'El dolor es una sobredosis de vida'
El nuevo libro de Rafael Argullol es a la vez una de las historias más extrañas y más comunes que quepa imaginar: la lucha de un hombre con su dolor. Común, porque no hay nada tan frecuente, experiencia tan universal, como el dolor. Extraña, porque resulta excepcional que alguien comunique esa vivencia y la transforme en objeto literario. A lo largo de las páginas de Davalú o el dolor, el lector asiste sobrecogido al relato en primera persona de Argullol de cómo el atroz sufrimiento físico provocado por una lesión cervical le sumerge en un mundo nuevo, una región desconocida cuyo sombrío y espinoso territorio ha de aprender a atravesar. Para hacer frente al dolor, que le acomete inicialmente en un viaje a Cuba -donde participa en un congreso-, el escritor lo personifica en un ser monstruoso, Davalú, un demonio cuyo mordisco sólo puede ser finalmente conjurado merced a un implacable ejercicio de venganza: el bisturí que lo eliminará, pero también el acto literario del recuerdo transformado en narración contra el olvido. Hoy, en la cita para la entrevista, Argullol aparece con un aspecto estupendo, lo que es todo un contraste después de tantas páginas de vérsele pasar realmente fatal. No hay problema entonces para saltarse la primera pregunta sobre cómo se encuentra el autor, que parecía obligada.
'El dolor no es ennoblecedor en absoluto. Es algo caótico, un intruso que te incapacita para los afectos'
'En situaciones de enorme dolor físico, la frontera entre lo real y lo imaginario se desvanece, como en los sueños'
PREGUNTA. ¿Cuál es el origen de un libro así?
RESPUESTA. Me sorprendió que solemos hablar mucho del dolor, decimos 'me duele esto o aquello', pero el dolor nunca ha sido narrado desde dentro. Mientras atravesaba mi experiencia me llamaba la atención la pobreza de conceptos médicos respecto al dolor; se emplean analogías, pero no hay terminología que defina afinadamente el dolor. Aún me sorprendió más descubrir que no sólo en la medicina, sino en toda nuestra cultura hay muy pocas descripciones del dolor físico. Las hay del dolor moral, del afrontamiento de la muerte, pero no del dolor físico. Es una de las experiencias más viejas de la humanidad, y más frecuentes, y en cambio ha sido tan poco narrada...
P. Bueno, hay algunos casos paradigmáticos como los de Prometeo picoteado regularmente en su roca del Cáucaso, Hércules envuelto en la túnica de Deyanira, los sujetos sometidos a tormento infernal, el artúrico Rey Pescador o Loki, el dios nórdico condenado a sufrir eternamente la quemadura del veneno de una víbora en su cara. Por no hablar de El paciente inglés. En el libro se menciona a dos grandes sufridores, el Job bíblico y el emponzoñado Filoctetes...
R. Son los dos textos clásicos que más se aproximan, pero ni siquiera en ellos encontramos una auténtica descripción del dolor, el dolor padecido, el dolor desde dentro. ¿Por qué? La respuesta está en que -y ése es el leitmotiv de mi libro-, el dolor provoca y exige amnesia, olvido. Queremos olvidarlo para restablecer nuestro orden, nuestro equilibrio. No hay recuerdo interiorizado, narrativo del dolor. Y eso es precisamente lo que, creo, aporta mi escrito.
P. Su recuerdo está vinculado al deseo de venganza.
R. En un momento de la experiencia, quizá relacionado con el hecho de que estaba de viaje, me propuse férreamente no olvidar. Y ese propósito fue adquiriendo tonos de duelo y de venganza. Eso me producía un consuelo.
P. ¿Qué problemas presenta la descripción del dolor?
R. El dolor es más pictórico que literario o filosófico, porque es un presente continuo. En todos los casos míticos que ha mencionado, Prometeo, etcétera, o en la misma pasión de Cristo, se nos ofrece una imagen del sufridor, pero desde fuera, sin una descripción interna, desde el punto de vista del que padece. El gran problema, por tanto, era para mí cómo convertir en narratividad ese presente continuo que en cambio la pintura -y pienso en los expresionistas, en Bacon- ha podido captar.
