Vicente se hace ateo
Vicente estudiaba en un colegio de curas en el que le obligaban a confesar y comulgar una vez a la semana. No le importaba comulgar, pero detestaba la confesión porque se masturbaba mucho y le daba vergüenza hablar de eso con el cura. Podría haber mentido en el confesionario, pero tenía pánico al pecado mortal. Te acostabas en pecado mortal y si esa noche te morías, ibas al infierno por toda la eternidad. Probó a no masturbarse, pero eso era prácticamente imposible. Cuando oía las dificultades que expresaba su padre para dejar de fumar, le comprendía a la perfección, porque intuía oscuramente que había alguna relación entre el onanismo y el tabaco.
Un día, Vicente estaba arrodillado frente al Cristo de la capilla de su colegio, pidiéndole comprensión para sus debilidades, cuando el Cristo movió los labios y le dijo:
-No te creas nada.
Vicente pensó, como es lógico, que había tenido una alucinación, por lo que pidió al Cristo que le repitiera lo que le acababa de decir.
-Que no te creas nada -repitió el Cristo-. Los curas mienten mucho...
-¿Entonces tú no existes?
-No, no existo.
-¿Y no es pecado mortal masturbarse?
-No es pecado mortal ni venial ni nada. Masturbarse no es nada religioso ni antirreligioso. Masturbarse es masturbarse y punto. Ya te he dicho que no te creas nada.
Dicho esto, el Cristo volvió a su mutismo habitual, pero Vicente permaneció todavía un buen rato arrodillado, observándole las llagas y la sangre y aquella expresión de sufrimiento que era un sufrimiento raro, como si produjera también mucho placer. No va a saber más el cura que Cristo, pensó, de manera que desde ahora no me creeré nada.
Esa noche preguntó a su madre cómo se llamaban los que no creían en Dios.
-Ateos -respondió la mujer.
-Pues yo voy a ser ateo de mayor -dijo.
Su madre le dio una bofetada y le ordenó que se confesara de lo que acababa de decir. Vicente se fue a la cama llorando y al día siguiente se arrodilló en el confesionario.
-Me acuso de haber dicho que de mayor voy a ser ateo.
-¿Pero cuántas veces te has masturbado? -le preguntó el cura.
-Ninguna -mintió.
-¿Cómo que ninguna vez? -preguntó el cura irritado.
-Ninguna.
-Te condenarás si mientes.
-Es que el Cristo me ha dicho que no me crea nada.
-¿El Cristo te ha hablado?
-Sí, y me ha dicho que no me crea nada.
El cura lo echó del confesionario a patadas y Vicente no volvió a confesar. Sólo comulgaba cuando iba a misa con sus padres, para hacerles creer que continuaba creyendo.
De mayor fue ateo, pero se casó con una mujer muy religiosa que siempre intentaba convertirle. Un día, Vicente le explicó que era ateo por consejo del Cristo de su colegio, que le había dicho que no creyera en nada.
-Si el propio Dios me ha pedido que sea ateo -dijo-, quién soy yo para llevarle la contraria.
-Pero eso es como si me dices que un cardiólogo te ha dicho que no creas en el corazón.
-Exactamente. Si un cardiólogo no cree en el corazón, por qué voy a creer yo.
Su mujer no supo qué responder.
El argumento parecía impecable. Si Dios era ateo, no tenía ningún sentido que los humanos fuesen creyentes.
Así quedaron las cosas, pero cuando se hicieron un poco más mayores, Vicente empezó a masturbarse de nuevo. Su mujer le sorprendió en un par de ocasiones y le dijo que eso era pecado mortal.
-¿Preferirías que fumara? -preguntó Vicente.
-¿Qué tiene que ver una cosa con otra?
-Más de lo que tú crees -dijo él.
En realidad, él no sabía qué relación había, pero en lo más hondo sentía que sí.
Un día, siendo ya anciano y viudo, fue de visita a su colegio, entró en la capilla, se arrodilló frente al Cristo y le contó el absurdo que había sido su vida, pero esta vez el Cristo no dijo nada.
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