Baggio arremete contra el divismo de Capello y Lippi
El futbolista en activo más carismático de Italia, y probablemente el mejor media punta del calcio, ha decidido romper su silencio de monje zen. Roberto Baggio (Caldogno, 1967), que desde hace diez años practica el rito budista, que medita tres horas al día bajo la asistencia del maestro Daisaku Ikeda y actualmente es compañero de Guardiola en el Brescia, publica hoy su autobiografía atacando abiertamente a varios de sus ex entrenadores. En el libro, titulado Una Puerta en el Cielo, el jugador se presenta como la víctima de un grupo de técnicos que a la postre fueron decisivos en su carrera. Marcello Lippi y Fabio Capello aparecen como egomaníacos impíos y su descripción de Arrigo Sacchi roza la de un desequilibrado.
'Cuando Capello decidió dejar el Milan para irse al Real Madrid', recuerda Baggio, 'pareció como si quisiera ajustar cuentas con el equipo (...). En una ocasión se burló de mi talento delante de todos mis compañeros, me dijo que no aceptaba que me sustituyera y que tenía demasiada buena relación con la prensa'.
Lippi, actual técnico del Juventus, ha dicho que buscará la manera de querellarse contra Baggio. 'El Lippi que tuve en el Inter me hizo la guerra', escribe el jugador, 'sin un minuto de tregua, sin pretender motivarme, sin sentido aparente (...). Intentó que me chivara de algunos de mis compañeros y yo no accedí. En la pretemporada apenas gocé del derecho a respirar. Debía comer sólo lo que decía él, si hacía un regate de más se enfurecía, si un compañero me aplaudía se ponía negro. A los 33 años me relegó a suplente de suplentes y cuanto más bajo me pegaba, más alto volaba yo. Quería destruirme y aún lo intenta. Era un caudillo. Ostentaba una conducción militar del vestuario'.
Rebotando como un balón, de un club a otro, del Fiorentina al Juventus, de Turín al Milan, y de allí al Inter, la vida de Baggio en los últimos años transcurrió entre sobresaltos. El penalti que falló en la fatídica final del Mundial de 1994, en Los Ángeles, contra Brasil, terminó por confundir su mito con el de un héroe trágico. Ahora vive días tranquilos. Él se lo agradece a su técnico, el veterano Carlo Mazzone: 'El público no lo sabe bien, pero el valor más grande de un entrenador no es la bravura técnica, sino la riqueza humana. Mazzone es el entrenador que soñé: sencillo, sincero, lejano de cualquier hipocresía'.
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