P. La estrategia consistió en grabar sus impresiones, su lucha antes de que le extirparan ese alien, ese diablo, ese dolor.
R. Si no hubiera hecho esas grabaciones antes de la operación con la que se cierra el libro, habría olvidado lo que fue el dolor. Sólo 15 días después ya habría sido otra cosa. Aún puedo agarrarme a algunos recuerdos que funcionan como la magdalena de Proust, pero he olvidado mucho. En el caso del dolor, los mecanismos de amnesia son tan potentes que el olvido es casi total.
P. ¿Es posible narrar el dolor sin esa característica de desafío, de enfrentamiento, que le da en el libro?
R. Creo que no. Con mi dolor personificado en Davalú me ocurría como a Ahab con Moby Dick, funcionaba como encarnación del mal, y, empeñándome en combatirlo, podía crear un sentido a aquello. Si no puedes materializar el dolor para confrontarlo, convertirlo en dragón o Leviatán para vencerlo, se te escapa como Proteo, no hay manera de cogerlo.
P. Davalú... un nombre tenebrosamente eufónico. Usted dice que es el nombre de un demonio armenio. No he encontrado referencias a ello. Hay una población minera armenia con ese nombre, la antigua Ararat. La palabra misma parece derivar del turco deveh, camello, y el sufijo lu, dueño. Davalú, 'dueños de camellos', había un clan de la tribu turca de los kadjar denominado así... En todo caso es una palabra que concita perfectamente esos significados demoniacos y arcanos del dolor.
R. Recordé instintivamente esa palabra que había oído nombrar en Moscú. Era el mármol negro de una estación de metro. Me dijeron que Davalú era un demonio armenio cuya sangre se petrificó y originó aquella piedra. En un hotel de La Habana, mientras un ciclón azotaba la ciudad en un crepúsculo de una belleza violenta y vertiginosa, me vino a la cabeza el nombre, que asocié a una mancha de humedad en la pared. Era la bestia que a la vez estaba dentro de mí. Davalú, una especie de dios negro, invertido. Fue una epifanía. Al poner nombre a algo le das entidad. El dolor innominado se te escapa. Bautizarlo es poder afrontarlo.
P. En el libro explica que el nombre tiene una cierta sonoridad caribeña muy pertinente. Es verdad que sugiere algo de vudú, alguna divinidad afroantillana tipo Barón Samedi. Por cierto, resulta todo un contraste que la ordalía inicial de dolor transcurra en una isla tópica de placer como Cuba.
R. Pero fíjese que desde el primer momento el dolor es descrito en el libro en términos de sexualidad. A diferencia de la muerte, que es filosófica, el dolor es una sobredosis de vida. No está relacionado directamente con la muerte. Está localizado en una parte del cuerpo y constituye una relación sexual, hipersexual. El dolor te hace sentir tu cuerpo con una violencia sexual. Por otro lado es cierto ese contraste entre el volcarse hacia uno mismo que es el dolor y la oferta hedonista del entorno en Cuba. Mi cuerpo pedía morfina y lo que me proponían era jineteras.
P. Curiosamente, dado el tema, el libro tiene pasajes francamente, usted me perdonará, graciosos. Por ejemplo, cuando en una clínica cubana le cuelgan del techo, para provocar el aligeramiento de la compresión de las vértebras, y la enfermera mulata le va colocando pesos al grito de '¿empezamos con siete kilos, mi amor?'.
R. Hay momentos tragicómicos. No deja de haber ironía en el libro, recurro a la autoironía. Luego hay todo el ceremonial que me creaba para despistar al dolor. El echar mano al disimulo, la buena educación, la estética, lo que fuera con tal de impedir que el dolor me poseyera completamente, me derrotara. Trataba de enfurecerlo con mi actitud de ningunearlo. Eso provocaba situaciones, supongo, insólitas.
