. Así, todos los objetos de la escena se cubren de sudarios blancos, de silencio. Entonces, esa sucesión ansiosa de salto y desencuentros, se queda dentro del espectador como el eco doloroso de una campana.

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