P. ¿Tiene el libro un componente terapéutico, de ayuda a quien pueda verse ante un trance parecido?
R. Espero que sí. Del dolor físico nos hemos quejado mucho pero hemos hablado poco. Vivido en la intimidad, en el secreto, tiene un carácter embrutecedor. Desarrolla una vergüenza, crea un tabú. Este esfuerzo de expresarlo, de verbalizarlo, puede ayudar. Para mí ha sido catártico y puede serlo también para el lector. Un 99% de personas han vivido o vivirán experiencias de dolor intenso.
P. Es curioso porque a menudo describe el dolor mediante imágenes que componen todo un bestiario fantástico muy personal, el cangrejo, el escorpión, el pulpo, pero que a la vez parece asentarse -así se lo indican los médicos en el libro- sobre una especie de iconografía colectiva del dolor.
R. En la descripción influyó mucho el carácter muy intenso de mi dolor, que provocaba algo cercano al delirium tremens. Un dolor que los médicos cifran en 10 sobre 10 en su escala y que también puede ser provocado, por ejemplo, por una otitis muy violenta. Al objetivar el dolor, se hace más mítico, pero hay una base real, casi alucinatoria. No es inhabitual que el dolor adopte zooformas. En situaciones de enorme dolor físico, la frontera entre lo real y lo imaginario se desvanece, como en los sueños. Y como en ellos, pueden brotar en el dolor imágenes míticas que el sujeto no conoce, pero que están en el acervo común humano, arquetipos, como diría Jung. Quizá las mitologías no sean sino la verbalización de estados alterados. Es posible que el trasfondo de los mitos sea precisamente aquello que ha generado la mente del hombre cuando estaba entregado al sueño o a la fiebre.
P. Alguien podría pensar que tiene un punto de impudor hablar, escribir sobre una experiencia como la suya.
R. ¿Usted cree? Me dolería eso. Es un libro complicado e íntimo. De una gran autenticidad. Lo dejé reposar durante mucho tiempo. En total han pasado cinco años desde aquella experiencia. Hice algún pequeño retoque, cambiando nombres y circunstancias excesivamente biográficas. Pero no he tocado lo que afecta al aspecto fundamental, a la lucha con Davalú.
P. ¿Había algún rasgo de masoquismo en su dolor?
R. No. En absoluto. Me vino sin buscarlo, se lo puedo asegurar. E hice todo lo que pude y más para sacármelo de encima. Tampoco hubo ni un punto de conformismo. Busqué calmantes, ron, lo que fuera, me lo metí todo, y luché sin cuartel contra mi dolor. No tuve tampoco una actitud nada budista. Cuando estás en un punto de dolor como el que yo sufrí, que no te vengan con serenidad. Es sólo a posteriori que puedes meditar sobre eso. He de insistir en el carácter degradante, humillante, del dolor. El dolor no es ennoblecedor en absoluto. Es algo caótico, un intruso que te incapacita para los afectos y para el amor. Pero a la vez es algo de la naturaleza y debe poder ser expresado y comunicado.
P. Hay un dolor iniciático que sí puede presentar algún aspecto positivo.
R. Es cierto que entonces el dolor puede ser fecundo, pues posee un desarrollo ulterior, no es un sinsentido como en el caso de lo que me ocurrió a mí. Es un dolor que conlleva esperanza, que abre puertas, mientras que el otro te pone en un mundo de puertas y ventanas cerradas. Lo profundamente irritante del dolor común es su improductividad.
P. Y está el dolor del parto.
R. Sí, un dolor iniciático en ese sentido de esperanzador. Quizá vivir esa experiencia hace a la mujer más capaz de afrontar el dolor físico que el hombre.
P. El suyo no era, obviamente -y afortunadamente-, un dolor mortal.
R. Ah, pero yo no lo sabía. Tenía una gran ignorancia sobre lo que me estaba pasando, y más aún durante la primera fase que padecí en solitario, estando de viaje.
P. ¿El dolor que sufrió le ha dejado más preparado para -Dios no lo quiera- una segunda experiencia similar?
R. No creo. En nuestra cultura, el dolor produce una desazón extraordinaria. Me parece más factible estar preparado para la muerte que para el dolor físico. Para el dolor nunca estamos preparados.El nuevo libro de Rafael Argullol es a la vez una de las historias más extrañas y más comunes que quepa imaginar: la lucha de un hombre con su dolor. Común, porque no hay nada tan frecuente, experiencia tan universal, como el dolor. Extraña, porque resulta excepcional que alguien comunique esa vivencia y la transforme en objeto literario. A lo largo de las páginas de Davalú o el dolor, el lector asiste sobrecogido al relato en primera persona de Argullol de cómo el atroz sufrimiento físico provocado por una lesión cervical le sumerge en un mundo nuevo, una región desconocida cuyo sombrío y espinoso territorio ha de aprender a atravesar. Para hacer frente al dolor, que le acomete inicialmente en un viaje a Cuba -donde participa en un congreso-, el escritor lo personifica en un ser monstruoso, Davalú, un demonio cuyo mordisco sólo puede ser finalmente conjurado merced a un implacable ejercicio de venganza: el bisturí que lo eliminará, pero también el acto literario del recuerdo transformado en narración contra el olvido. Hoy, en la cita para la entrevista, Argullol aparece con un aspecto estupendo, lo que es todo un contraste después de tantas páginas de vérsele pasar realmente fatal. No hay problema entonces para saltarse la primera pregunta sobre cómo se encuentra el autor, que parecía obligada.
PREGUNTA. ¿Cuál es el origen de un libro así?
RESPUESTA. Me sorprendió que solemos hablar mucho del dolor, decimos 'me duele esto o aquello', pero el dolor nunca ha sido narrado desde dentro. Mientras atravesaba mi experiencia me llamaba la atención la pobreza de conceptos médicos respecto al dolor; se emplean analogías, pero no hay terminología que defina afinadamente el dolor. Aún me sorprendió más descubrir que no sólo en la medicina, sino en toda nuestra cultura hay muy pocas descripciones del dolor físico. Las hay del dolor moral, del afrontamiento de la muerte, pero no del dolor físico. Es una de las experiencias más viejas de la humanidad, y más frecuentes, y en cambio ha sido tan poco narrada...
P. Bueno, hay algunos casos paradigmáticos como los de Prometeo picoteado regularmente en su roca del Cáucaso, Hércules envuelto en la túnica de Deyanira, los sujetos sometidos a tormento infernal, el artúrico Rey Pescador o Loki, el dios nórdico condenado a sufrir eternamente la quemadura del veneno de una víbora en su cara. Por no hablar de El paciente inglés. En el libro se menciona a dos grandes sufridores, el Job bíblico y el emponzoñado Filoctetes...
R. Son los dos textos clásicos que más se aproximan, pero ni siquiera en ellos encontramos una auténtica descripción del dolor, el dolor padecido, el dolor desde dentro. ¿Por qué? La respuesta está en que -y ése es el leitmotiv de mi libro-, el dolor provoca y exige amnesia, olvido. Queremos olvidarlo para restablecer nuestro orden, nuestro equilibrio. No hay recuerdo interiorizado, narrativo del dolor. Y eso es precisamente lo que, creo, aporta mi escrito.
P. Su recuerdo está vinculado al deseo de venganza.
R. En un momento de la experiencia, quizá relacionado con el hecho de que estaba de viaje, me propuse férreamente no olvidar. Y ese propósito fue adquiriendo tonos de duelo y de venganza. Eso me producía un consuelo.
P. ¿Qué problemas presenta la descripción del dolor?
R. El dolor es más pictórico que literario o filosófico, porque es un presente continuo. En todos los casos míticos que ha mencionado, Prometeo, etcétera, o en la misma pasión de Cristo, se nos ofrece una imagen del sufridor, pero desde fuera, sin una descripción interna, desde el punto de vista del que padece. El gran problema, por tanto, era para mí cómo convertir en narratividad ese presente continuo que en cambio la pintura -y pienso en los expresionistas, en Bacon- ha podido captar.
P. La estrategia consistió en grabar sus impresiones, su lucha antes de que le extirparan ese alien, ese diablo, ese dolor.
R. Si no hubiera hecho esas grabaciones antes de la operación con la que se cierra el libro, habría olvidado lo que fue el dolor. Sólo 15 días después ya habría sido otra cosa. Aún puedo agarrarme a algunos recuerdos que funcionan como la magdalena de Proust, pero he olvidado mucho. En el caso del dolor, los mecanismos de amnesia son tan potentes que el olvido es casi total.
P. ¿Es posible narrar el dolor sin esa característica de desafío, de enfrentamiento, que le da en el libro?
R. Creo que no. Con mi dolor personificado en Davalú me ocurría como a Ahab con Moby Dick, funcionaba como encarnación del mal, y, empeñándome en combatirlo, podía crear un sentido a aquello. Si no puedes materializar el dolor para confrontarlo, convertirlo en dragón o Leviatán para vencerlo, se te escapa como Proteo, no hay manera de cogerlo.
P. Davalú... un nombre tenebrosamente eufónico. Usted dice que es el nombre de un demonio armenio. No he encontrado referencias a ello. Hay una población minera armenia con ese nombre, la antigua Ararat. La palabra misma parece derivar del turco deveh, camello, y el sufijo lu, dueño. Davalú, 'dueños de camellos', había un clan de la tribu turca de los kadjar denominado así... En todo caso es una palabra que concita perfectamente esos significados demoniacos y arcanos del dolor.
R. Recordé instintivamente esa palabra que había oído nombrar en Moscú. Era el mármol negro de una estación de metro. Me dijeron que Davalú era un demonio armenio cuya sangre se petrificó y originó aquella piedra. En un hotel de La Habana, mientras un ciclón azotaba la ciudad en un crepúsculo de una belleza violenta y vertiginosa, me vino a la cabeza el nombre, que asocié a una mancha de humedad en la pared. Era la bestia que a la vez estaba dentro de mí. Davalú, una especie de dios negro, invertido. Fue una epifanía. Al poner nombre a algo le das entidad. El dolor innominado se te escapa. Bautizarlo es poder afrontarlo.
P. En el libro explica que el nombre tiene una cierta sonoridad caribeña muy pertinente. Es verdad que sugiere algo de vudú, alguna divinidad afroantillana tipo Barón Samedi. Por cierto, resulta todo un contraste que la ordalía inicial de dolor transcurra en una isla tópica de placer como Cuba.
R. Pero fíjese que desde el primer momento el dolor es descrito en el libro en términos de sexualidad. A diferencia de la muerte, que es filosófica, el dolor es una sobredosis de vida. No está relacionado directamente con la muerte. Está localizado en una parte del cuerpo y constituye una relación sexual, hipersexual. El dolor te hace sentir tu cuerpo con una violencia sexual. Por otro lado es cierto ese contraste entre el volcarse hacia uno mismo que es el dolor y la oferta hedonista del entorno en Cuba. Mi cuerpo pedía morfina y lo que me proponían era jineteras.
P. Curiosamente, dado el tema, el libro tiene pasajes francamente, usted me perdonará, graciosos. Por ejemplo, cuando en una clínica cubana le cuelgan del techo, para provocar el aligeramiento de la compresión de las vértebras, y la enfermera mulata le va colocando pesos al grito de '¿empezamos con siete kilos, mi amor?'.
R. Hay momentos tragicómicos. No deja de haber ironía en el libro, recurro a la autoironía. Luego hay todo el ceremonial que me creaba para despistar al dolor. El echar mano al disimulo, la buena educación, la estética, lo que fuera con tal de impedir que el dolor me poseyera completamente, me derrotara. Trataba de enfurecerlo con mi actitud de ningunearlo. Eso provocaba situaciones, supongo, insólitas.
P. ¿Tiene el libro un componente terapéutico, de ayuda a quien pueda verse ante un trance parecido?
R. Espero que sí. Del dolor físico nos hemos quejado mucho pero hemos hablado poco. Vivido en la intimidad, en el secreto, tiene un carácter embrutecedor. Desarrolla una vergüenza, crea un tabú. Este esfuerzo de expresarlo, de verbalizarlo, puede ayudar. Para mí ha sido catártico y puede serlo también para el lector. Un 99% de personas han vivido o vivirán experiencias de dolor intenso.
P. Es curioso porque a menudo describe el dolor mediante imágenes que componen todo un bestiario fantástico muy personal, el cangrejo, el escorpión, el pulpo, pero que a la vez parece asentarse -así se lo indican los médicos en el libro- sobre una especie de iconografía colectiva del dolor.
R. En la descripción influyó mucho el carácter muy intenso de mi dolor, que provocaba algo cercano al delirium tremens. Un dolor que los médicos cifran en 10 sobre 10 en su escala y que también puede ser provocado, por ejemplo, por una otitis muy violenta. Al objetivar el dolor, se hace más mítico, pero hay una base real, casi alucinatoria. No es inhabitual que el dolor adopte zooformas. En situaciones de enorme dolor físico, la frontera entre lo real y lo imaginario se desvanece, como en los sueños. Y como en ellos, pueden brotar en el dolor imágenes míticas que el sujeto no conoce, pero que están en el acervo común humano, arquetipos, como diría Jung. Quizá las mitologías no sean sino la verbalización de estados alterados. Es posible que el trasfondo de los mitos sea precisamente aquello que ha generado la mente del hombre cuando estaba entregado al sueño o a la fiebre.
P. Alguien podría pensar que tiene un punto de impudor hablar, escribir sobre una experiencia como la suya.
R. ¿Usted cree? Me dolería eso. Es un libro complicado e íntimo. De una gran autenticidad. Lo dejé reposar durante mucho tiempo. En total han pasado cinco años desde aquella experiencia. Hice algún pequeño retoque, cambiando nombres y circunstancias excesivamente biográficas. Pero no he tocado lo que afecta al aspecto fundamental, a la lucha con Davalú.
P. ¿Había algún rasgo de masoquismo en su dolor?
R. No. En absoluto. Me vino sin buscarlo, se lo puedo asegurar. E hice todo lo que pude y más para sacármelo de encima. Tampoco hubo ni un punto de conformismo. Busqué calmantes, ron, lo que fuera, me lo metí todo, y luché sin cuartel contra mi dolor. No tuve tampoco una actitud nada budista. Cuando estás en un punto de dolor como el que yo sufrí, que no te vengan con serenidad. Es sólo a posteriori que puedes meditar sobre eso. He de insistir en el carácter degradante, humillante, del dolor. El dolor no es ennoblecedor en absoluto. Es algo caótico, un intruso que te incapacita para los afectos y para el amor. Pero a la vez es algo de la naturaleza y debe poder ser expresado y comunicado.
P. Hay un dolor iniciático que sí puede presentar algún aspecto positivo.
R. Es cierto que entonces el dolor puede ser fecundo, pues posee un desarrollo ulterior, no es un sinsentido como en el caso de lo que me ocurrió a mí. Es un dolor que conlleva esperanza, que abre puertas, mientras que el otro te pone en un mundo de puertas y ventanas cerradas. Lo profundamente irritante del dolor común es su improductividad.
P. Y está el dolor del parto.
R. Sí, un dolor iniciático en ese sentido de esperanzador. Quizá vivir esa experiencia hace a la mujer más capaz de afrontar el dolor físico que el hombre.
P. El suyo no era, obviamente -y afortunadamente-, un dolor mortal.
R. Ah, pero yo no lo sabía. Tenía una gran ignorancia sobre lo que me estaba pasando, y más aún durante la primera fase que padecí en solitario, estando de viaje.
P. ¿El dolor que sufrió le ha dejado más preparado para -Dios no lo quiera- una segunda experiencia similar?
R. No creo. En nuestra cultura, el dolor produce una desazón extraordinaria. Me parece más factible estar preparado para la muerte que para el dolor físico. Para el dolor nunca estamos preparados.
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